miércoles, 21 de noviembre de 2012

MATERNIDAD Y CREACIÓN. SER MADRE Y ESCRIBIR SOBRE ELLO

El libro Maternidad y creación. Lecturas esenciales  (2007), editado por Moyra Davey, fotógrafa y recopiladora, es un ensayo-antología muy revelador sobre la experiencia de madres escritoras, relatada por ellas mismas.



“En Maternidad y creación he querido reunir muestras de las mejores obras sobre la maternidad de los últimos ochenta años, textos que expliquen de primera mano la experiencia de ser madre…y la lucha de las mujeres escritoras con hijos”.

La escasez del “yo” de la madre en literatura (la madre-tal-como-está-escrita versus la madre-escritora)

“Las madres no escriben, están escritas” -apunta Susan Rubin Suleiman, autora de Escritura y maternidad. “Necesitamos tener más información, más entrevistas, diarios, memorias, ensayos, evocaciones de madres escritoras”.

“Las madres que han sido escritoras a “jornada completa” han sido muy escasas hasta el siglo XX y las grandes mujeres escritoras han sido, salvando unas pocas excepciones, mujeres sin hijos durante sus vidas de escritoras”- escribe Tillie Olsen en Silencios.

“Una mañana me di cuenta de que nunca había leído un poema sobre el embarazo y el parto” -cuenta Alicia Ostriker en Maternidad y poesía: una suposición atrevida. Ella misma, a raíz de la experiencia de sus dos embarazos compone el poema largo Salir una vez más de la oscuridad. Y reflexiona: “Hay un tema de una significación amplia e incalculable para la humanidad, acerca del que prácticamente nada se conoce porque los escritores no han sido madres…¿Qué podría significar para cualquier mujer, y hombre, vivir en una cultura en la que el nacimiento de niños y la maternidad ocuparan una posición como la que el sexo y el amor romántico han ocupado en la literatura y el arte durante los últimos quinientos años, o como la posición que ha ocupado la guerra desde que comenzó la literatura…?”.

Esa maternidad “silenciada en las historias de conquista y servidumbre, guerras y tratados, exploración e imperialismo…” -como recoge Adrienne Rich.

Temas principales y recurrentes de que han hablado algunas madres escritoras contemporáneas

“Yo los concentraría en dos grandes grupos: la maternidad como obstáculo o fuente de conflicto, y la maternidad como vínculo, como fuente de conexión con el trabajo y con el mundo” -resume Susan Rubin Suleiman. “La culpa versus el amor, el yo creativo de la madre versus las necesidades del niño, el aislamiento versus el compromiso…”.

La artista y madre Bárbara Zucker afirma: “Gracias a mi hija recuperé los parques y los circos y los colores llamativos”.

“Della [cuatro años] me sigue por todas partes mientras voy recogiendo la ropa sucia por todas las habitaciones de la casa. “Mamá, juega conmigo. Nunca juegas conmigo. Si me quisieras jugarías conmigo. No me quieres…”-cuenta Ellen McMahon.

La ambivalencia de la maternidad

Adrienne Rich recoge en su diario Cólera y ternura: “Mis hijos me causan el sufrimiento más exquisito que haya experimentado nunca. Se trata del sentimiento de la ambivalencia…Durante siglos nadie habló de estos sentimientos…El cuidado del hijo es todavía responsabilidad individual de la mujer, de ella sola”.

Jane Lazarre en El nudo materno, dice: “Así es el amor maternal: Los quiero, pero los odio…Moriría por él, pero él ha destrozado mi vida y yo vivo solo para encontrar una manera de recuperarla”.

Aplazamientos. La falta de osadía de las mujeres escritoras

“Dentro de un rato. Después. Esperaré un poco…Cuando la costura de otoño esté terminada, Cuando el niño ya camine, Cuando se haya terminado la limpieza de la casa, Cuando las visitas se vayan…entonces escribiré el poema, o aprenderé este idioma, o estudiaré…; entonces actuaré, osaré, soñaré, me convertiré”. (La historia de Avis, de Elizabeth Stuart Lyon Phelps).

¿Por qué hay que elegir entre tener un hijo o escribir un libro? Silvia Plath

“El único retrato fiel que conozco de una mujer novelista de mano de un hombre novelista es la protagonista de Diana of the Crossways, por George Meredith…Al final, con una vida acomodada y felizmente casada, espera un bebé pero, por lo visto, no una novela”- escribe Ursula Le Guin en el ensayo La hija de la pescadora.

Elizabeth Barret Browning escribe Aurora Leigh, un libro sobre la condición de ser mujer y escritora, y sobre la dificultad que entraña el amor a su oficio, siendo madre de un niño de cuatro años.

Harriet Beecher Stowe escribió La cabaña del tío Tom en la mesa de la cocina, rodeada por sus hijos.

“Ni un solo libro de una escritora con hijos ha sido incluido en la lista del canon de la literatura inglesa”- denuncia Le Guin. “El mito de no-puedes-crear-si-procreas, se aplica únicamente a mujeres.

“Se supone que es natural ser madre si eres mujer…Y los hombres producen arte”. (Elke Solomon, mujer artista y madre).

“¿Qué han de hacer los niños para ser hombres? Dormir con una mujer. Matar algo…Pero, ¿qué tiene que hacer una mujer? Tiene que desear tener un hijo”- escribe Joy Williams en  El juicio contra los bebés”.

“Lo matador es el rencor mortal, la envidia, los celos, el resentimiento que tan a menudo muestran los hombres en contra de todo aquello que hace una mujer que no está destinado a servirle a él”. (Le Guin).

