“Recuerdo
como si fuera ayer el día en que llegó jadeante a la puerta de la posada,
seguido por alguien que le llevaba su baúl de a bordo en una carretilla; era un
hombre alto, grueso, de tez curtida, con una coleta embreada que le caía sobre
los hombros del sucio capote azul; tenía las manos callosas y llenas de
cicatrices, y las uñas rotas y sucias, y en la mejilla la cicatriz de un sablazo,
de color blanco sucio y lívido. Recuerdo cómo se detuvo a contemplar la caleta,
silbando bajito, y después empezó a canturrear aquel viejo aire marinero que
tantas veces repetiría después: “Quince hombres van en el cofre del muerto,
¡ja,
ja, ja, y una botella de ron”[...]
El fragmento
pertenece a un clásico de la literatura juvenil, La isla del tesoro, de
R.L. Stevenson.
Para mí –independientemente
de lo que puedan decir los diccionarios- es “un clásico” un libro que puede
leerse por todos los públicos en todas las épocas de la historia y cada uno
encuentra algo que le fascina y que le emociona, aunque no sea lo mismo para
todos ni en todas las épocas.
Aunque hay
quien remonta el nacimiento de la literatura infantil y juvenil en España a El
Libro de las bestias, de Ramón Llull - por ejemplo, el director de la
Biblioteca Juvenil Internacional de Munich, dijo en 1972: “El libro de los animales, de Llull, y El Conde Lucanor son los primeros libros infantiles europeos”-, los
expertos no se ponen de acuerdo. Están quienes se refieren a los aleluyas y
silabarios como primeros libros de imágenes ilustrados, o hablan del Orbis Pictus, publicado en 1657, (nombre
e ilustración de las principales cosas que existen en el mundo. Por ejemplo, en
la viñeta 136 aparecen 11 juegos infantiles de la época - el siglo XVII- entre
ellos: los bolos, la peonza, el columpio o los zancos) como el primer libro
infantil de la Historia.
Y qué es
literatura infantil y juvenil?¿La escrita expresamente para jóvenes? ¿La
consumida por ellos?
Mi parecer
es que literatura infantil y juvenil son los libros que los niños han adoptado
como propios y que, además, siguen interesando a una generación tras otra independientemente
de la época o del movimiento literario que rija en ese momento.
Algo que
comparte casi todo el mundo es que “la invención de la niñez” es cosa del siglo
XIX. Antes, los niños eran pequeños
ciudadanos, hombres y mujeres en pequeño, que vestían igual que sus
padres/madres (hecho que se puede ver en la moda y en los cuadros relativos a siglos
anteriores) y se iniciaban en las actividades que luego les corresponderían: la
guerra y la caza o las labores domésticas de bordar y tejer.
En el siglo XIX
empieza a hablarse de las niñeras, los cuartos de jugar, los periódicos y
revistas infantiles o los “children´s books”.
En España,
los primeros cuentos infantiles, publicados por Saturnino Calleja,- con formato
cuento- aparecen en 1884. Todo el mundo habrá oído la frase: “Tienes más cuento
que Calleja”. Antes, la escritora Fernán Caballero, seudónimo de Cecilia Bölh
de Faber, había publicado en el periódico infantil “La educación pintoresca”
algunos de sus cuentos de encantamientos, p.e. “El pájaro de la verdad”.
Se dice que
la lectura surge como medio de moralización. “Los primeros libros infantiles
surgieron para formar buenos ciudadanos”. De hecho la máxima- tanto en los
periódicos como en los libros infantiles- es la de “instruir deleitando”.
En 1891,
Carlos Frontaura, gran conocedor del mundo editorial y experimentado en
empresas periodísticas, escribe en “La edad dichosa”: “Quisiera poder en cada
número recomendaros la lectura de buenos libros, propios para vuestra edad,
pero estamos en España y estos libros son escasos”. Lo cierto es que antes de
1900 apenas hay anuncios de cuentos en los periódicos salvo “Cuentos de la
aldea”, de Doña Faustina Sáez de Melgar y “Cuentos de niñas”, de Doña María del
Pilar Sinués, ambos de la editorial Bastinos, de Barcelona, citados en la
publicación “Los Niños” (1883). Juegos
infantiles como el tejo, la comba, la gallina ciega, el milano, el aro, la
peonza, la linterna mágica o la cometa aparecen ilustrados con litografías o
grabados.
