viernes, 18 de octubre de 2013

ALICE MUNRO: LA VIDA, UN EJERCICIO DE OBSERVACIÓN


En la parte final de Mi vida querida (2012) y en algunos relatos de La vista desde Castle Rock (2006), dos de sus últimas obras antes de que decidiera dejar de escribir el año pasado (“Cuando tienes mi edad ya no quieres estar sola tanto tiempo como tiene que estarlo un escritor…Me olvido de nombres o palabras de manera habitual”), hace mención a varios episodios familiares.

“Explorar mi propia vida…Me situaba en el centro de ella y escribía sobre esa identidad, de forma tan escrutadora como me era posible”.

El último párrafo del último relato que quizá haya escrito, dice así: “No volví a casa la última vez que mi madre cayó enferma, ni para su funeral. Tenía dos hijas pequeñas, y a nadie en Vancouver con quien dejarlas. No estábamos para gastar dinero en viajes, y mi marido despreciaba las formalidades. Aunque, ¿por qué achacárselo a él, de todos modos? Yo sentía lo mismo. Solemos decir que hay cosas que no se pueden perdonar, o que nunca podremos perdonarnos. Y, sin embargo, lo hacemos; lo hacemos a todas horas”.

Alice Munro aprovechaba la siesta de sus hijas para escribir en el cuarto de la plancha. “El cuento estaba determinado por el largo de las siestas de mis hijas”.

En su familia ya había escritores: “Mis antepasados llevaban diarios de viaje”. Su padre, al envejecer, “empezó a escribir sus reminiscencias”. (Además, concluyó una novela sobre la vida de los pioneros, titulada Los Macgregor).También eran grandes lectores. “Mi abuelo era un granjero eficaz, un excelente administrador, pero el objetivo de su administración no era ganar más dinero: era disponer de más tiempo de ocio para la lectura”. “Mi padre había leído muchos libros, libros que encontró en casa y en la biblioteca de Blyth y en la biblioteca de catequesis. Había leído libros de Fenimore Cooper…”.

Su biblioteca personal


A través de los relatos, accedemos a su itinerario de lectura. “Los libros que me gustaban: Ana deTejas Verdes o Pat de Silver Bush”. Más tarde, “me sentaba con los pies metidos en el calientaplatos y leía las gruesas novelas que sacaba de la biblioteca municipal: Gente independiente [de Halldor Laxness]…En busca del tiempo perdido o La montaña mágica.

En su casa, ya había leído todas las novelas de la estantería. “No había muchas: Bajo el ardiente sol [de Marguerite Steen, 1941], Lo que el viento se llevó, La túnica sagrada, Descanse en paz; Hijo mío, hijo mío [de Howard Spring, 1938], Cumbres borrascosas, Los últimos días de Pompeya”.


En un verano en que trabajó como “ayuda doméstica”, el señor de la casa le regaló al irse Siete cuentos góticos [de Karen Blixen, 1934]. “Tuve la convicción de que ese regalo siempre había sido mío”. Uno  de los matrimonios que asisten a una fiesta, los Hammond, le recuerdan a The Hucksters [de Frederic Wakeman, 1946]: “gente que bebía mucho, tenía aventuras amorosas e iba al psiquiatra”.


Mientras recoge en los baúles lo que se va a llevar cuando se case, sigue leyendo: “Leí los relatos de A.E. Coppard…Y leí una novela corta de John Galsworthy [Bajo el manzano, 1916]…”.


Una de las últimas veces que vuelve a casa de su padre, ya mayor, recuerda la novela Maria Chapdelaine [de Louis Hémon, 1913].


Sobre sus influencias a la hora de escribir -Alice dice “conexiones personales”-, ella empieza por Eudora Welty. “También amo a Katherine Anne Porter… y a Katherine Mansfield, una de mis escritoras favoritas, una inspiración”.

En una ocasión en que le preguntan por autores españoles y latinoamericanos, responde: “Conozco y he leído bien a Borges…También al español Javier Marías…me gusta su forma de escribir fría. Conozco mucho a Alberto Manguel y he leído a Vargas Llosa y García Márquez. Pero de todos los países latinos, el que más me fascina es Brasil. Amo a Elizabeth Bishop, una escritora estadounidense, que vivió durante su infancia en Canadá y escribió sobre Brasil…”.

Entusiasta de la naturaleza, “en secreto”

Munroe cuenta que, en su sociedad granjera y ocupada, ciertas cosas se veían como extrañas, casi un lujo, o una excentricidad. “Se consideraba que la gente que admiraba abiertamente la naturaleza – o que incluso llegaban al punto de usar esa palabra, “naturaleza”- estaba un poco mal de la cabeza…No se fomentaba el interés en conocimientos no prácticos de ninguna clase…Nadie esperaba que el esparcimiento formase parte de la vida en el campo de manera regular”.

“Ese sentimiento, al principio, partió de los libros…de los cuentos para niñas de L[ucy].M[aud]. Montgomery…Más tarde, se fundió con otra pasión privada, que era la poesía”.

Para ella es algo tan “definitivo” que forma parte sustancial de sus relatos.
“En mi tiempo libre lo que hago es ir manejando por el campo con mi marido, [Gerald Fremlin, su segundo marido desde 1976] que es geólogo y geógrafo, identificando cosas del paisaje…Mis libros tienen mucho sobre el campo y los paisajes, así que siento esos paseos como parte de una investigación previa a la escritura”…Mi paisaje preferido es la morrena con kames…Las morrenas con kames son todas irregulares y caóticas, impredecibles, con un aire de azar y secretos”.

La vida, un ejercicio de observación

No faltan en estos relatos autobiográficos “de sentimiento” referencias a ella misma y a su carácter.

Refiriéndose a su formación y a su manera de ser, ha dicho: “Me educaron para creer que lo peor que podía hacer era llamar la atención sobre mí, o pensar que era inteligente o brillante…Destacar no era una buena idea”.

Con su padre, reconoce compartir “la costumbre – no muy digna de elogio- de decir a la gente más o menos lo que creemos que le gustaría oír”.

Modesta, cuando ya es una mujer de fama mundial, confiesa en una entrevista: “No soy realmente una intelectual. Era una buena ama de casa (durante 30 años cocinó para su familia), pero no algo tan grande”. En 1961, en un diario de Vancuver, el titular que la presentaba como escritora era: “Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos”.

Al escribir, es consciente de lo difícil  y lo complejo que es retratar  a un ser humano. “Cuando uno escribe sobre personas reales, siempre se encuentra con contradicciones”. (Relato Trabajar para ganarse la vida, de La vista desde Castle Rock).

Y, sin embargo, a pesar de su seriedad, también hay lugar en su vida para el ocio y la frivolidad. Sus “placeres secretos”: la ropa y salir de shopping, mirar escaparates. “Cuando nadie me mira, devoro el “Vogue”…



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