Su última obra escrita, Cómo llegué a conocer a los peces, publicada
en 1974 en Checoslovaquia, acaba de ser traducida al castellano por Patricia
Gonzalo de Jesús (Sajalín Editores 2012). Es una joya. Jan Werich, un actor
checo y amigo, dijo en una ocasión: “Si Ota Pavel hubiera escrito sus cuentos
en inglés, le habría adorado todo el mundo”.
No
sé por qué relaciono sus relatos
autobiográficos, así, a bote pronto, con Manuel Llano, Thoreau, Bashevis Singer
o Herman Hesse: lo mágico y la naturaleza se aúnan en unos cuentos rurales
sencillos en los que se presentan situaciones pero nunca se hacen juicios.
En
el epílogo, confiesa: “Enloquecí en la olimpiada de invierno de Innsbruck”… El
detonante, según su hermano Hugo, fueron las palabras de uno de los jugadores
de hockey de la selección olímpica checa, a quienes bajó a felicitar como
editor de deportes. Cuando trataba de animarles, diciendo que el tercer puesto
-la medalla de bronce- no era tan malo, le espetó: ¡Judío, ve a que te gaseen!
Con estas palabras, removió los horrores de la infancia y de la guerra y tuvo
su primer ataque de depresión maníaca. A partir de entonces, 1964, y hasta su
muerte, de un infarto, en 1973, fue hospitalizado 16 veces.
El
epílogo termina: “He estado tentado de matarme cientos de veces cuando ya no me
sentía con fuerzas para continuar; sin embargo nunca he llegado a hacerlo. Tal
vez, en mi subconsciente, deseaba, una única vez más, besar al río en los
labios y pescar peces plateados. Fue la pesca la que me enseñó a ser paciente y
los recuerdos los que me ayudaron a vivir”.
LA PESCA Y LA LIBERTAD. ESTAR A SOLAS CON
EL RIO
“La
pesca es, antes que nada, libertad”- escribe. “Caminar kilómetros y kilómetros
en busca de truchas, beber agua de las fuentes, estar a solas y libre al menos
durante una hora, unos días, o hasta semanas y meses. Liberado de la televisión,
de los periódicos, de la radio y de la civilización”.
El
pantano de Janov, la región de Krivoklát, el molino de Nezabudice, el río
Berounka, las misteriosas anguilas… son lo más hermoso de su vida. “Amaba el río
más que ninguna otra cosa en el mundo… El río es el hondo pozo del olvido”.
“SI QUIERES SER FELIZ TODA LA VIDA, HAZTE PESCADOR”
Esta
era la última parte de un proverbio chino que Ota asumía como verdadero. Al
final de la II Guerrra Mundial, cuando sus hermanos Hugo y Jirka regresan de
los campos de concentración, deciden ir juntos todos los años durante una
semana “a los ríos más hermosos”. “Queríamos ir a los parajes de nuestra
infancia”.
LA NATURALEZA, LA ESCUELA DEL RESPETO Y DEL
AMOR
Ota
aprecia el silencio para propiciar la escucha: “La gente, estando en plena
naturaleza, a menudo cotorrea acerca de minucias y estupideces, mientras que la
naturaleza te habla, con su lenguaje directo y claro, tan solo de la belleza,
del amor, del odio, del sustento, de la muerte…Cuando estoy de pesca no soporto
a nadie. Quiero estar a solas con el río”.
De
su primer compañero de pesca, Honza el Largo, cuenta: “Nunca jamás volvió a
pedirme que fuéramos juntos a pescar. Había empezado a convertirse en
pescador… Pronto entendió que su compañero de pesca no era yo, sino el río y los
astutos peces”.
EL SOL, EL MEDICAMENTO DE LOS PSIQUIATRAS CELESTES
En
el epílogo, hablando de su enfermedad, una depresión bipolar, se sincera:
“Padecí enormemente”.
Cita
en uno de sus relatos medicamentos antidepresivos como “las pastillas suizas
Noveril o las americanas Aventyl HCI”. “El sol… -aquella enorme pastilla de los
psiquiatras celestes,…lo administran para ahuyentar la tristeza y levantar el
ánimo-… es a veces más efectivo”- afirma.
También
se refiere a una predicción astrológica que, “hacía años, había vaticinado que
alguien de nuestra familia enloquecería…Se cumplió la predicción. El que perdió
la chaveta fui yo, de modo que pasé cinco años en una institución para enfermos
mentales. Allí no hay peces. Únicamente reyes, emperadores, napoleones,
cristos, afroditas, princesas Libuse y doncellas de Orleans”.
Una
superstición, la de las “setas blancas”, da título a otro de los relatos. Según
su tía Karolina, cuando abundaban las setas blancas en el bosque de Krivoklat,
comenzaba una guerra. Así había ocurrido antes de la I Guerra Mundial. Ahora es
1938. “Al año siguiente, nos ocuparon los alemanes”. Cuenta su hermano Hugo:
“20.000 alemanes vinieron a Praga y los judíos tuvieron que dejarles sus casas.
Fuimos al barrio judío de Praga, Josefov, y más tarde tuvimos que abandonar la
capital. Marchamos a casa de los abuelos
en Bustehrad. El 15 de febrero de 1943, Jiri y yo fuimos enviados a un campo de
concentración”. Ambos volvieron del
infierno pero a Ota, que había permanecido con su madre, le quedaron secuelas
que se revelarían fatales años más
tarde. En Cómo llegué a conocer a los
peces consigue hablar de ello con desapasionamiento: “Ya no se me partía el
alma ante los improperios [¡Judío de
mierda!]; me había acostumbrado a ellos durante la guerra… Era el único
de la familia que no tenía grilletes en las piernas ni argolla en el
cuello…Todos los miembros de nuestra familia estaban ya en un campo de
concentración o muertos. A la abuelita Malvina… la gasearon en Auschwitz”…En la última página aparece una gráfica ilustración de Güido Sender Montes (Barcelona, 1981).
En octubre de 2023 sale la segunda edición en español. En el epílogo, el poeta checo Karel Siktanc (1928-2021) escribe: " Era capaz de ver un relato en cualquier cosa fugaz y pasajera...".