viernes, 13 de julio de 2018

EL PRADO DE ROSINKA, UNA VIDA ALTERNATIVA EN LOS AÑOS 1920s



Su autora, Gudrun Pausewang, nació en 1928 en Wichstadtl, en la llamada región de Los Sudetes, en la Bohemia Oriental, una región germanófona (entonces Checoslovaquia, hoy República Checa).


Publicado en 1980, El prado de Rosinka narra en forma de cartas (19, desde el 28 de febrero al 10 de mayo de 1979) de “la tía Elfriede” -a un tal Michael, que quiere abandonar sus estudios de ingeniería técnica por una vida en el campo-, su propia experiencia como niña y adolescente, “cómo tratamos de fundar una comunidad con un modo de vida alternativo en unos terrenos pantanosos, a los que los habitantes del lugar habían dado el nombre de Rosinkawiese (prado de Rosinka, wiese= prado)”.

“Te lo iré enviando fragmentado, como una especie de novela por entregas”. También adjunta fotos para ver la evolución de la casa y los terrenos circundantes. “Si de verdad  uno pretende salir adelante cultivando sus propios campos y criando animales, tiene que entender bastante del tema”– le advierte.


Wichstadtl en los años 20 era una villa de unos 800 habitantes “incrustada en un profundo valle”. El prado “había sido antaño una ciénaga y se hallaba a dos kilómetros de distancia del pueblo”. Cuando ellos llegan, es una pradera estéril de dos hectáreas de terreno, sin contar la laguna. El gobierno municipal se lo cede por un periodo de 99 años pagando una pequeña renta como usufructarios. A 550 metros de altitud, “en un terreno así solo eran viables los pastos, el lino, el centeno y las patatas”… Ellos mismos construirán la casa con sus manos.

La casa, autoconstruida

La casa no podía ser demasiado grande puesto que no teníamos dinero y solo podíamos permitirnos, como mucho, 60 m2 de planta”. Era una construcción de madera con un zócalo de piedra natural en la base como se estilaba en la zona. “En la planta baja había un cobertizo que tenía un aparte del suelo de lodo apisonado y otra de cemento, y desde él, a través de unos escalones, se accedía al recibidor de la casa…en un rincón junto a la puerta de entrada, había una letrina, al lado de la cual instalamos un contenedor con serrín de turba [lo que se conoce como un wáter seco, sin tirar agua de la cisterna]…la cocina era la habitación más grande de la casa y se mantenía siempre caldeada gracias a un horno de cerámica…Para tratar de mantener  la vivienda lo más aislada posible, las rendijas de las ventanas se rellenaban con estopa…El suelo se componía de tablas de madera de abeto”. No había baño: se lavaban, primero en una pila y, más adelante, en un lavabo.

En definitiva, según la tía Elfriede, “una vivienda bonita, original y práctica, en la que jamás habría un rincón inútil”.

El huerto

“Aquel prado estaba lleno de piedras y de tocones de raíz…Sembramos zanahorias, judías, lechugas. También creció un rosal…Entre la casa y la vereda…una larga hilera de álamos del Canadá”.

La vida en la nueva casa: una alimentación frugal y ropa sobria

“Tomamos la decisión de prescindir de la carne…Por la mañana desayunábamos gachas de trigo molido o pan sin mantequilla, untado solo con la mermelada de nuestra propia cosecha o con miel…A mediodía se servía verdura, ya fuera cruda, en ensalada, o cocida, para acompañar las patatas; o simplemente patatas asadas, con o sin salsa de cebolla (las patatas aliñadas con aceite de linaza eran el plato típico de los pobres en la zona de Adlergebirge). Nunca había sopa de primero ni postre. Ni guisos de verduras…Por las noches solíamos cenar gachas o pan con margarina. A veces preparábamos rebanadas de pan cocidas en una bandeja de horno muy caliente a las que se añadía ajo rallado…”.

En lo referente a la vestimenta, “Gretel [una voluntaria] y yo nos cosíamos nuestra propia ropa”.

El día a día. Siempre había mucho que hacer

… “sin corriente eléctrica…guisábamos en un horno de leña y carbón, lavábamos la ropa a mano…y planchábamos con un artilugio de hierro…conservábamos los alimentos perecederos en una fresquera o los almacenábamos en el sótano…En los días más gélidos,  nos llevábamos un ladrillo caliente a la cama…Todas y cada una de las boñigas de caballo que aparecían en los alrededores se recogían; cada bosta de vaca se recolectaba con rastrillos y se transportaba en una carreta…Se añadían al conjunto el contenido del depósito de nuestra letrina abundantemente mezclado con serrín de turba, igual que los desechos de la cocina y el huerto”.

