La creadora de Celia
pasó un tiempo en Torrelavega y Santander. Ahora, aprovechando la reedición
de Celia en la revolución, recupero
un escrito de 2003.
Mil gracias a Esperanza Fernández Abella por su amabilidad.
Lo cuenta Marisol Dorao, profesora universitaria y escritora, en su
biografía Los mil sueños de Elena Fortún, publicada en 2001 en Alboroque
Ediciones.
En el verano de 1916, aconsejada por el médico naturista que atendía a
la familia, el Dr. Ibarra, Elena Fortún viaja a Santander con sus dos hijos,
Luis, de 6 años, y Bolín, de cinco.
Ella tenía treinta y uno.
“Las aventuras de aquel verano, cogiendo conchas, caracolas y
cangrejos, perdiéndose en una barca y quedándose aislados en una roca a la
subida de la marea, las contará Encarna (Encarnación Aragoneses Urquijo era el
verdadero nombre de Elena Fortún) más tarde en Celia y sus amigos y en Celia
en el mundo – escribe Dorao.
Ella misma, con algo más de diez años, en 1897, y debido a su frágil
salud, había acudido con su madre, Manuela (Urquijo),
a los baños de ola de El Sardinero. Entonces se alojaron en una fonda
familiar en la hoy Avenida de los Hoteles,
el Hostal París.
En 2003, el ahora Hotel París sigue siendo un negocio familiar (ya
seis generaciones), que abre solo la temporada de verano, del 1 de julio al 30
de septiembre, dirigido por Esperanza
Fernández Abella tras la muerte de Pilar Fernández Martín, su anterior gestora.
“El dueño de la fonda tenía dos hijas un poco mayores que Encarna a
quienes la niña admiraba muchísimo porque salían con chicos y hablaban de
trajes y de modas, y la niña creía entrar con ellas en un mundo mágico de
fantasía.
Un domingo por la mañana en que su madre (que, como de costumbre, no
se encontraba bien) se había quedado en la cama, Encarna, sentada en el mirador,
vio pasar a las dos hermanas, que la llamaron:
-
¿Quieres venir a
misa con nosotras?
-
Bueno...
Fueron a la ermita de San Roque, sobre un peñasco
que dividía dos playas. Como era temprano, solo estaban en misa las criadas de
los hoteles y algunas viejecillas. La luz lechosa de la mañana nublada entraba
por los ventanales, y la pequeña iglesia, a aquella hora, estaba blanca y pura
como una perla...
Las tres niñas se fueron hacia delante, y se arrodillaron en el primer
banco, pegadas a la barandilla del altar. Cuando salió el sacerdote y comenzó
la misa, Encarna, que se había puesto a rezar, se sintió de pronto llena de un
dulce bienestar que parecía levantarla en el aire: ya no estaba de rodillas en
el suelo, sino arriba, a los pies de la virgen, en lo más alto del altar,
rodeada de una luz blanca y purísima...
Sentía los párpados pesados...le costaba abrir los ojos...empezó a oír
hablar a lo lejos, y luego las voces se fueron acercando...
Cuando por fin pudo abrir los ojos, se encontró en la puerta de la
ermita rodeada de personas que le daban aire, y oyó decir:
- ¡Se ha puesto mala, se ha puesto mala!”.
TORRELAVEGA, 1917-1919
En 1917, a su marido Eusebio de Gorbea, militar, le conceden el
reemplazo a Torrelavega. La madre de Encarna había muerto en febrero y a ella
le horrorizaba la idea de quedarse en Madrid. Por otro lado, los niños estaban
continuamente enfermos y quizá un cambio de aires les sentara bien. Cecilia,
hermana de su amiga Mercedes y casada con un santanderino, Manuel Martín de la
Escalera, le había dicho que en Torrelavega había muy buenos colegios para
niños y el ambiente allí, un pueblo, tenía por fuerza que ser más sano que el
de Madrid.
