Una
es la Premio Nobel 2016, Svetlana Alexiévich, quien, en una entrevista, dijo:
“Para eso he escrito mis cinco libros, para explicar cómo terminó la versión rusa
del comunismo, con un enorme derramamiento de sangre…”.
La
otra es Marina Tsevietáieva, una poeta que escribe, a pie de calle, al hilo de
los acontecimientos, en su diario (Diarios
de la Revolución de 1917). Dirá que ella no escribe, que solo transcribe…
Svetlana en
el “prólogo” de El fin del “Homo
sovieticus”, titulado “Apuntes de una cómplice”, se confiesa: “Yo fui
octubrista…, fui pionera y miembro del Komsomol [organización juvenil del
Partido Comunista de la Unión Soviética]. La desilusión me llegaría más tarde…”.
“Cada
cual tiene su verdad” (José Luis Sampedro)
Y, sin embargo, sigue
sorprendiéndola “lo apasionante que puede ser una vida cualquiera. O la infinidad
de verdades que esgrimen los hombres, cada uno la suya”…
El
rumor de la calle
Svetlana sale a la calle a
preguntar “sobre el amor, los celos, la infancia, la vejez…sobre infinidad de
detalles de una vida que ha desaparecido…No hago preguntas sobre el
socialismo…”, pero lo que recibe es lo que la gente ve, piensa y siente sobre
cómo era antes y cómo es ahora:
“…Es cierto que nos
tirábamos horas haciendo cola para comprar pollos azulados y patatas podridas,
pero teníamos una patria…Gorbachov me robó la patria…La patria de antaño ha
sido sustituida por un enorme supermercado”.
“En lugar de inundarse de
sangre, el país se inundó de cosas”.
“Las personas decentes han
desaparecido. Ahora se han impuesto los codazos y los mordiscos”.
“¡Yo estoy orgullosa de la
vida soviética! No teníamos una vida lujosa, pero sí una vida normal… [Ahora]
Quieren convencernos de que la libertad es el dinero y el dinero es la
libertad”.
“¡A mí Gorbachov me enamoró
desde el primer momento!...Por fin teníamos un líder normal, ¡que no nos hacía
sentir vergüenza ajena!...Subía a las tribunas y pronunciaba sus discursos sin
notas…Ahora sabemos que ni siquiera el propio Gorbachov esperaba que las cosas
fueran como fueron. Quería implementar cambios en el sistema, pero no sabía
cómo hacerlo. Nadie estaba preparado para ello…”.
Las
cocinas rusas, “nuestros pequeños rinconcitos de libertad”
En las cocinas rusas se
hablaba de todo lo divino y humano, se arreglaba el mundo. Se criticaba al
poder soviético, se hablaba con franqueza…subiendo el volumen de la radio o el
televisor, por si acaso. “Antes debatíamos en las cocinas…”. Allí también estaba la cultura. “Leíamos los libros prohibidos juntos: El doctor Zhivago, la poesía de
Mandelstam…”. “Vivíamos
en las cocinas…En las cocinas de nuestras casas o en las de nuestros amigos nos
reuníamos a beber vino, escuchar música, hablar de poesía…Esas sociedades
secretas que se reunían en las cocinas han desaparecido…”.
Marina
desmesurada e insolente
Marina
Tsvietáieva (Moscú, 1892- Yelábuga, 1941) no se corta. Dice en cada momento lo que se le
pasa por la cabeza, sin miedo a represalias, sin autocensurarse. “Cayó,
víctima, en suma, de la revolución bolchevique de 1917”- escribe Irma Kúdrova
en el prólogo. Se suicida en Yelábuga en 1941, un 31 de agosto. Tenía 48 años.
Antes, escribe una carta a
su hijo pequeño, Gueorgui, Mur en argot familiar, de 16 años. Le dice que está
gravemente enferma, que lo ama locamente y que había caído “en un callejón sin
salida”.
A sus amigos escritores les
pide que no abandonen a su hijo y que lo lleven a Chistopol con Aséyev, un
escritor amigo. “Quiero que Mur viva y estudie”. Luego, les implora: “¡No me
entierren viva! Compruébenlo bien”.
