“Soy un cronista perezoso
que ha escrito, que ha terminado por escribir, centenares y más que centenares,
miles de crónicas”.
Así comienza el prólogo a sus
crónicas periodísticas, El whisky de los
poetas, publicadas en 1997.
“Comencé estas crónicas en el
año mítico de 1968, después de visitar Cuba, de pasar tres días en plena
primavera política de Praga… y pocas semanas antes de que me agarrara la
Revolución de Mayo en el corazón estudiantil de París…”.
Cada jueves escribe una con
el estilo de Persona non grata,
invocando a sus “mayores”: “el señor de Montaigne, Stendhal, Joaquín María
Machado de Assis, y el otro Joaquín, al que en casa de mi abuelo paterno llamaban el inútil”; recorriendo “los espacios de
la memoria” y desembocando “en la invención pura”.
Porque eso es para él la
imaginación creadora: “una capacidad de ver
y conocer”: “Lo que los grandes escritores inventan es precisamente una
visión o una imagen de las cosas”.
Él aúna la observación y la
reflexión, la anécdota y el descubrimiento, para crear unas crónicas amenas y
pedagógicas en las que aprendemos cosas.
También nos enteramos de sus
preferencias: “su novela breve El oso
[de William Faulkner] que forma parte de ¡Desciende,
Moisés! es una de las obras maestras de la literatura narrativa moderna”;
sus costumbres: “mis hábitos de explorador de librerías antiguas y modernas”;
sus recuerdos/memorias: “Sardinas y
manzanas [crónica], evocación del París de mi juventud”, “A comienzos de
los sesenta…yo había comenzado a trabajar como secretario de la embajada
chilena en París”, “Cuando llegué a Barcelona, a mediados de 1973…”, “Cuando
ingresé al Ministerio de Relaciones Exteriores, a mediados de la década del
cincuenta…”, “Regreso al pueblo de Calafell…”, “Empecé a escribir poesía en mi
adolescencia…”; sus confesiones: “La generación del antinorteamericano
furibundo fue la mía”. Sus amistades: “Mi amigo Rubem Braga…”.
En definitiva, relatos “no
ficticios”- según la definición de “ficción” y “no ficción”- escritos como
ficción.
Si no se ha leído nada de
Jorge Edwards -conforme al hábito de Delibes, “Como lector, suelo iniciarme con
un autor por lo más corto que encuentre”-
El
whisky de los poetas es un buen lugar por el que iniciarse de este escritor
erudito y “vagabundo”, “optimista temperamental y vocacional”.
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