El libro Maternidad y creación. Lecturas esenciales (2007), editado por Moyra Davey, fotógrafa y
recopiladora, es un ensayo-antología muy revelador sobre la experiencia de
madres escritoras, relatada por ellas mismas.
“En
Maternidad y creación he querido
reunir muestras de las mejores obras sobre la maternidad de los últimos ochenta
años, textos que expliquen de primera mano la experiencia de ser madre…y la
lucha de las mujeres escritoras con hijos”.
La
escasez del “yo” de la madre en literatura (la madre-tal-como-está-escrita
versus la madre-escritora)
“Las
madres no escriben, están escritas” -apunta Susan Rubin Suleiman, autora de Escritura y maternidad. “Necesitamos
tener más información, más entrevistas, diarios, memorias, ensayos, evocaciones
de madres escritoras”.
“Las
madres que han sido escritoras a “jornada completa” han sido muy escasas hasta
el siglo XX y las grandes mujeres escritoras han sido, salvando unas pocas
excepciones, mujeres sin hijos durante sus vidas de escritoras”- escribe Tillie
Olsen en Silencios.
“Una
mañana me di cuenta de que nunca había leído un poema sobre el embarazo y el
parto” -cuenta Alicia Ostriker en Maternidad
y poesía: una suposición atrevida. Ella misma, a raíz de la experiencia de
sus dos embarazos compone el poema largo Salir
una vez más de la oscuridad. Y reflexiona: “Hay un tema de una
significación amplia e incalculable para la humanidad, acerca del que
prácticamente nada se conoce porque los escritores no han sido madres…¿Qué
podría significar para cualquier mujer, y hombre, vivir en una cultura en la
que el nacimiento de niños y la maternidad ocuparan una posición como la que el
sexo y el amor romántico han ocupado en la literatura y el arte durante los
últimos quinientos años, o como la posición que ha ocupado la guerra desde que
comenzó la literatura…?”.
Esa
maternidad “silenciada en las historias de conquista y servidumbre, guerras y
tratados, exploración e imperialismo…” -como recoge Adrienne Rich.
Temas principales y
recurrentes de que han hablado algunas madres escritoras contemporáneas
“Yo
los concentraría en dos grandes grupos: la maternidad como obstáculo o fuente
de conflicto, y la maternidad como vínculo, como fuente de conexión con el trabajo
y con el mundo” -resume Susan Rubin Suleiman. “La culpa versus el amor, el yo
creativo de la madre versus las necesidades del niño, el aislamiento versus el compromiso…”.
La
artista y madre Bárbara Zucker afirma: “Gracias a mi hija recuperé los parques
y los circos y los colores llamativos”.
“Della
[cuatro años] me sigue por todas partes mientras voy recogiendo la ropa sucia
por todas las habitaciones de la casa. “Mamá, juega conmigo. Nunca juegas
conmigo. Si me quisieras jugarías conmigo. No me quieres…”-cuenta Ellen
McMahon.
La ambivalencia de la
maternidad
Adrienne
Rich recoge en su diario Cólera y ternura:
“Mis hijos me causan el sufrimiento más exquisito que haya experimentado
nunca. Se trata del sentimiento de la ambivalencia…Durante siglos nadie habló
de estos sentimientos…El cuidado del hijo es todavía responsabilidad individual
de la mujer, de ella sola”.
Jane
Lazarre en El nudo materno, dice: “Así es el amor maternal: Los quiero, pero
los odio…Moriría por él, pero él ha destrozado mi vida y yo vivo solo para
encontrar una manera de recuperarla”.
Aplazamientos. La falta
de osadía de las mujeres escritoras
“Dentro
de un rato. Después. Esperaré un poco…Cuando la costura de otoño esté
terminada, Cuando el niño ya camine, Cuando se haya terminado la limpieza de la
casa, Cuando las visitas se vayan…entonces escribiré el poema, o aprenderé este
idioma, o estudiaré…; entonces actuaré, osaré, soñaré, me convertiré”. (La historia de Avis, de Elizabeth Stuart
Lyon Phelps).
¿Por qué hay que elegir entre
tener un hijo o escribir un libro? Silvia Plath
“El
único retrato fiel que conozco de una mujer novelista de mano de un hombre
novelista es la protagonista de Diana of
the Crossways, por George Meredith…Al final, con una vida acomodada y
felizmente casada, espera un bebé pero, por lo visto, no una novela”- escribe
Ursula Le Guin en el ensayo La hija de la
pescadora.
Elizabeth
Barret Browning escribe Aurora Leigh, un
libro sobre la condición de ser mujer y escritora, y sobre la dificultad que
entraña el amor a su oficio, siendo madre de un niño de cuatro años.
Harriet
Beecher Stowe escribió La cabaña del tío
Tom en la mesa de la cocina, rodeada por sus hijos.
“Ni
un solo libro de una escritora con hijos ha sido incluido en la lista del canon
de la literatura inglesa”- denuncia Le Guin. “El mito de
no-puedes-crear-si-procreas, se aplica únicamente a mujeres.
“Se
supone que es natural ser madre si
eres mujer…Y los hombres producen arte”. (Elke Solomon, mujer artista y madre).
“¿Qué
han de hacer los niños para ser hombres? Dormir con una mujer. Matar algo…Pero,
¿qué tiene que hacer una mujer? Tiene que desear tener un hijo”- escribe Joy
Williams en El juicio contra los bebés”.
“Lo
matador es el rencor mortal, la envidia, los celos, el resentimiento que tan a
menudo muestran los hombres en contra de todo aquello que hace una mujer que no
está destinado a servirle a él”. (Le Guin).