Marina se colgó. El 26 de
agosto había pedido trabajo como “lavaplatos” a la Unión de Escritores. Y en su
Diario de fines de 1940, había escrito: “Nadie ve, nadie sabe que desde hace ya
un año (aproximadamente) busco con los ojos un gancho…”. El 27 de agosto de
1939 habían arrestado a su hija Ariadna y el 10 de octubre a su marido,
Serguei.
En la última carta a Aséyev,
además de pedirle que se haga cargo de su hijo, le encarga vender todas sus
cosas (“Tengo en el bolso 150 rublos…En el baúl hay algunos libros de poesía
escritos a mano y un paquete con algunos textos en prosa”). Y termina, disculpándose:
“No pude más”.
Con el tiempo, algunos de
sus primeros versos, se harán realidad: “…Dispersos entre el polvo de las
tiendas,/donde nadie los ve ni los verá,/como a vinos excelsos, a mis versos,/
también les llegará su hora” (1913).
Marina contada por su hija
Marina contada por su hija
Será su hija Ariadna quien
se encargue de rehabilitar a su madre y de poner en valor sus textos. En 1988,
13 años después de su propia muerte, en 1975, se publica Marina Tsvietáieva, mi madre.
En este trabajo, que incluye
Páginas de recuerdos y Páginas del pasado, habla de su madre
con admiración, conocimiento y amor. “Marina me enseñó…a llevar un diario
íntimo…hacia los seis o siete años”. En diciembre de 1918, con apenas 6,
escribe sobre su madre: “Mi madre es muy extraña. Mi madre no se parece en nada
a una madre…Mi madre es triste, rápida; le gusta la Poesía y la Música. Escribe
versos. Es paciente, siempre lo soporta todo. Se enfada y ama. Siempre tiene
que ir corriendo a algún lado. Tiene un gran corazón, una voz que acaricia y andares
rápidos. Marina siempre lleva sortijas. Marina lee por la noche…No le gusta que
la acosen a preguntas estúpidas; cuando eso ocurre se enfada mucho. A veces
anda como si estuviera perdida, y de pronto parece como si despertara: se pone
a hablar, y luego otra vez es como si se marchara a alguna parte”.
Cuando hace algo bien, su
madre no la recompensa con mimos y regalos, sino con algo mucho mejor: “… la
lectura en voz alta de un cuento, un paseo en su compañía o una invitación a
visitarla en su habitación”.
“Vivir sencilla y ejemplar”
“Mi fiesta en la vida es la
poesía”- escribe Marina en carta a unos amigos.
En otra carta de 1940,
cuenta a una amiga lo poco que necesita para ser feliz: “Mi mesa. La salud de los míos. Cualquier clima. Toda la libertad. Y
nada más”.
En 1910 había publicado su
primer libro de poemas: Álbum vespertino.
Y en 1912, el segundo, Linterna mágica.
En 1919, su vida no es nada
fácil -como narra en su relato
autobiográfico Mi buhardilla: “Escribo
en mi buhardilla -creo que es 10 de noviembre…Desde marzo no sé nada de
Seriozha [Serguéi Efrón, su marido desde 1912]…Vivo con Alia [Ariadna] e Irina
(Sus hijas: Alia tiene 6 años, Irina 2 años y 7 meses) en la calle de Borís y
Gleb [nº 6], frente a dos árboles, en la buhardilla que era de Seriozha. No hay
harina, no hay pan; bajo el escritorio –unas doce libras de patatas, lo que
queda del pud que me prestaron los vecinos-, ¡no queda nada
más!”.
Su cuarto es: “la ventana
alta en el techo, la cubeta en el suelo, trapos en cada silla, el hacha, la
plancha, la sierra de los Goldman…”.
