martes, 12 de febrero de 2013

JOSÉ LUIS SAMPEDRO: VIVIR CON DIGNIDAD INTENSIDAD Y SINCERIDAD


El pasado 1 de febrero cumplió 96 años. Pero, a pesar de la edad, sigue siendo un hombre lúcido y crítico, comprometido e íntegro, atento a la realidad. “Hago literatura protesta”.  http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/sampedro/miradas_carta_apoyo_democracia.htm  


Con algo más de 30 años tradujo la obra de la economista Joan Robinson, Teoría de la competencia imperfecta y, a comienzos de los años 50, traduce la famosa obra de Paul A. Samuelson -Premio Nobel de Economía en 1970- Curso de Economía moderna.

Hoy, sus manuales económicos siguen consultándose en las Facultades de Económicas y continúan en la vanguardia del mundo universitario (En 2009, Economía humanista, algo más que cifras, recoge sus artículos desde el año 1947).

Sin embargo, Octubre, octubre (1981) fue la novela (900 foleos, 19 años de trabajo) que le convirtió en escritor conocido entre el público lector. En 2011, La sonrisa etrusca, su novela “más popular, más vendida, más conocida y traducida”, es llevada al teatro.


 SAMPEDRO, SANTANDER Y SU INICIACIÓN LITERARIA

“Llegué a Santander en julio del 35 (es su primer destino como funcionario de Aduanas) y es aquí, en ese año, cuando esa comezón de escritor que se había iniciado en Aranjuez y afianzado en Madrid durante mi época de estudiante, afloró con la suficiente intensidad como para pasar a la acción”.

Serán la “Segunda antología poética” de Juan Ramón Jiménez y la “Antología de la poesía española contemporánea”, de Gerardo Diego, las que le lleven a escribir sus primeros poemas a los 18 años, impulsado por su lectura.

También funda una revista con su amigo Felipe Gil [hermano del director de cine Rafael Gil. F. fue quien me indicó la existencia de la Cuesta de Moyano con sus casetas de libros de ocasión]. Se llama “Revista de estudios islámicos”, y editan dos números mecanografiados. “Él (Felipe) escribía sobre Oriente Próximo, yo sobre el Sahara”.

Sin embargo, su carrera literaria se inicia con la revista UNO -porque uno, el propio Sampedro, “era el ilustrador, el ensayista, el poeta y el prosista que llenaba todas las páginas”. Eso sí, cada cual con su seudónimo. Para la poesía, firmaba con dos nombres: Adolfo Espejo y Martín Adarga. 



El seudónimo Adolfo Espejo formará parte de su primera novela: “La estatua de Adolfo Espejo”. La empieza a escribir en Huete (Cuenca) al finalizar la Guerra Civil y la termina en Melilla en 1940, con 23 años. Pero por vicisitudes de la vida, no será publicada hasta 1994, sesenta y cuatro años después. “En la portada aparezco retratado en el muelle de Santander en el año 1935”.


La sombra de los días

Su segunda novela, La sombra de los días, escrita en 1947, a pesar de conseguir un accésit, tampoco será publicada hasta 1994.

“Escribí esta historia impulsado por el impacto que me produjo la muerte en la sierra de Espadán (en el frente de Levante), durante la Guerra Civil,  de uno de los amigos de Santander (Germán Sanginés), un chaval excepcional…En la novela traté de contar mi deslumbramiento ante su vitalidad, su aplomo y su energía”.

En ella, hay bastantes páginas de Santander. “Uno de los personajes reside en Santander y, a través de él, metí muchos de mis recuerdos y vivencias santanderinas”.

El Santander de Sampedro

“(Hacia 1935) Por una peseta, las pescadoras del mercadillo de detrás de Correos te daban un cucurucho grande de percebes que completaba en la cafetería de enfrente, el café Áncora, con una gran cerveza por treinta céntimos”.

Con un sueldo de 250 pesetas mensuales, pronto aumentado a 366, podía pagarse una pensión de lujo que costaba 7 pesetas diarias (210 mensuales). Y además, recibir clases de piano y tomarse unos aperitivos.


“El Santander de aquel tiempo no se parecía al de hoy. Cuando se asoma uno a estos miradores, lo que ve enfrente, Somo y Pedreña, vamos, es que ni de lejos. Todas esas edificaciones no existían. Recuerdo que cruzábamos Felipe Gil y yo en lancha hasta Pedreña y allí nos echábamos a andar entre prados y maizales; acabábamos en una iglesita pequeña…Esa iglesita era la divisoria que separa la bahía del curso final del río Cubas, que sale por el otro lado…Al llegar Felipe y yo a la iglesita, se le daba la vuelta y ¡pumba!, se encontraba uno frente al río Cubas, que parecía un lago al que nosotros llamábamos el Peribonka” [como el de una novela de la época, Maria Chapdelaine, de L. Hémon, escrita en 1913 y con una primera versión cinematográfica en 1934, con Jean Gabin].



