“Una sororidad epistolar…”-
titula Francisca Montiel Rayo su introducción. Son 30 cartas de diez exiliadas
republicanas desde distintos lugares del mundo, entre 1942 y 1956 (Gabriela
murió el 10 de enero de 1957).
Teresa
Díez-Canedo (de soltera, Manteca Ortiz). Socia del
Lyceum Club, con domicilio en Lealtad, 20, en Madrid, antes de la Guerra Civil).
Casada con Enrique Díez-Canedo (1879-1944), poeta, crítico literario y
artístico, traductor, diplomático, académico y profesor. En 1938, este se exilió
a México con su familia, donde colaboró con la Casa de España (hoy, el Colegio
de México) y la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México).
En agosto de 1942, Teresa le
escribe a Gabriela desde Middlebury College, una universidad privada del estado
de Vermont, en Estados Unidos (que contrató tras la guerra de España a
prestigiosos exiliados republicanos). Su marido Enrique trabaja en los cursos
de verano de la Escuela Española (Al final de la carta de su mujer, él añade:
“Acabo de descubrir que este trabajo de verano en Middlebury no es trabajo,
sino descanso en comparación con los últimos meses de México…”).
Enrique Díez Canedo fallece
en México el 6 de junio de 1944 y Teresa
le recuerda en su carta del 5 de octubre: …”Así fue mi vida con Enrique. Así he
sido tan feliz… (“no ver más que por él y para él”)”. A partir de entonces,
dedicará los 11 años siguientes a reunir y publicar lo que su marido dejó
escrito. En carta de 10 de febrero de 1947, le explica a Gabriela: “Toda la obra de Enrique quedó en
Madrid. Yo la tenía clasificada y
arreglada. Le faltaba el último vistazo que pensaba darle en estos años últimos
que creyó él que serían con vida y de descanso. Ya sabe que mi casa, lo mismo
que la biblioteca, fue saqueada…Y nos cuesta mucho trabajo encontrar sus
cosas…”.
Le pide ayuda el 1 de agosto
de 1947: … “si V. pudiera conseguir que se publicase algo de Enrique…”. (Mistral había conseguido el Nobel de
Literatura en 1945 y era cónsul en Petrópolis, Brasil, desde 1941, de Los
Ángeles, en 1945 y de Nueva York, a partir de 1953). “Tengo un libro de crítica
de poetas españoles…Otro de temas literarios. Otro de sus versos escogidos…También
hay uno que él dejó hecho de su viaje a Filipinas…”.
El 8 de marzo de 1955, le
reitera: “…Sigo escribe que te escribe cuanto cae en mi mano de artículos de
Enrique, si no puede sacarse de momento su obra, estoy arreglándola y
archivándola para que en cualquier momento se la encuentren, digamos, ordenada,
y se puedan guiar bien”…
Gabriela Mistral le escribe
largo y tendido…Desde Niza, el
También le informa de que le
ha llegado un “nuevo libro de Enrique” [El
teatro y sus enemigos]. “Me ha alegrado tanto saber que sigue él trabajando de esta doble manera: con clases
y con producción escrita”…
A su hijo Joaquín [que vive
de forma semiclandestina en Madrid, mientras espera salir al exilio], le ofrece
su casa en Niza.
En octubre de 1940, desde Niteroi, en Brasil, le explica:
“ …Yo vine de Niza asqueada de la persecución judía hecha por los franceses
oficiales…Aquí cada semana tengo entre manos algún asunto español. Ahora estoy
con el alma en un hilo por V. [Victoria]
Kent, que dicen presa [tras la ocupación nazi de París, Victoria se refugió en
la embajada de México en Francia]…hago lo que puedo…”. También le informa de que le ha gustado “mucho,
mucho, el libro magnífico de su yerno” [La
rama viva, antología de Francisco Giner de los Ríos Morales, casado con su
hija María Luisa]. “Voy a escribirle…”.