“La ilusión del principio se desvaneció enseguida: no encontraron
colegio para los niños, que se pasaban todos los días metidos en casa... A pesar
de todo lo que le habían hablado de los colegios tan buenos de Torrelavega,
Encarna no había encontrado más que dos opciones: o colegios religiosos, “con
capilla, cura y enseñanza religiosa a todo trapo” o las escuelas laicas de las
sociedades obreras y republicanas, con un aspecto de cosa política y socialista
que le parecían aún peor que los otros” – relata Marisol Dorao.
Por otro
lado, estaba el tiempo. El 8 de noviembre de 1918, le escribe a Mercedes, su
amiga canaria: “Aquí no deja de llover: hace dos meses que no vemos el sol dos
días seguidos. Con esto, la epidemia de gripe, sigue, y nosotros a ratos
estamos muy abrumados y muy tristes y con ganas de escapar. Eusebio reclama
contra las tierras del norte, tan húmedas y tristes, y a veces pensamos si
sería mejor volvernos a Castilla...”.
Eso hacen. A finales de febrero de 1919, a instancias de Eusebio, el Capitán General de la Sexta Región le concede autorización para trasladar
de nuevo su residencia a Madrid.
SANTANDER, HOTEL PARÍS, 1921
Sin embargo, volverán otra vez, de vacaciones, en el verano de 1921
(vendrán sin su hijo pequeño Manuel, Bolín,
que había muerto a los diez años, de una encefalitis letárgica, en abril de
1920): “ Primero fueron a Torrelavega,
pero no se quedaron porque en la fonda no había manera de seguir el régimen
vegetariano que estaban haciendo y, como Cecilia, la hermana de Mercedes,
estaba en Santander, fueron allí, alojándose en el Hotel París, que Encarna ya
conocía, y donde sí les podían hacer el régimen” -cuenta Marisol Dorao.
ELENA FORTÚN ESTUVO AQUÍ: NIÑA, DE 1897 a 1899. CASADA, EN 1921
En diciembre de 2003, ya con todo el hotel recogido, quedo con la actual
directora del hoy (2016) Hotel París, Esperanza Fernández Abella. Juntas,
miramos los libros de los primeros tiempos del hotel.
Encontramos la primera anotación el
19 de julio de 1897: Manuela Urquijo [madre de Elena Fortún], casada, profesión: su casa,
procedente de Madrid.
Entonces
regentaba el hostal Felipa Brera, su bisabuela, viuda de Cayetano Martín, y con
dos hijas: Pilar y Concha Martín Brera, las dos niñas con las que Encarna va a
misa a la ermita de San Roque.
El nombre de la madre de Elena Fortún, Manuela Urquijo, vuelve a
aparecer el 24 de julio de 1898,
junto a la edad de 50 años, así como el 20 de
julio de 1899.
Luego, no
aparecen nuevos asientos familiares hasta el
verano de 1921: El 21 de agosto, concretamente, a nombre de Eusebio Gorbea,
marido de Encarna/Elena Fortún, “y familia”. Se quedarán casi un mes, hasta el
18 de septiembre.
En el libro
donde se anotan las comidas, el 19 de agosto consta la anotación: “Cenar Don
Eusebio Gorbea, Sra. e hijo”. Al lado, el número de la habitación, la 51 (hoy,
la 223), el número de días (30), el precio (27 ptas. por cena, 9 pesetas cada
uno), y el total (810 pesetas, unos 5 euros de hoy).
ALGUNAS
REFERENCIAS A SANTANDER Y TORRELAVEGA EN SUS LIBROS
En Celia, lo que dice, el primero de la
serie, publicado en 1929, cuenta “Este
año hemos venido al Sardinero, y todo el día estamos en la playa”... “Bajando,
bajando llegaron a un bosque de hongos tan altos como Piquío...” – relata
Celia al corro de amas y niñeras.
Más
adelante, en el capítulo “El baño y el bañero”, comenta: “Papá me llevó una tarde de paseo en el coche hasta Torrelavega”. Las
ilustraciones de Molina Gallent salpican el texto con dibujos playeros.
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