Este
es el primer libro de María Belmonte. Mientras lo escribía su sueño era que se
publicara en la editorial Acantilado (como así ha sido). Ahora que estamos a
punto de empezar las vacaciones de verano, es un buen momento para hablar de
lugares a viajeros literarios…
“La belleza es lo único que
salva al ser humano de la absoluta soledad”- dice su autora en el prólogo. En
su seguimiento, se ha rodeado de una serie de “mentores” que “han agudizado mi
mirada, ensanchado mi percepción y guiado mis pasos por el Mediterráneo”. Ellos
han sido Lawrence Durrell, Kevin Andrews, Patrick Leigh Fermor y Henry Miller – en el caso de Grecia,
y Winckelmann, Wilhelm von Gloeden, Axel Munthe, D.H. Lawrence o Norman Lewis,
en el caso de Italia. “Cuando sigo las huellas de un personaje que me es
querido, el viaje se transforma en una especie de peregrinación a los Santos
Lugares…”.
LLEGAR
A SER MEDITERRÁNEO
“Es posible – cualquiera que
sea nuestro lugar de nacimiento o residencia -llegar a ser mediterráneo” –
escribe el autor bosnio-croata Predag Matvejevic en su Breviario mediterráneo.
María Belmonte comenzó
pronto: “El primer libro que compré con nueve años fue Mitología griega y romana, de Herman Steuding…Ya de adolescente, en
París, escuché por primera vez el sonido
de la lengua griega moderna en boca de un poeta…y decidí aprenderla”. En su
primer viaje a Florencia, se quedó extasiada ante la catedral de Santa María
del Fiore, el “Duomo”. “Nunca había sentido tanta felicidad”. Quizá es lo que
le lleve a estudiar Historia y Antropología…
Ahora, visita las islas
griegas “de la mano de Larry Durrell”, sube al monte Olimpo “siguiendo a Kevin
Andrews”, recorre “la misteriosa región de Mani [parte central de la península
del Peloponeso]” con Paddy Leigh Fermor y conoce “los rincones más secretos de
Capri” gracias a Axel Munthe. “La
historia de San Michele formaba parte de la biblioteca de mis padres y fue
uno de los primeros libros que leí en la adolescencia…” - confiesa la autora.
“Todo el Mediterráneo…parece
surgir del sabor agrio y picante de las olivas negras entre los dientes…Toda la
belleza del mundo está contenida en una gota de aceite griego recién prensado”-
escribe Larry Durrell en La celda de
Próspero.
EL
VIAJE AL SUR
Un profesor de historia del
arte durante la carrera es quien le descubre a Winckelmann, considerado el fundador de la Historia del Arte y de
la Arqueología modernas. Principal teórico del movimiento neoclásico en el
siglo XVIII, sostenía que “si queríamos alcanzar la perfección, era preciso
imitar a los antiguos griegos”. “Nada hay que pueda compararse con Roma…si
deseas comprender a la humanidad, éste es el lugar para hacerlo”- escribió. Él
mismo decía que su año real de nacimiento había sido 1756, cuando con 39 años
se traslada a Roma, y no 1717.
Impulsados por sus
descubrimientos y sus palabras, muchos jóvenes (y no tan jóvenes) del norte de
Europa se pondrían en marcha hacia el sur, buscando confirmar su experiencia
(en el llamado Grand Tour). Entre ellos, Goethe, a sus 37 años. Su Viaje a Italia, publicado en 1816, fue,
a su vez, un aliciente para otros.
Por ejemplo, Wilhelm von Gloeden, “el barón
fotógrafo”, nacido en Alemania en 1856
quien, en 1878, parte rumbo a Italia y se enamora de Taormina, en
Sicilia. Allí se dedicará a fotografiar a jóvenes lugareños (campesinos,
pastores y pescadores) a la manera de las estatuas griegas. “Gloeden consiguió
plasmar el ideal erótico-estético de Winckelmann encarnado en el Apolo de
Belvedere”.
También viajó “al sur” Axel Munthe en 1876 desde Estocolmo. En
1870, con veintitrés años, llega de recién casado a Capri en su luna de miel. Años
más tarde, establece allí su residencia. “Vivo en las mismas condiciones que la
gente pobre que me rodea…Como lo mismo que ellos, llevo sus mismas
ropas…Trabajo varias horas al día en un campo y en la viña, cuido de los
enfermos, escribo cartas para ellos y leo las esperadas respuestas…” –
escribirá a un amigo.
Allí construyó su casa, la
Villa San Michele, de 1895 a 1899. “Mi casa estará abierta al sol, al viento y
a las voces del mar, como un templo griego – y luz, luz, luz por todas partes”.
D.H.Lawrence
hizo lo propio en 1912, desde Múnich hasta Gargnano, en Lombardía, a pie. En busca del sol para un tuberculoso.
Luego, vendrían Fiascherino, Florencia,
Capri y Taormina, o Cerdeña. Los últimos
años de su corta vida, solo 44 años, los pasa explorando los lugares donde se
encuentran restos etruscos, para él un pueblo que identifica con la “alegría de
vivir”: el Palazzo Vitelleschi, en Tarquinia, sede del Museo Nacional Etrusco,
o la necrópolis de Cerveteri, en el Lacio.