Su día: “Me levanto…sierro
[corta y sierra la madera de las vigas de la buhardilla]. Pongo la estufa. Lavo
en agua helada las patatas que luego hiervo en el samovar…Después viene la
limpieza…la cubeta…es la protagonista de nuestra vida…[Luego] al jardín de
niños…por la ración reforzada; de allí al comedor de Praga (con la tarjeta que
me dieron los zapateros); del comedor de Praga (soviético) a la extienda
Guenerálov- por si están distribuyendo pan; de ahí, de nuevo, al jardín de
niños, por la comida; de ahí, por la escalera de servicio, a casa…A las diez ha
terminado el día. A veces sierro y corto madera para el día siguiente. A las 11
o a las 12, yo también me acuesto”.
Día y noche lleva el mismo,
y único, vestido: “de bombasí marrón, que una vez encogió enloquecidamente…Está
todo quemado por el carbón y los cigarrillos que le caen encima. Las mangas,
antaño con goma elástica, ahora van enrrolladas y aseguradas con un alfiler”.
Su hija mayor, Alia, de seis años, lleva el mismo “abriguito azul, cosido
cuando tenía dos años”.
Mi
entusiasmo por Alemania [antes de Hitler y de la IGM]
Otro de sus relatos en el
que hay varios datos autobiográficos es el titulado “De Alemania” (incluido en Fragmentos de mi diario de 1919).
“Es el país de la libertad…Me
dejaban ser…”. En 1908, con 16 años,
ella y su hermana Asia conviven con la familia de un pastor protestante en
Loschwitz, cerca de Dresde. “Fumo, el cabello corto, los tacones de cinco vershóks…”, -cuando todo el mundo
llevaba sandalias.
“Para mí, Alemania es la
continuación de la Grecia antigua, joven”. La considera herencia de su madre,
igual que la Música o el Romanticismo. “La Música la percibo a través de
Alemania, como lo amoroso de Francia, y la tristeza de Rusia”. “Hay en mí
muchas almas. Pero mi alma principal es alemana…Cuando me preguntan: ¿Quién es
su poeta preferido?...suelto de golpe una docena de nombres alemanes…-¿Qué ama
usted en Alemania? -A Goethe y el Rhin…En Alemania me seduce el ordenamiento
(es decir, el simplificamiento??/la simplificación) de la vida exterior”.
Hace tres reflexiones sobre
Alemania y Rusia: “Hay en Heine una profecía a propósito de nuestra revolución:
… “Toda la nieve será de sangre”.
Sobre las “ferocidades
alemanas”, dice: “Cuando a la gente, aglomerándola, la privan de rostro, primero
se vuelve rebaño, luego se vuelve jauría”. Algo que podría aplicarse a todas
las guerras y que Elías Canetti desarrolló en su obra Masa y poder.
Y hay una tercera
consideración para los colegiales y los muchachos que conocen durante su
estancia en Alemania en 1908: “¡Hellmuth, Christian, colegial Volodia! ¡Quién
de vosotros habrá sobrevivido a los años 1914-1917!”. Ella escribe esto en
Moscú en 1919, ya finalizada la I Guerra Mundial.
Marina vivió la I Guerra
Mundial, la Revolución Rusa y el inicio de la II Guerra Mundial. ¡Demasiado!
Como Virginia Woolf, no lo pudo soportar. Cinco meses antes que Marina, el 28
de marzo (de 1941), Virginia se hunde en el río Ouse, con el bolsillo lleno de
piedras…
P.S. No sé por qué me vienen
a la cabeza unas palabras de Ana Mª Matute respecto a los seres humanos:
"Siempre hay unos que aporrean a los otros y no porque sean más fuertes,
sino porque unos quieren aporrear y otros no". Lo uno a las palabras de un
superviviente de los campos de trabajo: “Es posible sobrevivir al campo de trabajo,
pero no a los seres humanos…”.
P.S.2. Desde 2007, hay una
estatua de Marina Tsvietáieva, obra de Nina Matveeva, en una pequeña plaza
cercana a su casa de Moscú. En 1992, la casa de Boris y Gleb número 6 se
convierte en el “Museo de Marina Tsvetáieva”.
SABER
MÁS
http://www.eldiariomontanes.es/culturas/libros/201701/22/papeles-revolucion-rusa-20170122005554-rc.html.
Los papeles de la Revolución rusa.
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/01/27/babelia/1485532030_075027.html. La
Revolución rusa cien años después.
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