El 21 de marzo se
celebró el Día Internacional de los Bosques. Jean Giono, autor de El hombre que plantaba árboles,
publicada hace 60 años, en 1953, nació un 30 de marzo. ¿Por qué no hablar,
también, de “la mujer árbol”, Wangari Maathai…?
Sus
padres pertenecían a la tribu kikuyu, “uno de los 42 grupos étnicos de Kenia”.
Su clan, Anjiru, está relacionado con el liderazgo. Wangari en lengua kikuyu
significa “de leopardo”. Así fue su vida: con los pies en el suelo, pero
mirando al cielo; defendiendo sus convicciones, siendo pionera, luchando contra
las discriminaciones de todo tipo.
En
2006 publica Unbowed (traducido en
España como Con la cabeza bien alta),
dedicado a sus padres y a sus tres
hijos. “Escribir estas memorias fue como trazar el viaje de unos sesenta años
de mi vida. Me trajo muchos recuerdos y me hizo reflexionar sobre
acontecimientos pasados y presentes, relaciones, amistades y colaboraciones, así
como recuperar momentos de grandes dificultades y enorme alegría”.
“Fui
la tercera de seis hijos y la primera niña después de dos varones”…-comienzan
sus memorias. “Cuando nací, la región de Ihithe era todavía exuberante, verde y
fértil…”. Wangari nació en 1940 en una aldea del centro del país con el sagrado
monte Kenia ante sus ojos. Kenia era entonces una colonia británica. “Cuando yo
nací, nuestro mundo ya estaba desapareciendo…”.
Una actitud positiva
ante la vida
“Ser
la primera hija en una familia kikuyu implica convertirse en la segunda mujer
de la casa. Haces lo mismo que tu madre y estás todo el tiempo con ella”.
Sus
primeros alimentos fueron el jugo de plátanos verdes, la caña de azúcar, los
boniatos y el cordero.
“Mi
madre me cedió un pedazo de tierra de unos 5 metros cuadrados
y me instruyó en la plantación y el cuidado de los cultivos. En la estación de
lluvias, siempre me decía: “No holgazanees cuando llueve. Aprovecha para
plantar algo…Lo que más me gustaba era cultivar los campos al atardecer. No hay
nada más hermoso que cultivar el campo a la caída de la tarde…Siempre presté
mucha atención a la naturaleza”.
Con
once años va interna a la escuela Santa Cecilia hasta los quince. “Me encantaba
aprender”.
En
1956 acude a un instituto para chicas en las afueras de Nairobi. Una de las
religiosas, la madre Teresia, “despertó en mí un interés inagotable por la
ciencia, primero por la química y, más tarde, por la biología”.
Cuando
se gradúa, en 1959, su país está en el camino para lograr la independencia de
los británicos (esta se produce en diciembre de 1963). Se necesita gente
formada para cubrir los puestos vacantes en la administración y en el gobierno.
Por esa época, Estados Unidos crea un programa de becas para que estudiantes africanos
puedan acceder a una educación superior. Ella será una de las 300 kenianas
seleccionadas. Su destino es una universidad de Kansas. “Con 20 años me subí a
un avión por primera vez en mi vida”.
En
una cafetería de Indiana sufre el primer episodio de discriminación racial en
Estados Unidos: no pueden sentarse en el local a tomar algo, sólo comprarlo y
beberlo fuera. “Los cuatro años que pasé en Mount me sirvieron para escuchar y aprender, pensar de manera crítica y analítica, y plantearme
cuestiones, actitud que he mantenido desde entonces”.
Tras
obtener la licenciatura en Ciencias, hace un máster en biología en la
universidad de Pittsburg. Cuando está a punto de terminar, es entrevistada por
representantes de la que luego sería la universidad de Nairobi para un puesto
de ayudante de investigación de un profesor de biología. Y, sin esperar a la
graduación, se incorpora a un proyecto de control de la langosta del desierto
en Kenia. Pero cuando llega para trabajar allí, ya le han ofrecido su puesto a otra
persona. Este es su primer contacto con la injusticia y la discriminación
étnica.
Pero
ella no deja de intentarlo, y consigue trabajo en la Facultad de Medicina
Veterinaria. Allí, con el tiempo, pasará a formar parte del equipo docente y de
investigación.
Trabajar
duro, ayudar a los pobres y ocuparse de las personas más vulnerables de su
país, serán sus objetivos a partir de entonces.
“Estados Unidos me enseñó a no
desperdiciar las oportunidades y a hacer cuanto estuviera en mis manos”.
En
1966 conoce a su futuro marido, que también había estudiado en Estados Unidos.
Tras volver de Alemania, donde lleva a cabo un trabajo de investigación, se
casan en 1969. A
partir de entonces, ayudará a su marido en su aventura política, seguirá
trabajando en la universidad y ejerciendo de esposa, ama de casa y madre de
tres hijos.
En
1971 termina su doctorado, la primera mujer en toda África Central y Oriental
en obtenerlo, y le ofrecen un puesto como profesora titular. En la universidad
luchará por la igualdad de derechos de mujeres y hombres.
Concienciación
medioambiental: Por qué árboles
Desde
pequeña, había vivido prácticas culturales de su comunidad que propiciaban la
conservación de la biodiversidad, como el respeto por las higueras. Pero es
desde ONGs como el Centro de Coordinación Medioambiental y a través de sus
investigaciones para la universidad, cuando comienza a concienciarse del
deterioro del entorno, en concreto, de la erosión del suelo. Las mujeres le
hablan de la desnutrición de sus hijos desde que los cultivos comerciales como
el té o el café sustituyen a los tradicionales de maíz, judías y vegetales
verdes, y las madres dan a sus hijos
alimentos procesados.
En
1972 había tenido lugar en Estocolmo la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente,
uno de cuyos resultados es la creación del PNUMA (Programa de las Naciones
Unidas para el Medio Ambiente), primer organismo de las Naciones Unidas que
tiene su sede en un país en desarrollo (en Nairobi, Kenia).
En
1975 se celebra en México la I Conferencia
de Naciones Unidas sobre la Mujer. En
la preparación de la agenda que llevar a México, hablando con las mujeres de
sus problemas, llega a la conclusión de que todo está relacionado y piensa:
¿Por qué no plantar árboles? “Así fue como surgió el Movimiento Cinturón
Verde”.
Wangari
Maathai falleció en 2011.
En
España, la Fundación Mujeres por África (http://mujeresporafrica.es)
le rindió homenaje plantando un pequeño bosque de 71 árboles (los años que
tenía cuando murió) en su memoria.
PARA SABER MÁS
Movimiento
Cinturón Verde (www.greenbeltmovement.org)
LIBROS
Corazón kikuyu. Stefanie Zweig. Edelvives, 2004.
Kenia y la cultura kikuyu vistas por una niña alemana en 1938.
Un puñado de semillas. Monica Hughes y Luis Garay. Ekaré, 1996. "Recuerda guardar semillas para la próxima siembra -dijo la abuela-. Así nunca te faltará de comer".
El hombre que plantaba árboles. Jean Giono.