Norman
Lewis desembarcó en Paestum (en la Campania italiana) en plena
II Guerra Mundial (un 9 de septiembre de 1943) y quedó fascinado con los tres
templos “iluminados por los últimos rayos del sol, resplandecientes, rosados y
espléndidos”. “Fue como una revelación” -escribió en su libro Nápoles 1944.
Henry
Miller llegó a Grecia en junio de 1939, poco antes de que
estallara la II Guerra Mundial. Su estancia dará para un libro, El coloso de Marusi, publicado en 1941 y
considerado por algunos “el libro más influyente sobre Grecia desde la guía de
Pausanias [en el siglo II D.C., considerada la primera Guía de viajes de la
historia] y, por otros, el mejor libro de viajes jamás escrito”.
Miller recorrió el país en
estado de “éxtasis”…, “un sentimiento de admiración y alegría”. Visita Delfos,
Tirinto, Epidauro, Micenas, Eleusis, Cnosos… En Marusi, al nordeste de Atenas,
conoce a Yorgos Katsimbalis, protector de escritores y poetas, a quien titula
como “El coloso”. Lo que más le gusta del país, “la luz… y la pobreza”. “La
vida puede vivirse magníficamente a cualquier escala, en cualquier clima y
cualquier condición”- les agradece a sus amigos griegos, ejemplos de eso mismo.
Patrick
Leigh Fermor decide viajar a pie desde Holanda a
Constantinopla, en 1933, con 18 años, para ir al monte Athos, siguiendo la
estela de Robert Byron y su libro The
Station, publicado en 1928. Ese viaje lo contará muchos años después en dos
libros: El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua. (El último tramo.De las puertas de Hierro al
Monte Athos, que aparece póstumo, e inacabado, en 2014, es considerado la
tercera parte de la trilogía). Pero a Grecia le dedica otros dos libros: Mani. Viajes por el sur del Peloponeso y
Roumeli. Viajes por el norte de Grecia.
Y dividirá su vida futura entre Kardamili, en la península de Mani, y
Worcestershire, en Inglaterra.
Kevin
Andrews llegó a Grecia en 1947, en plena guerra civil, y se puso
a cartografiar fortalezas bizantinas y venecianas en el Peloponeso entre 1948 y
1951. El resultado fue el libro El vuelo
de Ícaro. Viajes por Grecia durante una guerra civil. En 1975 se
nacionaliza griego, y allí muere, entre la isla de Kythira y el islote de Avgo,
un 1 de septiembre de 1989, intentando
alcanzar a nado el lugar donde se supone que nació Afrodita.
SENTIRSE
EN CASA
Lawrence
Durrell, “filoheleno e islomaníaco”, llega a Corfú en 1935,
recién casado con Nancy Myers. Alquilan la Casa Blanca a un pescador, en
Kalami. Allí escribe su segunda novela y El
libro negro, mientras lleva una vida sencilla ajustada al ritmo solar.
Posteriormente, publica una
trilogía sobre las islas griegas: La
celda de Próspero, sobre Corfú, en 1945; Reflexiones sobre una Venus marina, acerca de Rodas, en 1953, y Limones amargos, sobre Chipre, en 1957.
“Los libros de Larry Durrrell sobre las islas griegas enseñan a ver cosas que
pasan desapercibidas para la mayoría de ojos mal entrenados, pero no para la
mirada de un poeta” -escribe María Belmonte. Para ella, siempre será “el que me
enseñó, como nadie, a apreciar la belleza del paisaje griego, y en su paisaje,
la historia griega y, en su historia, a percibir, en los recodos de sus
caminos, el espíritu del lugar”.
VIAJERA
LITERARIA
María Belmonte parte en
busca de los lugares de sus viajeros reseñados: la catedral de San Giusto en
Trieste -ciudad donde fue asesinado Winckelmann-, y su monumento mortuorio,
construido en 1832 por suscripción popular “en honor del insigne intérprete de
la Antigüedad”. La Villa San Michele, en Capri, y la gruta de Matromania, la
preferida de Axel Munthe. Las sendas bizantinas construidas sobre antiguas
calzadas romanas que unen Esparta con el puerto de Kardamili, recorridas por
Patrick Leigh Fermor. Los “santos lugares durrellianos”: la Casa Blanca en
Kalami (ahora, un restaurante), la ermita de San Arsenio y la ensenada donde se
bañaba…Pero si tuviera que elegir un solo lugar, se quedaría con el templo
Malatestiano de Rímini, un edificio inacabado, “el símbolo más elocuente de ese
ideal inalcanzable de perfección física y espiritual…que surgió hace siglos en
las riberas del Mediterráneo”.
Su explicación -una mezcla
de recuerdos personales y de datos bien traídos, como en el caso de Los senderos del mar-, es comprensiva y
amena, un disfrute de lectura y acompañamiento.
ESOS
LIBROS QUE LEÍMOS UNA VEZ…
…Y que quedaron en el
imaginario como algo mágico, especial. Me pasó con La historia de San Michele o con Los encantadores, de Romain Gary, libros que había en casa y que
leí en la adolescencia. Libros apasionantes, diferentes, cautivadores.
SABER
MÁS
https://commons.wikimedia.org/wiki/Catalogue_of_Wilhelm_von_Gloeden%27s_pictures,
Catálogo de fotos de Wilhelm von Gloeden.
SER
VIAJERA LITERARIA
http://ficcionesdeloreal.blogspot.com.es/2013/12/post-para-leer-en-navidad-roma-de-la.html. POR ROMA, CON GOETHE.