Sylvia Plath: libros,
bebés y estofado de buey
Sylvia
se lo pregunta antes de casarse: “¿Destruirá el matrimonio mi energía
creativa…o podré lograr una expresión más completa tanto en el arte como en la
creación de mis hijos? ¿Soy lo bastante fuerte para hacer bien las dos cosas…?”.
Una
vez casada con el poeta Ted Hughes anota en su diario: “Escribiré hasta que
empiece a reflejar mi yo más hondo, y luego tendré hijos…Primero la vida de la
mente creadora, luego el cuerpo creador…”
(Algunas) madres
escritoras en España que hablan de la maternidad
Este
es un apartado que no existe en el libro; he aquí algunos nombres y textos:
Carmen Laforet, una
pionera. “La primera mujer que habla como mujer”, según Ramón J. Sender
“Al colegio [escrito entre 1945 y 1952] es el
texto que de un modo más sencillo y brillante aborda el tema de la maternidad
en la literatura del siglo XX”, explica Carme Riera en el prólogo de los Cuentos completos de Carmen Laforet. La
niña del cuento es Marta Cerezales, la hija de cuatro años a quien su joven
madre acompaña al colegio en su primer día de clase.
En
sus cartas a Ramón J. Sender (Puedo
contar contigo) hay muchas claves y
palabras explícitas:
“Voy
a ver si puedo alquilar una casa en el campo para pasar al menos tres días
completos sola, con la novela, cada semana ( Antes, en 1966, le había escrito:
He alquilado una casita en Cercedilla para irme dos o tres días entre semana a
dar paseos por el campo, encender la chimenea de leña y trabajar”), y los otros
aquí [en Madrid, calle O´Donnell, 38] con todo lo que tengo- hijos, amistades,
marido, cosas que necesito ver y los artículos…” -le escribe en febrero de 1967.
“…Quisiera escribir una novela sobre un mundo que no se conoce más que por
fuera, porque no ha encontrado su lenguaje…El mundo del Gineceo…Lo
verdaderamente femenino en la situación humana las mujeres no lo hemos dicho, y
cuando lo hemos intentado ha sido con lenguaje prestado, que resultaba falso
por muy sinceras que quisiéramos ser”.
En
septiembre de 1970, en plena separación matrimonial, le escribe desde
Cercedilla: “Ahora tendré más libertad para moverme que durante los últimos
veinticuatro años. Y también creo que más libertad de espíritu. Y también creo
que podré trabajar…Sé que si recupero mi paz espiritual podré escribir muchas
cosas y disfrutar mucho más de la vida”. En la posdata le dice que el día 21
vuelve con los hijos pequeños a Madrid.
Carmen Martín Gaite, un paseo por el campo
En
Cuadernos de todo hay una descripción
exquisita del paseo de una madre y su hija de ocho años por el campo, un 31 de
julio de 1964. La madre es Carmen; la hija, Marta, la Torci. “Ayer por la tarde di un paseo con la niña por la
carretera, cuando empezaba a anochecer. Nos paramos a coger moras de una zarza
y luego íbamos despacio hablando, mientras mirábamos el campo… Estuvo contándome
las cosas que la ponen triste y las que la ponen alegre, y hacía diferencia
entre tristeza y emoción. Hablamos de lo raro que es que vuelva el invierno y
nos volvamos a poner los abrigos y las bufandas. Fue una tertulia muy buena…”.
Josefina Aldecoa, milagro y amenaza
En
sus memorias En la distancia,
Josefina habla de cómo vivió su maternidad: “… fue una invasión arrolladora. Mi
hija se había adueñado de todas y cada una de mis células. Tuve muy claro que
yo me había transformado en otro ser. “Yo soy yo y mi maternidad”, me decía
parafraseando a mi admirado Ortega…Fue para mí, desde el primer instante, la experiencia
suprema, el más fabuloso de los milagros. Y a la vez la mayor de las amenazas.
Toda clase de peligros podían rodear a ese ser indefenso y vulnerable. Vivir en
el sobresalto, extremar las precauciones y cuidados de mi hija, comprobar a
cada momento que respiraba, cuando estaba dormida, al principio; más adelante,
que no se hubiera roto algo cuando se caía; que la fiebre repentina no
significara necesariamente una enfermedad grave…”.
Rosa Regás y el sueño atrasado
En
Diario de una abuela de verano, hay
una pequeña referencia a sus días como madre de niños pequeños: “Yo nunca me he
dedicado en exclusiva a la casa ni recuerdo haberme entretenido durante tanto
tiempo en ver cómo dormían mis hijos como hago ahora con mis nietos, a no ser
cuando eran muy pequeños y nos quedábamos dormidos juntos después de darle yo el pecho o el biberón al bebé de turno. Y
más tarde, quizá porque me despertaba un minuto antes de despertarlos a ellos,
tampoco encontré el momento. De noche deseaba irme yo misma a la cama porque,
como todas las madres que trabajan, siempre tenía sueño atrasado”.
¿Y los padres y
escritores? Una experiencia pionera en el siglo XIX
Nathaniel
Hawthorne escribe en 1851 algo que ningún otro escritor había intentado antes:
una meticulosa descripción de cómo se enfrenta un hombre a la tarea de cuidar
de un niño de cinco años en ausencia de su esposa. “A eso de las seis de la mañana, miré por
encima del borde de mi cama y vi que Julian estaba despierto y tenía los ojos
fijos en mí, con una mirada risueña en ellos. Nos levantamos, pues, y lo
primero que hice fue bañarlo, y bañarme yo luego. Después, me propuse rizarle
los cabellos…” (Veinte días con Julian y
Conejito).