En la primavera de 1947,
desde Monrovia, en California, a la carta de Teresa, pidiéndole algo suyo para
publicar en la colección que dirige su hijo Joaquín en México, Nueva Floresta (“Si se siente tan
generosa como siempre y tiene algo que darle, le ayudaría usted mucho a empezar
su vida…”), le responde: “Yo podría dar a Joaquín un poca cosa mixta de verso y
prosa. Tengo todo comprometido con Losada…”. Y le recomienda proponer a la
editorial argentina unos libros seleccionados de su marido Enrique, ayudada por
sus hijos, Joaquín y Enrique, y Guillermo de la Torre [director literario de Losada].
“Yo escribiría una semblanza de él…”.
En cuanto a su salud, le informa
de que ha tenido una semiceguera [ a consecuencia de la diabetes] y que
su corazón está dañado…Tiene 58 años y su sobrino YinYin, que vivía con ella,
se había suicidado a los 18 años por acoso.
Aún desde Veracruz, en 1948,
le cuenta que su vista “es muy pobre…hay un torrente de correspondencia con el
que no puedo…”. En una carta manuscrita, sin fecha, le habla de 700 cartas… Así
y todo, le pide: “Póngame unas líneas cada mes…”.
Victoria Kent (1898-1987)
En 1950, desde México, donde
está exiliada, escribe a Gabriela Mistral para agradecerle el poema que le ha
dedicado (Mujer de prisionero) y para
pedirle una carta para el rector de la universidad de Puerto Rico, solo para el
caso de que tenga que utilizarla.
Victoria le había propuesto
a un ministro mexicano la creación de una escuela para el personal de
prisiones, pero en previsión de que no salga, piensa que un cursillo de dos o
tres meses en Puerto Rico le permitiría ahorrar unos dólares “para defenderme unos meses y proyectar algo nuevo”.
“Pueden versar sobre Criminología y Derecho Penitenciario, por ejemplo…”.
A la muerte de Gabriela, Victoria
escribe para la revista Ibérica un recordatorio: “Hace 24 años que conocí a
Gabriela…En los años 1932 a 1935 fue cónsul de Chile en Madrid…Pasado un
tiempo, sentía la necesidad de marchar: “Soy un alga -me decía-, siento la
necesidad de flotar”…En 1937 reúne unos poemas y los ofrece a los niños
españoles [su libro Tala, 1938,
sufragado por Victoria Ocampo, y cuyos ingresos van para los niños españoles
refugiados]…Las últimas frase conscientes que Gabriela cambió conmigo en el
Hospital de Hempstead [en Nueva York] fueron estas: “¿Qué hay de aquel país? La
miseria es grande”. La última música que quiso oír fue la canción Sefardita española”.
Dice que habría que llamarla
“Gabriela la dolorida”. “Dolorida por el dolor ajeno…”.
María
Enciso
En 1943, le escribe desde
Barranquilla, Colombia, donde está exiliada, a Gabriela Mistral, entonces en
Petrópolis, Brasil. Le ha enviado su libro Europa
fugitiva. Treinta estampas de la guerra, que pensaba que quizá se había
perdido. Al hilo, recuerda cuando la conoció por primera vez, en Barcelona,
hablando de Cervantes en la Residencia de Estudiantes del barrio de Sant
Gervasi.
Le informa de lo que sigue
escribiendo (“…publiqué otro libro en septiembre [de 1942, Cristal de las horas- poesía]…Sigo escribiendo…Tengo colaboraciones
fijas en El Tiempo y la Revista de las Indias, de Bogotá…Y ya
tengo listos dos libros más. Uno de poesía… y otro de relatos, narraciones de
exilio y de consecuencias de guerra”,
pero teme no poder publicarlos porque la edición es muy cara) para
pedirle al final si le quiere prologar su próximo libro de poesía (De mar a mar, que sale finalmente
prologado por Concha Méndez y es editado en la imprenta Isla por Manuel Altolaguirre,
en 1946).
