viernes, 11 de agosto de 2017

DE CAMINO A OKU. Andar en Japón en el siglo XVII


Matsuo Basho nació en 1644 en Ueno, en la provincia de Iga, en Japón. Es considerado el poeta más famoso del periodo Edo y uno de los 4 grandes maestros del haiku, junto a Yosa Buson, Kobayashi Issa y Masaoka Shiki.

En 1662, con 18 años, publicó su primer poema y, a partir de 1680, ya se dedica al oficio de poeta a tiempo completo. Incluso tiene discípulos…

Ese invierno, a sus 36 años, se decide a llevar una vida más solitaria. Sus discípulos le construyen una cabaña y le plantan un banano (basho), que pasará a ser su sobrenombre.
Cuatro años más tarde, a los 40, en 1684, realiza el primero de sus 4 grandes viajes. “No sigo el camino de los antiguos: busco lo que ellos buscaron”.

1684. Primer diario: Recuerdos de viaje de un demacrado saco de huesos

Este comienza: “Siguiendo el ejemplo de un antiguo sabio chino, que había recorrido miles de leguas sin preocuparse de la comida hasta alcanzar el estado de suprema vacuidad, un día abandoné mi humilde choza junto al río Sumida y me puse a caminar. Fue durante la octava luna de otoño del año 1684 y soplaba un viento helador…”. Lo concentra en el haiku: “Saco de huesos./Toca mi corazón/ el viento frío”.

Aquí y Ahora. “El haiku es sencillamente lo que sucede en un lugar y en un momento dado”.

Su hogar estaba en ese momento en la llanura Musashino; en el trayecto, duerme en cama de hierba muchas veces; lleva sandalias, bastón y sombrero. El sonido de las hachas de los leñadores y de las campanas de los templos cercanos le conmueven profundamente. Llega a casa en su aldea natal a tiempo para celebrar el Año Nuevo.

1687. Diario de Kashima

“Durante mucho tiempo había deseado, influenciado por este poeta [Teishitsu], ver la luna llena alzándose por entre las montañas que rodean el santuario de Kashima [dedicado  a una deidad patrona de las artes marciales]…”. Ese es el desencadenante del viaje. Va acompañado de “un samurai sin señor  y un monje peregrino”, los tres con sombreros de ciprés que les han regalado.

1689. De camino a Oku


“…Un día, de pronto, se despertó en mí este deseo irresistible de dejarme llevar por el viento como este hace con las nubes…tuve la necesidad de echarme otra vez al camino…Parecía haber sido poseído por el espíritu del viaje…El día veintisiete del mes de marzo, a primeras horas de la mañana, me puse en marcha…”.

Antes, remienda sus “raídos” pantalones, repara su sombrero de bambú y se echa artemisia moxa en las piernas, “para fortalecerlas”. También presta a una familia su choza de hierbas. Su obsesión es contemplar la luna llena sobre Matsushima y los paisajes de Kisakata. Por delante, tres mil millas y el paso fronterizo de Shirakawa, “la puerta de entrada a las regiones del norte” en esa peregrinación al norte lejano…

Basho tiene una enfermedad crónica y un precario estado de salud a sus 45 años. Sin embargo, ni para ni vuelve atrás: ser un peregrino y contemplar los lugares que han cantado otros antes que él le hacen sentirse vivo.

Soryu, a quien Basho pide que pase a limpio De camino a Oku, dice en el epílogo: “En este cuadernito de viaje se ha recogido todo lo que hay bajo el cielo. No solo lo manido y seco, sino también lo nuevo y colorido. No solo lo que es imponente y perdurable, sino también lo que es frágil y efímero…”.

1691. Diario de Saga

“En el día 18 del cuarto mes del cuarto año de Genroku, viajé hasta Saga, a la Casa de los Caquis Caídos de Kyorai” -comienza este nuevo diario.

En la casa, han dispuesto para él “una mesa baja, un tintero, una caja con útiles de escritura y una serie de libros: los poemas de Bo Juyi [uno de los grandes poetas chinos de la dinastía Tang junto a Li Po], los Poemas chinos de autores japoneses, la Historia de una Sucesión, la Historia de Genji, el Diario de Tosa y la Antología de la Hoja de Pino”…


“Aprovecho para tomar notas para el texto que quiero escribir…Me entretengo escribiendo lo primero que pasa por mi cabeza…Nada me seduce tanto como la soledad” – son algunas de sus entradas. 