A partir de
1900, la oferta de cuentos será amplia y variada: autores ya consagrados como
escritores para adultos, publicarán en revistas infantiles p.e José Mª de
Pereda y “El raquero”, que luego aparece en “Escenas Montañesas”,
Emilia Pardo
Bazán, Armando Palacio Valdés (“El pájaro en la nieve”) entre los españoles, y
otros extranjeros, traducidos o adaptados (Andersen, Grimm, el canónigo Schmid
(“Genoveva de Brabante”), las novelas de Salgari en forma de folletín...
También es
extensa la lista de libros infantiles y juveniles ofrecidos por las editoriales
en anuncios, o que se regalan como premio a los ganadores de los concursos. Se
sortean obras de Salgari, se regala “Corazón”, de Edmundo de Amicis, el
romancero de El Cid...
En 1914
surge el semanario “Muchachos”, que durará cuatro años. Luego, tras la I Guerra
Mundial y hasta la Guerra Civil Española (1919-1936), es el período más fecundo
en cuanto a calidad y cantidad de revistas, autores e ilustradores. Sus
secciones incluyen cuentos, que podían ser fantásticos, de viajes y aventuras;
historietas, chistes, curiosidades, concursos, pasatiempos y colaboraciones
infantiles. “Pinocho”, definida como “la gran revista de los años 20 españoles”
nace en 1925, dirigida por el ilustrador Salvador Bartolozzi (el de Pinocho y Chapete o Pipo y Pipa). “Macaco” surge
en 1928, dirigida por K-Hito, seudónimo de Ricardo García López, considerado
como el “verdadero creador del cómic español”;
“El perro, el ratón y el gato”, en 1930, dirigida por Antoniorrobles, “el
primer escritor infantil” – a juicio de Ramón Pérez de Ayala. Y la revista Mickey, de la editorial Molino, en 1935.
Junto al
cine, la historieta y el cómic ocuparán cada vez mayor espacio dentro de los
periódicos infantiles. De hecho, el humor gráfico tendrá un gran desarrollo
durante los años 20 y 30. Pero eso no quiere decir que desaparezcan los cuentos
y las narraciones fantásticas inventados por Manuel Abril, Antoniorrobles [“26
cuentos infantiles en orden alfabético”, en 1930, “Hermanos Monigotes”, Premio
Nacional de Literatura, en 1932, etc. Aunque, ya exiliado en Méjico,
Antoniorrobles (1895-1983) confesará: “Había escrito cientos de cuentos para
niños, pero no había leído ninguno; no conocía Caperucita, ni Blancanieves,
ni Corazón”. En su infancia, reconoce
no haber sido aficionado a la lectura: “ni fui travieso, ni fui estudioso; ni
deportista, ni beato. Me gustaba, allá en El Escorial, pasear por el campo”],
Magda Donato, Mª Teresa León o Mª Luz Morales. Ilustrados, a su vez, por
exquisitos dibujantes, como: Bartolozzi, Penagos o Mihura (“El perro
Trespelos”).
Por
entonces, además de la citada Editorial Calleja, han aparecido, en 1923, la
editorial Juventud y, en 1935, la editorial Molino. Precisamente, en “El libro
de las niñas”, publicado por Juventud en 1935, aparece una interesante lista de
libros –clasificados por edades, de 8 a 18 años, en distintos periodos- “que
podrían servir de base a una biblioteca” femenina. Junto a los tradicionales
Cuentos de Grimm, de Andersen, de Perrault, de Madame D´Aulnoy, de Schmid, de Madame Leprince de
Beaumont (“La Bella y la Bestia”), del Padre Coloma (“Ratón Pérez”), otros como
“Maya, la abeja” (1912), de Waldemar Bonseis que, mucho más tarde, hemos
conocido en forma de dibujos animados; Emilio
y los detectives, de Eric Kästner; Bibí,
de Karin Michaelis, o Sin familia, de
Héctor Malot, best sellers infantiles/juveniles en décadas más recientes. Entre 10 y 13 años, la
recomendación es “historias infantiles y adaptación de obras maestras” como
“Heidi”, “Corazón” o “El maravilloso
viaje de Nils Holgersson a través de Suecia”, de la premio Nobel Selma
Lagerloff. De 13 a 15 años, “novelitas y relatos de aventuras y viajes”, como
las obras de W. Scott, J. Verne o Ch. Dickens, Los viajes de Gulliver, La
isla del tesoro o Las minas del rey
Salomón. De 15 a 18 años, “obras clásicas, novelas, biografías y poesía”,
alguna incluso en inglés (“en el caso de que se conozca o estudie la lengua
inglesa”) o francés (“es de suponer que entre quince y dieciocho años una
señorita española conoce bastante el francés”) como: “Flor nueva de Romances
viejos”, de Menéndez Pidal, “Campos de Castilla”, de Antonio Machado, “Rimas”,
de Bécquer, “Romancero gitano”, de Lorca, “Las cien mejores poesías de la
lengua castellana”, “La Odisea”, “La Eneida”, “Don Quijote de la Mancha”,
“Sotileza” y “Peñas Arriba”, “La esfinge Maragata” y “Altar Mayor”, “Guerra y
Paz” o “La vida de las abejas”, de Maeterlink. Y además, “Todas las novelas
publicadas por La Novela Rosa, y
otras colecciones similares, especialmente dedicadas a la juventud femenina”.