En 1946, María Enciso
incluye en su libro de ensayos Raíz al
viento una semblanza y un recuerdo de Gabriela Mistral, cuando ella la
conociera con 19 años en el chalé de la residencia estudiantil de la calle Ríos
Rosas, en Barcelona. “Gabriela, alta, majestuosa, con su rostro de rasgos
exóticos…una voz grave… con dulce acento…seseante y cálido del hablar
americano…hablaba…cosas de Chile, de sus costumbres, de su paisaje, de su
folklore; cosas de América, en general, y también de su propia vida, la vida de
una maestra en un pueblo chileno…Su voz, en el jardín de la residencia de Ríos
Rosas era un mensaje espiritual de América”…
SABER
MÁS
https://www.youtube.com/watch?v=ha3AbpmsuUY. De mujer a mujer. Cartas a Gabriela
Mistral desde el exilio (1942-1956).
A Victoria
Kent |
Yo
tengo en esa hoguera de ladrillos,
yo tengo al hombre mío prisionero.
Por corredores de filos amargos
y en esta luz sesgada de murciélago,
tanteando como el buzo por la gruta,
voy caminando hasta que me lo encuentro,
y hallo a mi cebra pintada de burla
en los anillos de su befa envuelto.
Me
lo han dejado, como a barco roto,
con anclas de metal en los pies tiernos;
le han esquilado como a la vicuña
su gloria azafranada de cabellos.
Pero su Ángel-Custodio anda la celda
y si nunca lo ven es que están ciegos.
Entró con él al hoyo de cisterna;
tomó los grillos como obedeciendo;
se alzó a coger el vestido de cobra,
y se quedó sin el aire del cielo.
El
Ángel gira moliendo y moliendo
la harina densa del más denso sueño;
le borra el mar de zarcos oleajes,
le sumerge una casa y un viñedo,
y le esconde mi ardor de carne en llamas,
y su esencia, y el nombre que dieron.
En
la celda, las olas de bochorno
y frío, de los dos, yo me las siento,
y trueque y turno que hacen y deshacen
de queja y queja los dos prisioneros
¡y su guardián nocturno ni ve ni oye
que dos espaldas son y dos lamentos!
Al
rematar el pobre día nuestro,
hace el Ángel dormir al prisionero,
dando y lloviendo olvido imponderable
a puñados de noche y de silencio.
Y yo desde mi casa que lo gime
hasta la suya, que es dedal ardiendo,
como quien no conoce otro camino,
en lanzadera viva voy y vengo,
y al fin se abren los muros y me dejan
pasar el hierro, la brea, el cemento...
En
lo oscuro, mi amor que come moho
y telarañas, cuando es que yo llego,
entero ríe a lo blanquidorado;
a mi piel, a mi fruta y a mi cesto.
El canasto de frutas a hurtadillas
destapo, y uva a uva se lo entrego;
la sidra se la doy pausadamente,
por que el sorbo no mate a mi sediento,
y al moverse le siguen -pajarillos
de perdición- sus grillos cenicientos.
Vuestro
hermano vivía con vosotros
hasta el día de cielo y umbral negro;
pero es hermano vuestro, mientras sea
la sal aguda y el agraz acedo,
hermano con su cifra y sin su cifra,
y libre o tanteando en su agujero,
y es bueno, sí, que hablemos de él, sentados
o caminando, y en vela o durmiendo,
si lo hemos de contar como una fábula
cuando nos haga responder su Dueño.
Y
cuando rueda la nieve los tejados
o a sus espaldas cae el aguacero,
mi calor con su hielo se pelea
en el pecho de mi hombre friolento:
él ríe entero a mi nombre y mi rostro
y al cesto ardiendo con que lo festejo,
¡y puedo, calentando sus rodillas,
contar como David todos sus huesos!
Pero
por más que le allegue mi hálito
y le funda su sangre pecho a pecho,
¡cómo con brazo arqueado de cuna
yo rompo cedro y pizarra de techos,
si en dos mil días los hombres sellaron
este panal cuya cera de infierno
más arde más, que aceite y resinas,
y que la pez, y arde mudo y sin tiempo!
(Gabriela Mistral)
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