martes, 19 de agosto de 2014

SÉNECA. SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA


En esta ocasión son tres cortos “tratados”: Sobre la brevedad de la vida, escrito en el año 49 d. C.- casi ayer. Séneca tenía 53 años (murió con 69); Sobre la felicidad, del año 58, y Sobre el ocio, datado hacia el año 62.

En el primero, se dirige a Paulino, un pariente: “No tenemos poco tiempo, sino que perdemos mucho”. “Nadie aprecia el tiempo; lo usan con descuido, como si fuera gratuito”. “Vivís como si fuerais a vivir siempre…no observáis cuánto tiempo ha pasado ya…Oirás decir a la mayoría: “A los cincuenta años me jubilaré, a los sesenta años me retiraré”. ¿Qué garantía tienes de una vida tan larga?...”. Entonces, según cuenta el propio Séneca al final del texto, a los 50 años ya no te reclutaban como soldado y, a los 60, no te convocaban como senador. Era el inicio de la vejez y de que la sociedad prescindiera de ti…El momento al que se relegaban los disfrutes o la toma de decisiones importantes.

“¡Qué tarde es empezar a vivir cuando hay que terminar! ¡Qué estúpido olvido de la mortalidad es diferir hasta los cincuenta o sesenta años los buenos propósitos y querer iniciar la vida allá donde pocos llegaron!”.

La ciencia de vivir y morir

“A vivir hay que aprender toda la vida y… hay que aprender a morir toda la vida”.

“Tómate algún tiempo para ti… Quien dedica su tiempo a sí mismo, quien programa cada día como si fuera el último, no desea ni teme el mañana”.

“Muy breve y trabajosa es la vida de quienes olvidan el pasado, descuidan el presente y temen el futuro”.

“Es triste la condición de todos los ocupados y aún peor la de quienes no se ocupan de sus cosas, duermen conforme al sueño ajeno, caminan según el paso de otro y, para amar y odiar -las cosas más libres que hay- reciben órdenes. Si esos desean saber cuán breve es su propia vida, que piensen en cuánta parte de ella es suya”.

Reflexiones para 2014…, y para el 4014, pues parece que no hemos cambiado mucho en dos mil años. Seguimos en la inopia…

martes, 5 de agosto de 2014

H.D. THOREAU (3). Sus cartas, recuerdos y trabajos como topógrafo


Os recomiendo que leáis antes (para poneros en situación): 



Tras sugerirle que escribiera un diario en 1837,  Henry Thoreau intercambia cartas con el filósofo Emerson cuando este está fuera de casa -en Londres o en Nueva York-, para darle noticias de su familia y de los acontecimientos en Concord  así como en relación a la revista Dial, de la que Emerson es editor. También para contarle sus pensamientos.

Cartas al filósofo R.W. Emerson (Boston, 1803- Concord, 1882)

El 24 de enero de 1843, Thoreau le recuerda: “He sido pensionista vuestro durante casi dos años”.

El 10 de febrero de 1843 le proporciona noticias sobre sus hijas, Ellen y Edith, entonces pequeñas: “La cena está hecha y Edith [14 meses] con su monosilábica invocación “oc”, “oc”, me hace pensar en la “lengua de Oc”. Debe pertenecer a esa provincia. Como los gitanos, habla un lenguaje propio mientras ella sí nos entiende a nosotros”.

Lidian, mujer de Emerson, escribe a este en los huecos que le deja Thoreau: “… ese amor a la naturaleza en el que Henry es el campeón…”.

Emerson dirá de él -citado por R.L. Stevenson en uno de sus ensayos sobre Thoreau- “No tenía profesión, nunca se casó, vivía solo, no comía carne, no bebía vino, nunca probó el tabaco y, aunque siempre estaba en el campo, nunca utilizó trampas ni escopetas. Cuando le preguntaban qué plato prefería para cenar, él respondía: “el que esté más a mano”.

“H.D. Thoreau, agrimensor”

El 15 de febrero de 1843, Henry se sincera: “Estoy meditando algún otro método de pagar deudas aparte de la escritura y las conferencias”.

