“Cuando era niño pensaba que
moriría antes que mi madre…”- comienza el relato. Ella vive en Atenas; él, en
Estocolmo desde hace más de cuarenta y tres años. La llama por teléfono los
sábados y va a verla una vez al año, al menos.
“Los dos hemos envejecido
[él ha cumplido 68; su madre, 92] y ha llegado el momento de hacer lo que
siempre quise: escribir sobre ella”. (Aunque lo escribe en 2006, no lo
publica hasta 2020…).
Pero se debate entre
preservar la naturalidad del encuentro (“El hijo que hay en mí quiere estar con
ella como antes, sin ningún propósito. Que nos sentemos en el balcón, que oiga
yo sus quejas sobre el Gobierno o sobre la carestía de la vida y que ella me lea la taza”) y someterla a un tercer grado…
Su madre hizo de él un
escritor -dice. “De ella heredé el anhelo de narrar una historia”.
Su padre, un hombre introvertido cuya preocupación fue siempre el futuro, escribe a los 82 años (un poco antes de morir) un texto sobre su vida, “sobre el origen de nuestra familia”, a petición de su hijo Theodor. “Gracias a este texto sé lo que sé de él y de su encuentro con mi madre”… Mientras vuela a Atenas, empieza a traducir el texto al sueco para sus nietos (entonces, Casandra y Jonathan; más tarde, también Bonnie). Y el relato se va entrecruzando con su estancia de siete días en Gizi/Gyzi, su barrio ateniense, y “el punto de partida de los sueños”, a donde llegó del pueblo de Molaoi en 1946. ¿La última vez que ve a su madre…?
Dar
testimonio
“Cuando lo concreto se
pierde, es reemplazado por los clichés. Por eso debemos dar nuestros
testimonios. Por cada recuerdo que se pierde llega un tópico en su lugar”…
Él quiere dejar a sus nietos
“el aroma de una vida”. En ella, los antepasados y los mitos (“la fuerza del
mito”) ocupan un lugar fundamental. Para Kallifatides, es imprescindible
conocerlos: “¿Cómo puede vivir alguien una vida verdadera si no tiene detrás de
sí la sombra de la humanidad…?”. “Cada nombre tiene una historia”. Él leyó
mucha mitología griega durante un buen tiempo.
Elogio
de sus maestros
“Siempre voy a honrar su
memoria…”. Hace un repaso de sus maestros inolvidables: en la escuela de
Atenas, el señor Pablo, “la primera persona que me hizo reparar en el don que
me había sido concedido…”[el de contar historias en sus redacciones]; en el
colegio, su profesor de Griego Clásico y Latín, Yannis Raisis, que le hace
descubrir la gran poesía “como castigo por hacer novillos, me obligó a leer los
poemas de Catulo”; o el profesor de Historia, el señor Ilías Georgiu, a quien
ayuda en sus investigaciones. Y, ya en Suecia, el profesor Harald Ofstad, en la
universidad de Estocolmo, y el profesor Marc Wogau, en la universidad de
Uppsala. “¿Por qué en nuestros días no se estima a los buenos maestros…?
Su
madre, Antonía
Es silenciosa, discreta por naturaleza… “Adoro esa tranquilidad que crea a su alrededor”. Vela por el pasado y “fortalece los eslabones”: “Puede señalarle a cada uno de nosotros el lugar que ocupa en la cadena”. Su casa está repleta de fotografías... Le apasiona la política y sigue todos los debates en la televisión. “Tiene una opinión sobre todas las cosas”. También destaca su sentido de humor y lo que le gusta reír. Además, lee la taza [los posos de café]. Y siempre tiene la última palabra…
El
hijo más pequeño
Theodor es el hijo más
pequeño. Su madre le cuenta el niño tan raro que era él: todo lo investigaba y
todo lo preguntaba: “¿Qué es esto y cómo funciona?...”. Y leía todo el rato:
“Este niño jamás se cansa de leer”. En el último año de colegio estudiaba en
una mesita baja, con las piernas cruzadas. “No te cabían las piernas debajo de
la mesita en que hacías tus tareas”. “Si algo extraño de mi juventud, es la
dicha extasiada de leer a Dostoyevski por primera vez, o a Hamsun”- confiesa Theodor…
Él se recuerda, con 8 años, “escuchimizado, patizambo; hablaba en dialecto
y tenía miedo de los niños y niñas de la ciudad”. Con 11, enamorado de Meri -sin esperanza
alguna-, como un “muchachito flaco de piernas
torcidas”, con una gran nariz (“gruesa y un poco obscena”).
Atenas,
plaza de Gizi. Días largos e intensos
El sexto día de su estancia describe una
mañana ateniense de mediados de mayo: “Un cielo grande con un sol grande, verduleros
ambulantes, perros, voces infantiles y, con todo, serenidad en el alma y
quietud en el espíritu”.
Entre
dos culturas
Para él no resulta incómodo vivir en dos sociedades tan distintas: la sueca y la griega. “Entiendo tanto la manera griega de proceder, como la sueca. Ambas tienen sus cosas buenas”…”En Suecia lavo los platos y la ropa, limpio la casa, plancho mis camisas y las blusas de mi mujer…En casa de mi madre no hago nada…”. Solo le permite hacer el café. “El café no es trabajo, es amor”…
De Estocolmo, extraña a su familia, sus “contados amigos, la Plaza Popular
a las ocho de la mañana, cuando el florista kurdo pone en su puesto los claveles
baratos de Polonia”…; su escritorio (“mi pequeño estudio desde donde veo, por una
de sus ventanas, la cúpula de Santa catalina”) y su trabajo.
La frase que oyó en su cabeza en “el balcón
de mamá”
El balcón que da a la calle Agios Jaralampos es una incitación a la escritura.
“Siento como si ahí me estuviera esperando una historia”. Es un lugar en el que
no puede estar sin escribir…De repente, oye en su cabeza una frase que no había
oído nunca. No nos la dice. “Puede ser el principio de mi próximo libro…”. Así que tendremos que esperar…
SABER
MÁS
https://quefluyalainformacion.blogspot.com/2020/02/otra-vida-por-vivir-un-inmigrante.html. Otra vida por vivir.
https://elcultural.com/theodor-kallifatides-la-unica-defensa-frente-al-fanatismo-es-hacer-preguntas-y-dudar. Theodor
Kallifatides: "La única defensa frente al fanatismo es hacer preguntas y
dudar".
https://www.elmundo.es/cultura/laesferadepapel/2019/09/24/5d850361fdddffe2698b45de.html.
Theodor Kallifatides: “Europa ha hecho de la vejez una enfermedad”.
https://www.youtube.com/watch?v=R7CVoNvy3VE. Mi gran boda griega (1 y 2). Película.
Tópicos y costumbres. https://www.youtube.com/watch?v=nnVMh3uDwwE.
https://www.youtube.com/watch?v=LPsBKSBg6EY. Sinfonías de Hamburgo, de Bach, hijo
(Carl Philipp Emanuel). “Este libro lo escribí con la única compañía de las
Sinfonías de Hamburgo…Desde la primera vez que las escuché me sentí ligado a
ellas…”.
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