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jueves, 16 de mayo de 2024

EL VIRGINIANO. Una novela de episodios de la vida en el Oeste

Lo primero que el lector conoce del “virginiano”, a través del narrador (apodado El príncipe de Gales por los lugareños), es su voz: “sureña, suave y arrastraba las palabras”. Luego, su aspecto: “un joven y delgado gigante, más bello que un cuadro”. Y su vestimenta: “Su sombrero suave de ala ancha echado hacia atrás, un pañuelo rojo desvaído anudado alrededor del cuello…”.

Veinticuatro años, pelo negro, alrededor de un metro ochenta, con un lado jocoso y otro “de fría y perfecta cortesía”.

La historia comienza en la estación de Medicine Bow, en Wyoming. “Veintinueve edificios en total: un almacén de carbón, un depósito de agua, la estación, una tienda, dos cantinas, un salón de billares, dos ferreterías, un establo y otros doce establecimientos… Casas, botellas vacías y basura”.

El propio autor, Owen Wister, llega al Oeste en 1885, con 25 años, para pasar una temporada de descanso en un rancho de Wyoming, Deer Creek. En ese momento trabajaba en un banco, en Boston, en el Este.

“Este primer encuentro me marcó…” -relata el narrador al inicio del tercer capítulo-. Riesgo, risas y capacidad de aguante; esto era lo que veía en los semblantes de aquellos vaqueros… Con frecuencia en sus almas existía una verdadera nobleza, y bajo su inesperado brillo sus figuras adquirían una altura heroica”…

Mi “virginiano”

Yo debía tener unos 6-7 años porque lo recuerdo en la casa llamada El cajón (luego, El talud) de Suances, en la gran curva de bajada a la playa de La Concha. No recuerdo el pañuelo rojo (la tele era entonces en blanco y negro), sino a un chico guapo vestido de negro con sombrero de cowboy. Se correspondía con la serie de televisión (1962-1971) protagonizada por el actor James Drury.