1704, póstumo. Diario de mi mochila

“…Fue a principios de octubre…que decidí emprender un viaje…”. Amigos, familiares y estudiantes le donan dinero “para comprar sandalias de paja”, y prendas de vestir: “impermeable de papel encerado, sombrero, manto de algodón y otras…”.

“Desde tiempos inmemoriales el arte de llevar un diario de viaje ha sido una actividad muy popular”. Pone ejemplos como el diario del señor Ki [Ki-no-Tsurayuki, El diario de Tosa], de Chomei [Kamo-no-Chomei, Notas desde mi cabaña de monje] o de la monja Abutsu [Abutsu-Ni,  "Diario de la luna de la decimosexta noche"].



“Los lectores de mi diario encontrarán entre estas páginas una variopinta selección de lo que me ha ido conmoviendo a medida que avanzaba por el camino…Lo que he intentado ha sido proponerles interesantes temas de conversación y serles útil en caso de que alguno de ellos se animara a hacer este mismo trayecto”.

El equipaje del viajero

“Como me gusta viajar ligero, me desprendí de un montón de cosas accesorias…”. Pero hay otras necesarias que debe portar: “impermeable, abrigo, tinta, pincel, papel de escribir, algunas medicinas, la cesta de la comida”. También lleva un sombrero de ciprés que le protege de las inclemencias del tiempo.

A pesar del cansancio y de los pies desollados, “disfruté mucho con las inigualables bellezas naturales [cascadas, cerezos en flor] con las que me topaba en las montañas y en las costas, visitando las ermitas en las que se recluyeron durante algún tiempo ciertos sabios del pasado y, muy especialmente, reuniéndome con personas que lo habían abandonado todo para cultivar alguna disciplina artística”.

Sus únicas preocupaciones: encontrar un lugar apropiado para pasar la noche e “intentar calzar sandalias de paja que fueran de mi talla”. Sin un itinerario fijo, se deja llevar por el camino.

Al llegar a su lugar natal, Ueno, la contemplación del lugar al amanecer,  “campos rojizos de trigo y chozas de pescadores rodeadas de amapolas blancas”, le hace componer un haiku: “Pescan al alba./Entre amapolas blancas,/ rostros morenos”.

Basho muere en 1694, a los 50 años.

En otoño de 1693, había escrito: “Son pocos los que alcanzan los setenta años. El periodo de máximo florecimiento corporal y mental es raro que sobrepase los veinte años. Nuestros primeros cuarenta años, edad a partir de la cual comienza la vejez, transcurren tan rápidos como el sueño de una única noche. A los cincuenta y los sesenta cada vez enfermamos más y presentamos un aspecto lamentable. Nos cansamos pronto, como consecuencia de lo cual nos dormimos al atardecer y nos levantamos en medio de la noche, errando de hora en hora sin saber muy bien qué hacer”. Esto lo decía ¡hace 324 años…!

Basho escribió unos dos mil haikus, tantos como discípulos tuvo. En el haiku es obligatoria una palabra (llamada kigo) que indique a qué época del año se refiere. “Al releerlo [su haiku recién terminado, escrito de manera espontánea], me di cuenta de que le faltaba la palabra estacional”- escribe en el Diario de mi mochila.

SABER MÁS

Thoreau, el equipaje del viajero en el siglo XIX en Estados Unidos


Su amigo Emerson lo describe así en su semblanza: “Llevaba bajo el brazo un libro viejo de música para recoger dentro de él las plantas; en el bolsillo llevaba el diario y el lapicero, un catalejo, un microscopio, la navaja y bramante. Usaba sombrero de paja, botas fuertes, pantalones grises y de mucha resistencia para que no los desgarrasen los arbustos, o para subir, si preciso fuera, aun árbol en busca de un nido de halcón o de ardilla…”. 

Y el de una peregrina del siglo XXI...


"Llevo un saco ligero, un “quita y pon”  de ropa, más otro juego, por si no se seca; los bastones; en vez de toalla, más gruesa y pesada, un fular multiusos. Y más cosas esenciales...". 







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