Don Estanislao de Abarca

En 1936, ya iniciada la guerra civil, conoce en un banco del Paseo de Reina Victoria a don Estanislao de Abarca, “un señor de unos cincuenta años…un patricio y un burgués en el mejor sentido del término”. (Fue padrino en su boda).

En su casa del número 27 del Paseo de Pereda, oirá en gramola a Chopin y a Beethoven y asistirá a sus primeras tertulias.



Al terminar la guerra, y ya Sampedro en Madrid, le facilitará una carta de presentación para José Mª de Cossío que, por aquel entonces, además de crítico literario, dirigía una tertulia en un café de la capital. “Se leyó mis cuentos y me animó mucho a seguir escribiendo”. 

Algunos de ellos fueron publicados "por la inolvidable revista santanderina Proel"; por ejemplo, en los números 7 y 8 (1944), apareció el titulado Ártico, y en el número 13 (1945), el relato La felicidad.



MIS ENCUENTROS CON SAMPEDRO

Nunca he hablado personalmente con él, pero he coincidido o me he cruzado con Sampedro en varias ocasiones. No recuerdo si este ha sido el orden: cuando la filmoteca estaba en plaza de España [en Madrid], nos cruzamos a la salida de una de las sesiones de cine. No sabía entonces que su cumpleaños era el 1 de febrero y me dio rabia leerlo al día siguiente. Estaba segura de que me habría atrevido a felicitarle.
Otra ocasión fue en la biblioteca municipal cercana al metro de Iglesia, donde entonces vivía. Tenía reciente o, al menos, tenía mis notas sobre la novela Octubre, octubre, que me había fascinado, y le hice una pregunta, no recuerdo cuál ¿Sobre los sufistas y su influencia en su obra…?.
Otra vez le vi corriendo ágilmente entre los coches, con su gabardina flotando al viento, hacia la sede o la sala de conferencias del Círculo de Lectores.
Finalmente, una vez que iba comiendo por la calle un sándwich envuelto en papel albal, me crucé con él paseando -creo que por la zona del canal de Isabel II. Pensé algo así como: ¡Vaya! ¡Qué situación más poco glamourosa!
La última, fue en el curso de la UIMP cuyo resultado fue el libro Escribir es vivir. Le pasé a Olga Lucas un relato, Mi padre también fue un niño de la guerra, que quería compartir con él.

Mis notas amarillentas

“Un hombre que escucha mucho y bien. Sabe ponerse en el lugar de otro y recrear de modo convincente lenguaje y actitudes. Cultura enciclopédica. Interesado por lo oriental. Profundamente humano. Sincero. Naturalidad del sexo. ¿Es triste la vejez? ¿Cuánto hay de documentación y cuánto de poso, de sabiduría de años? ¿Crees en la existencia de otro mundo? ¿Piensas a menudo en la muerte? ¿Tienes un tipo de mujer? ¿Cómo educarías a un niño?...”.

SACADO DE AQUÍ Y DE ALLÁ

* Le gustan los chistes, los juegos de palabras y las comedias cinematográficas de los años 30. Es fan de los crucigramas de Fortuny.
* El siglo XVIII es su época favorita.
*Es un gourmet de las patatas en todas sus variedades, con una debilidad especial por las fritas o en tortilla española.
* Lo que de verdad sabe hacer bien es silbar.
* Una obra literaria que valore: Guerra y paz.
* Una película: Intolerancia, de Griffith.
* Sus 3 grandes admiraciones como cuentistas: Maupasssant, Chéjov y Katherine Mansfield.
*Sus maestros en la literatura: los poetas de la Antología de Gerardo Diego; Vida de don Quijote y Sancho y Andanzas y visiones españolas, de Unamuno; Azorín y Baroja; los Ensayos de Montaigne; La decadencia de Occidente, de Spengler; las novelistas inglesas, desde Jane Austen y las Brönte hasta Virginia Woolf; autores rusos como Turguéniev e Iván Bunin; Selma Lagerlof y su Gösta Berling, y  de D.H. Lawrence, El hombre que murió y El hombre que amaba las islas.
* El gran logro del siglo XX: La mejora de la situación de la mujer.
* Reforma que cree más necesaria: La del sistema social.
* Lo que más detesta: El consumismo.
* Su deporte favorito: Charlar.
* Ocupación que prefiere en sus ratos libres: Callejear.
* Rasgo principal de su carácter: La independencia.
* Cualidad que prefiere en el hombre: La dignidad. En la mujer: la dignidad.
* Un deseo: Le gustaría que sus cenizas fueran depositadas en el río Tajo y en el Sena a la altura del Pont des Arts de París.
* Galardones que prefiere: el de Ganchero Mayor de Peralejo de las Truchas, en el Señorío de Molina, y el de Amotinado Mayor de Aranjuez.
* Una curiosidad: Colecciona búhos.
* Su epitafio: “Que ustedes lo pasen bien”.