También “leíamos mucho…En la pequeña biblioteca del pueblo encontramos La bendición de la tierra, de Knut Hamsun…”.

Muchas estrecheces y duros inviernos. Dependencia del clima. Para obtener dinero con que pagar las simientes o las facturas del médico, venden fresas en el mercado de Grulich, a 13 kilómetros, y comercializan flores. También alojan huéspedes durante el verano. “No existe la autarquía absoluta”…

Además, se dedican a la recolección de hierbas silvestres y bayas: “En primavera recogíamos berros, acederas, vinagreras, las blancas yemas del diente de león...cocinábamos las matas de ortigas cuando estaban tiernas...Salíamos a recoger frambuesas, arándanos azules y rojos, moras de zarza, bayas de saúco y escaramujo con los que preparábamos confituras y jaleas…A finales del verano y principios del otoño, las setas se convertían en un pilar fundamental de la dieta de nuestra familia…Hongos de abedul, setas de calabaza, champiñones, rebozuelos, boletos, níscalos…

Las obligaciones de cada uno y ser autónomos

“En cuanto cumplía los cuatro años, cada niña debía empezar a limpiarse los zapatos…Las pequeñas tenían sus propias tareas: transportar leña, quitarles las impurezas a las lentejas, barrer la explanada de delante de la casa, desgranar guisantes…En cuanto crecían un poco, empezaban a secar los platos, a pelar patatas, a cortar retales de tela en tiras para hacer esterillas, a llevar y traer agua con la regadera…Gudrun [la mayor] era la encargada de vigilar a sus hermanas durante todo el año ”.

Para Gudrun, fue “una infancia feliz en torno a la laguna”


“Hacer cabañas de madera era un juego del que nunca nos aburríamos…La recogida de la patata era toda una fiesta…Los animales formaban parte de nuestra vida…Tuvimos un perro pastor…La gimnasia vespertina con mi padre…los cantos con mi madre…Las muñecas de papel nunca perdieron su atractivo para mí ni para mis hermanas…”.

“Aprendimos a prescindir de las comodidades…, a no perder la cabeza en situaciones muy comprometidas, a buscar la forma de salir adelante sin rendirnos; a improvisar, a mantener a raya nuestras exigencias y reducirlas al mínimo. Aprendimos a tratar con la gente que tenía más que nosotros sin envidiarla. Nos prepararon para la ayuda mutua, para el autocontrol, para ser resolutivos y tenaces…, superar  el egoísmo en situaciones difíciles o desagradables y cumplir con nuestro deber”.

Y continúa: “… durante mi infancia, nunca me consideré pobre…Comíamos hasta hartarnos…siempre dispusimos de suficiente mudas de ropa…Los niños allí nos sentíamos queridos, necesarios y reconocidos, además de protegidos…”.

Ella se reconoce “muy mañosa para las manualidades y el dibujo…Aprendí a aprovechar cualquier material…corteza de árbol, varillas de madera, piñas, juncos y raíces”. Además, tenía una gran imaginación. “Rosinkawiese reunía las características ideales para avivar la fantasía infantil. La naturaleza entera estaba, a mis ojos, habitada por seres visibles e invisibles, a quienes yo humanizaba…”. Así, da un nombre propio  a las ranas y a los álamos.

Sin embargo, reconoce algunas sombras: Al ser la mayor, le tocó cuidar de todos sus hermanos pequeños: “qué lata”…Pero lo que más le fastidiaba es que sus compañeros de clase nunca fueran a jugar  a su casa. Era el peaje que tenían que pagar por ser “raros”.

A pesar de todo, su balance es positivo: “Las huellas de nuestro estilo Rosinkawiese siguen presentes en nuestra forma de vivir hoy en día… y el futuro previsiblemente nos exigirá frugalidad, resistencia ante la adversidad y talento para la improvisación”.

Algunos datos biográficos


Gudrun Pausewang escribe desde 1958. Al terminar la II GM se mudó con su familia a la República Federal Alemana (su padre había muerto en la guerra); estudió Pedagogía y se fue en 1956 a dar clase en colegios alemanes de Chile y luego Venezuela.

En 1967, tras una estancia en Alemania, vuelve a Latinoamérica, esta vez a Colombia, con su marido. Allí nace su hijo Martin en 1970. A partir de 1972, vive en Schlitz, en el estado de Hesse, donde trabaja como profesora hasta su jubilación, en 1989.

Los temas de sus obras son -dichos por ella misma- “el sufrimiento en Sudamérica, la protección del medio ambiente…, la lucha contra el nazismo” y el pacifismo.

Algunos libros de Gudrun Pausewang en castellano

Descalzo por la ciudad


El abuelo en el carromato


La familia Caldera



La nube



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