Sylvia Plath: libros, bebés y estofado de buey

Sylvia se lo pregunta antes de casarse: “¿Destruirá el matrimonio mi energía creativa…o podré lograr una expresión más completa tanto en el arte como en la creación de mis hijos? ¿Soy lo bastante fuerte para hacer bien las dos cosas…?”.

Una vez casada con el poeta Ted Hughes anota en su diario: “Escribiré hasta que empiece a reflejar mi yo más hondo, y luego tendré hijos…Primero la vida de la mente creadora, luego el cuerpo creador…”

(Algunas) madres escritoras en España que hablan de la maternidad

Este es un apartado que no existe en el libro; he aquí algunos nombres y textos:

Carmen Laforet, una pionera. “La primera mujer que habla como mujer”, según Ramón J. Sender

“Al colegio [escrito entre 1945 y 1952] es el texto que de un modo más sencillo y brillante aborda el tema de la maternidad en la literatura del siglo XX”, explica Carme Riera en el prólogo de los Cuentos completos de Carmen Laforet. La niña del cuento es Marta Cerezales, la hija de cuatro años a quien su joven madre acompaña al colegio en su primer día de clase.

En sus cartas a Ramón J. Sender (Puedo contar contigo) hay  muchas claves y palabras explícitas:

“Voy a ver si puedo alquilar una casa en el campo para pasar al menos tres días completos sola, con la novela, cada semana ( Antes, en 1966, le había escrito: He alquilado una casita en Cercedilla para irme dos o tres días entre semana a dar paseos por el campo, encender la chimenea de leña y trabajar”), y los otros aquí [en Madrid, calle O´Donnell, 38] con todo lo que tengo- hijos, amistades, marido, cosas que necesito ver y los artículos…” -le escribe en febrero de 1967. “…Quisiera escribir una novela sobre un mundo que no se conoce más que por fuera, porque no ha encontrado su lenguaje…El mundo del Gineceo…Lo verdaderamente femenino en la situación humana las mujeres no lo hemos dicho, y cuando lo hemos intentado ha sido con lenguaje prestado, que resultaba falso por muy sinceras que quisiéramos ser”.

En septiembre de 1970, en plena separación matrimonial, le escribe desde Cercedilla: “Ahora tendré más libertad para moverme que durante los últimos veinticuatro años. Y también creo que más libertad de espíritu. Y también creo que podré trabajar…Sé que si recupero mi paz espiritual podré escribir muchas cosas y disfrutar mucho más de la vida”. En la posdata le dice que el día 21 vuelve con los hijos pequeños a Madrid.

Carmen Martín Gaite, un paseo por el campo

En Cuadernos de todo hay una descripción exquisita del paseo de una madre y su hija de ocho años por el campo, un 31 de julio de 1964. La madre es Carmen; la hija, Marta, la Torci. “Ayer por la tarde di un paseo con la niña por la carretera, cuando empezaba a anochecer. Nos paramos a coger moras de una zarza y luego íbamos despacio hablando, mientras mirábamos el campo…Estuvo contándome las cosas que la ponen triste y las que la ponen alegre, y hacía diferencia entre tristeza y emoción. Hablamos de lo raro que es que vuelva el invierno y nos volvamos a poner los abrigos y las bufandas. Fue una tertulia muy buena…”.

Josefina Aldecoa, milagro y amenaza

En sus memorias En la distancia, Josefina habla de cómo vivió su maternidad: “… fue una invasión arrolladora. Mi hija se había adueñado de todas y cada una de mis células. Tuve muy claro que yo me había transformado en otro ser. “Yo soy yo y mi maternidad”, me decía parafraseando a mi admirado Ortega…Fue para mí, desde el primer instante, la experiencia suprema, el más fabuloso de los milagros. Y a la vez la mayor de las amenazas. Toda clase de peligros podían rodear a ese ser indefenso y vulnerable. Vivir en el sobresalto, extremar las precauciones y cuidados de mi hija, comprobar a cada momento que respiraba, cuando estaba dormida, al principio; más adelante, que no se hubiera roto algo cuando se caía; que la fiebre repentina no significara necesariamente una enfermedad grave…”.

Rosa Regás y el sueño atrasado

En Diario de una abuela de verano, hay una pequeña referencia a sus días como madre de niños pequeños: “Yo nunca me he dedicado en exclusiva a la casa ni recuerdo haberme entretenido durante tanto tiempo en ver cómo dormían mis hijos como hago ahora con mis nietos, a no ser cuando eran muy pequeños y nos quedábamos dormidos juntos después de darle  yo el pecho o el biberón al bebé de turno. Y más tarde, quizá porque me despertaba un minuto antes de despertarlos a ellos, tampoco encontré el momento. De noche deseaba irme yo misma a la cama porque, como todas las madres que trabajan, siempre tenía sueño atrasado”.

¿Y los padres y escritores? Una experiencia pionera en el siglo XIX

Nathaniel Hawthorne escribe en 1851 algo que ningún otro escritor había intentado antes: una meticulosa descripción de cómo se enfrenta un hombre a la tarea de cuidar de un niño de cinco años en ausencia de su esposa.  “A eso de las seis de la mañana, miré por encima del borde de mi cama y vi que Julian estaba despierto y tenía los ojos fijos en mí, con una mirada risueña en ellos. Nos levantamos, pues, y lo primero que hice fue bañarlo, y bañarme yo luego. Después, me propuse rizarle los cabellos…” (Veinte días con Julian y Conejito).

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