P.S. Tras su muerte (8 abril 2013), coincidiendo con su centenario, el día 1 de febrero de 2017, al hilo de sus recuerdos sobre la Guerra Civil ("Yo era un muchacho de 19 años, movilizado como soldado republicano en el batallón 109 de la 14 brigada del ejército del norte..."): 


Mi tío Serapio Herreros, un hermano de mi padre, también estuvo en el batallón 109, pero no sé si en la 14 brigada.

Según he encontrado más tarde, por documentos del Centro de la Memoria Histórica (antiguo Archivo de Salamanca), mi  tío pertenecía a la tercera (3ª) compañía; era sargento en la revista que les pasaron el 1 de diciembre de 1936, en Bercedo. Y afiliado a Izquierda Republicana (IR) según una relación de mandos datada en San Miguel de Luena el 9 de marzo de 1937.


El 2 de marzo del mismo año, su nombre y firma aparecen en el boletín de suscripción a la revista Recta, editada por la Federación Socialista Montañesa.

El 20 de diciembre de 1936 escribió en El Impulsor [un periódico de Torrelavega], una crónica “Desde el frente”, titulada “Visionario de guerra”. Nacido el 14 de noviembre de 1914, tenía entonces 22 años.


“No quiero meterme a cronista” -comenzaba. “Quiero tan solo dejar plasmado en letras de molde el papel importante que ha hecho y hace el Batallón 109”. Y continuaba: “Está formado este Batallón por voluntarios que dejaron sus hogares para luchar contra el fascismo el 29 de Septiembre [de 1936]…Manda esta unidad el Teniente de la plantilla de Santoña, Don Bernardo Secedón Marror”. Cita a continuación otros mandos: el Capitán Alejandro Carazo y el Teniente Enrique García, el Vasco, “milicianos ambos”. Los oficiales  Santas, Costilla y Simal, y los capitanes de milicias Manuel Martín y Jesús San Emeterio (capitán de la tercera compañía, “herido en la última operación”).

Siguen reflexiones (“En la guerra se aprende a ver la vida tal cual es, con todos sus defectos, despojada en absoluto de afeites y falsos disfraces con los que se la quiere disfrazar…”) y, a continuación, un relato de una noche en un pueblo, situado en la línea de fuego, habitado por gente misérrima que pierde lo poco que tiene:

“Es una noche oscura. El pueblo, además de los soldados, se halla habitado por esas familias paupérrimas cuyos únicos bienes se componen de una destartalada vivienda, unos deshechos aperos de labranza, y unos pocos acres de tierra semejando pañuelos tendidos al sol, en medio de áreas y más áreas de campo incultivado y yermo.

El caserío, debido a la proximidad de las líneas de fuego, es castigado por el continuo fuego de cañón. Caen obuses por doquier. Aquí derrumban un tejado. Más allá cruje el maderamen y chocan las piezas de una choza que se derruye. En medio de los estampidos, secundado por el sonido de los disparos, alguien corre la voz de que, por efecto de los cañonazos, se están quemando unas casas. Se va al sitio indicado, donde entre humareda y lenguas de fuego que comienzan a lamer los puntos débiles, se deslizan las sombras de sus moradores, llenos de terror, medio desnudos, viendo caer en medio de chispas y llamas el fruto de su trabajo y de su ahorro. Corre por sus rostros atezados por el sol y el aire de estos campos, lágrimas de desesperación, mientras sus cuerpos despojados de vestimenta, cubiertos tan solo de los humildes harapos robados a la destrucción, tiemblan y se conmueven al ver derrumbarse sus fallidas esperanzas de una pacífica vejez.

Está alboreando el día. Pasan por la semipenumbra de la carretera esas mismas gentes de la noche. Van arreando con voz trémula sus raquíticas bestias. Detrás, las mujeres y chiquillos cargados con bultos, semejan esas caravanas emigrantes que abandonan su terruño, su vivir, para buscar en otras tierras menos inhóspitas por la guerra, un poco de paz y tranquilidad.


Esto es la guerra. No solamente sufren sus consecuencias los que en ella toman parte. Hay otros que, aunque estén apartados, no son los menos castigados por sus crueldades…Así abandonan este pueblo. Con el pensamiento en lo que dejan y el incierto futuro a donde van. Son los parias de la guerra. Unas veces estarán aquí, otras allá; siempre cambiando de un sitio a otro…en medio de la amalgama de pueblos y ciudades conmovidas todas por este triste e irrazonado movimiento”.

El relato me recuerda algunos de JLS donde evoca "la guerra en España"...

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