lunes, 2 de julio de 2018

PENSAMIENTOS DESDE MI CABAÑA, de Kamo No Chomei. La alegría de vivir en soledad



Su autor, Kamo no Chomei  nació en Kamo (donde su padre era sacerdote del templo Kamo, en Kyoto, Japón) en 1155 y murió en Hino (donde escribe sus Pensamientos), en 1216, con 61 años.

“Yo monje bonzo Ren´in [nombre budista de Chomei que significa “heredero del loto”], escribí esto en la cabaña de Toyama al final de la tercera luna del segundo año de la era Renryaku [esto es, en el año 1212]”- termina el pequeño ensayo.

A partir del capítulo 8 se refiere a sí mismo (antes, habla de catástrofes pasadas hasta cumplir los 30 años: un incendio pavoroso que destruye  un tercio de la ciudad; un huracán, una hambruna que consume a más de cuarenta mil personas, un terremoto…Todo ello le hace darse cuenta del “carácter transitorio de las cosas de este mundo”): “…En cuanto a mí, heredé la casa de la madre de mi padre. Viví allí durante mucho tiempo, pero luego las relaciones familiares se rompieron y me vi en la pobreza… Entonces, con ya más de treinta años, se me metió en la cabeza la idea de construirme yo mismo un refugio”…

La nueva morada es la décima parte de la anterior y consta de una sola habitación. Pero aún no es suficiente. Le queda la autoconstrucción…

“Al cumplir cincuenta años, abandoné también aquella casa y me retiré del mundo… a una ladera del monte Ohara”. Sin mujer e hijos, rango o ingresos, “para qué apegarme al mundo” -se pregunta.

Disciplinar la mente  y practicar el camino del Buda

Allí vive durante cinco años hasta los 60. Luego, con unas tablas y unos pasadores metálicos para plegarlas, se construye su último refugio, el más pequeño, una cabaña, hojo, de 3 metros cuadrados “en lo profundo del monte Hino”. “El suelo era la propia tierra, el techo era de paja…”.

Con el tiempo, va añadiendo pequeños espacios: “En el lado este de la cabaña agregué un cobertizo de un metro de ancho…para guardar y secar la leña. En el lado sur, añadí una pequeña terraza de bambú, al oeste de la cual dispuse un altarcillo para las ofrendas…”.

También aprovecha lo que el lugar le ofrece: “Al norte de la cabaña hay un poco de tierra que conforma mi huerto, delimitado por unos arbustos, Allí cultivo todo tipo de plantas medicinales…al sur hay una cañería de bambú con la que traigo el agua de un estanque hecho con piedras. Un bosque cercano me abastece de leña en abundancia”.

En el interior de la cabaña, dispone todas sus pertenencias: “Al suroeste situé una estantería de bambú con tres cestas forradas de cuero en las que guardo libros de poesía y música…Junto al estante, contra la pared, un koto [arpa/cítara] y una biwa [laúd]. Al este, a modo de cama, unas ramas de helecho que me sirven para descansar durante la noche…Al oeste, detrás de un biombo…, un nicho para la imagen de Amida [un buda celestial]…Y sobre la puerta de ese nicho…las imágenes de Fugen y Fudo [dos guardianes]”. La mesa de trabajo, bajo la ventana, al este, y un pequeño hogar para calentarse, conforman toda la estancia.

El día a día

“Cuando no estoy de humor para orar ni para leer, descanso y holgazaneo…Al atardecer…, pulso la biwa”. Cuando siente “la vida fugitiva” por la mañana, “trato de escribir a la manera de Mansami [un poeta]” o contempla los barcos que navegan por Okanoya. “En las noches serenas, mirando la luna por la ventana, recuerdo a los viejos amigos”.

También dedica parte de su tiempo a la recolección: “…los brotes de los juncos que encuentro en las llanuras y los frutos de los árboles que hay en las laderas de las montañas”. “Mis manos son mis sirvientes, mis piernas mi vehículo… ¿no es cierto que caminar a diario es beneficioso para la salud…?”.

Las estaciones y su cambio le proporcionan nuevos estímulos: “En primavera, las glicinas…En verano, escucho el canto de los cucos… En otoño, las voces de las cigarras…Y, en invierno, contemplo la nieve…En cada estación que pasa, la montaña me ofrece su encanto inagotable”. Como él dice, “La belleza de un paisaje, no tiene dueño”…

Buscando la serenidad

“Conociéndome y conociendo el carácter transitorio del mundo, no deseo nada que esté fuera de mi alcance y tampoco me inquieto por lo que no tengo. Solo busco la tranquilidad y el placer que me ofrece la ausencia de toda angustia”.

Y continúa: “La enseñanza del Buda consiste, en esencia, en el desapego hacia todas las cosas”. Eso intenta…

SABER MÁS




https://www.nippon.com/es/features/jg00004/. Koyo, los colores del otoño.



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