P.e. “La niña de Luzmela” y “Dulce nombre”, de Concha Espina; “Kety, amor y dinero”, de L.H. Porter (la de Mary Poppins); “Los amores de Rosa”, de
Berta Ruck; “Los enigmas de María Luz”, de Juan Aguilar Catena; “La Pasajera”,
de Guy de Chantepleure o “Papaíto
piernas largas”, de Jean Webster.
En la
revista Mickey se anuncia la serie Popular Molino: “interesantísimas
aventuras de deportes, detectives, piratas, indios, cowboys y mineros”, con
héroes como Nick Carter, Diamond Dick o Buffalo Bill. La editorial Molino sigue
en nuestros días editando a: Julio Verne, Zane Grey, Perry Mason, Agatha
Christie, o Sherlock Holmes.
La misma
revista recomienda -con motivo de la Feria del Libro del 23 de abril- adquirir
una serie de libros de aventuras clásicas de la literatura juvenil como: Dos
años de vacaciones, La isla
misteriosa, El último mohicano o
Robinson Crusoe.
Por otro
lado, en forma de folletín a pie de página, o de aventura serializada, e
incluso, en forma de cómic, se darán a conocer obras de Salgari, Mayne-Reid,
Oliver Curwood o Rider Haggard.
Guillermo el Travieso,
de R. Crompton, héroe infantil por muchas décadas, aparecerá en “Mickey” en
versión “continuará” y “Dos años de vacaciones”, de J. Verne, se publica en
forma de historieta.
En cuanto al
teatro infantil, desde Jacinto Benavente y su “El Teatro de los Niños” en
1909-10, donde se representará “El
príncipe que todo lo aprendió en los libros” (un título clásico en la
literatura infantil española), “Ganarse la vida” o “El nietecito”, adaptación
del cuento de los hermanos Grimm “El abuelo y el nieto”, habrá que esperar al
“Teatro de Pinocho”, que inaugurará “El duquesito de Rataplán”, de Bartolozzi o
el “Teatro de Macaco”, que inaugurará “Los ojos del bosque”, firmado por “El caballero
del cisne”, en los años 20-30.
Durante la II República, las bibliotecas serán uno de los medios para llevar la cultura a los
rincones más lejados. En Cantabria, fueron 78 las creadas entre 1932 y 1933 en
localidades fundamentalmente rurales (p.e. La Abadilla de Cayón, Bárcena de
Ebro, Bolmir, Matamorosa, Prases, San Miguel de Luena, Soto-Iruz, Valdeolea,
Voto, etc).
Eran dotadas
con un fondo inicial de 100 volúmenes
que incluían obras de la literatura universal y española, clásica y moderna,
arte, ciencias aplicadas, historia, geografía, técnicas agrícola e industrial,
educación, ciencias naturales, ensayos, sociología, lecturas infantiles, viajes,
biografías, diccionarios, etc.
Los autores preferidos por los lectores infantiles -los
más solicitados- eran los clásicos: Perrault,
Grimm, Andersen, Hoffmann, Las mil y una
noches, Homero y Dante, en ediciones extractadas para los niños; las
novelas de aventuras de Swift, Poe, Mayne-Reid, Lagerlöf o Kipling; y biografías
de hombres ilustres como Alejandro Magno, Gonzalo de Córdova, Cervantes,
Napoleón, Franklin o Livingstone, con una clara preferencia por Miguel Servet.
Tras la
Guerra Civil, en 1945, estos eran
algunos de los títulos preferidos por los niños madrileños: en primer lugar, “Celia” y “Cuchifritín”, de Elena
Fortún; luego, Mickey, de Walt
Disney; Tarzán, de Burroughs; las
novelas de Salgari; “Las aventuras de Pinocho y Chapete”, de Bartolozzi; los cuentos
de Calleja, de Andersen y de Grimm; El
libro de la selva, de Kipling; Las
aventuras de Guillermo Brown, de R. Crompton; o los Cuentos de hadas, de la
editorial Molino, entre otros.
Dejemos para
otro día los últimos sesenta años, a partir de 1950…
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