martes, 21 de enero de 2014

ANDAR PARA SABER. VIAJE A PIE, DE PLA, SESENTA AÑOS DESPUÉS


Publicado originalmente en 1949, es rescatado en 2013 por Ediciones 98.

Comienza con una “Invitación al viaje” de Josep Pla  “a esos muchachos…que, encontrándose en el umbral de la puerta de la vida…preguntan: “¿Qué hemos de hacer…?”. Yo les aconsejaría un viaje a pie”.

Su propuesta es “un corto viaje” por el entorno más cercano a cada cual (en su caso, las comarcas del bajo Ampurdán, su “país”) “a base de un itinerario que comprendiera un número de poblaciones muy pequeñas…que no pasaran de quinientos habitantes”. Y de ir por los caminos y senderos vecinales en vez de por las carreteras.

“Su viaje debería tener un objetivo: informarse, enterarse de lo que es el país, de cómo vive en él la gente, empaparse de la manera de ser básica, inalienable, insoluble, del material humano”.

Y sigue haciendo recomendaciones: “La primera vuelta no debería durar más de quince días. Quienes demostraran resistencia, podrían luego emprender un viaje de un mes o mes y medio, siempre a pie y pasando por poblaciones del tamaño ya dicho”.

Las tareas, dos, ambas “muy interesantes”: pasear y hablar con la gente.

Esto lo escribía en 1948, aún en la posguerra, cuando describía los pueblos pequeños “en un estado de abandono inenarrable, insondable, abrumador”.

“Nada hay, me parece, que ofrezca tanto interés para el ciudadano como saber exactamente en qué consiste su país…De los pueblos pequeños, nadie se ocupa…Es muy posible que ese desequilibrio sea fatal para la salud colectiva”.

Y concluye este primer capítulo: “Ver la política desde los pequeños pueblos campesinos tiene un interés apasionante…A base de hablar con la gente se llegaría- si uno sabe hablar con la gente de los pueblos, cosa que no es fácil- a tocar, a ver, a presentir nuestra manera de ser más auténtica y real”.

A continuación, cuenta cómo se plantea él la experiencia: “Cada año, cuando empiezan a ceder los rigores estivales y aparecen las agradables temperaturas de septiembre, me permito una corta evasión de ocho o diez días y realizo un pequeño viaje a pie”.

Pero con tranquilidad: “No devoro kilómetros ni colecciono paisajes; jamás se me ocurrió escalar picachos, ni descender a las profundidades de la tierra. No suelo ir vestido de excursionista ni de acampado…”.

Viaja generalmente por la tarde (“Con la rociada se puede coger frío”); se levanta “a una hora decente”, sobre las 10, y una vez tomado el desayuno, que debe incluir un zumo de naranja, “hay que salir de la fonda en busca de una sombra propicia”. Y esperar a la hora del almuerzo. En los pueblos, a la sombra de los árboles, es donde se reúne la gente y hace sus tertulias. “Para aprender, hay que escuchar  a los demás”.

Tras el almuerzo y las dos tazas de café “de rigor”, él suele dormir una horita a la sombra de un pinar o de una arboleda. Luego, continúa al pueblo más cercano a cuya posada suele llegar con la puesta de sol, “en septiembre, un espectáculo muy bello”.

Un andar moroso

“Mi andar por las carreteras transcurre a muy poca velocidad: a dos kilómetros y medio o tres, máxime, por hora…es una excelente velocidad si de lo que se trata es de ver algo…Viajar por los senderos es una deliciosa ocupación”.

En el otoño de 1948, cuando se produce este “viaje a pie”, Pla tiene 51 años.

Pero a pesar de los más de sesenta años transcurridos, sus recomendaciones esenciales hoy valen para todos: para el ciudadano de a pie, cualquiera que sea su edad y su género, y para nuestros políticos, que andan allá por Babia, y no precisamente la de León. Para ejercitarse en el silencio y la meditación en esta vida acelerada; para ejercer la observación y obtener nuestras propias conclusiones, de primera mano, no manipuladas.

El resto del libro está dedicado a la reflexión, análisis y descripción de sus paisanos, los payeses. Eso lo dejo para otro día.