Algunos de sus trabajos serán: construir una leñera, blanquear una casa, vender moras en Boston, diseñar y construir vallas de madera… “Cuando dejé la universidad, me dijeron que había estudiado navegación….”.

Desde 1838, él y su hermano John habían mostrado interés por realizar planos y mapas y, en la escuela que ambos montan, utilizan instrumentos  para hacer mediciones en sus excursiones al campo con sus alumnos.

Algunos de sus trabajos fueron: establecer los límites entre Concord y Carlisle, o los de Orchard House, la casa de los Alcott. Bronson Alcott, al parecer, le sugirió que hiciera un atlas ilustrado de Concord en el que apareciera cada casa con su nombre para uso de la comunidad y los colegios. Pero Thoreau murió sin acometer el proyecto. Sin embargo, su hermana Sophia donará a la biblioteca una caja con planos de casi cada granja de Concord.

Musketaquid,  recuerdos de un viaje en barca con su hermano John en 1839


Inédito en España, se publica ahora por primera vez en castellano.

Cuando su hermano John muere de tétanos en 1842, le dedica el viaje que realizan juntos en 1839 a las White Mountains, “nuestra excursión”. Lo titula, en 1849, Una semana en los ríos Concord y Merrimack. “Adondequiera que navegues, navegas conmigo,/Aunque ahora asciendas montañas más elevadas,/ Y ríos más puros remontes,/Sé mi Musa, Hermano mío…”.

Un relato denso, maduro, que revela un lector empedernido e impenitente, omnívoro como Cortázar.

Musketaquid es el nombre algonquino (indio) del río Concord; significa “Río con el fondo de hierba”.

Un sábado, el último día de agosto de 1839, Henry (22 años) y John salen de Concord, río abajo, en un bote construido por ellos mismos. Está dotado de ruedas, dos pares de remos, varias pértigas y dos mástiles. Lo cargan con patatas y melones cultivados también por ellos. Una piel de búfalo les servirá de cama y una tela de algodón hará las veces de techo.
Por delante, siete días para mirar, pensar y escribir.

La entrada de una  jornada – redactada  días después a partir de las notas- puede tener ocho, diez  y hasta quince páginas. “Un flujo de pensamiento” con digresiones varias, a ratos prolijo y profuso, con múltiples referencias a libros y autores tanto universales como de la zona que recorren, contemporáneos como históricos. Con citas y poemas. Descripciones y largas reflexiones.

El primer día recorren unas siete millas y atracan el bote en una pequeña elevación donde instalan su tienda. Recogen arándanos y cenan pan, azúcar y chocolate caliente. “El sonido más constante y memorable de esa noche de verano…fue el ladrido de los perros domésticos”.

Al día siguiente, domingo 1 de septiembre, “el río y el campo colindante estaban cubiertos por una densa niebla”. Mientras reman a través de ella, van poniéndole nombre a los accidentes que se encuentran: “Isla del Zorro”, “Isla de la Uva”, “Isla del Conejo”…El Diccionario geográfico de Nueva Inglaterra es su “navegador” y en él consultan su latitud y longitud, así como datos sobre los lugares por los que pasan. Antes de dormir, escriben su diario de viaje, y se duermen escuchando “los murmullos del río o del viento”.

La rutina es siempre la misma: cuando paran, vacían el agua y limpian el barco.  Con el hacha en mano, buscan combustible y encienden el fuego. Salen antes del amanecer “despertando a todas las ratas almizcleras y asustando a los avetoros y a otros pájaros que dormían entre las ramas”.

En ocasiones, uno de ellos camina junto a la orilla “examinando el campo y visitando las granjas más cercanas (para reponer existencias)” en tanto el otro navega “los meandros por su cuenta (buscando un puerto apto para la noche)”. Luego, se cuentan sus aventuras. “De cuando en cuando nos parábamos a descansar a la sombra de un arce o un sauce, y tomábamos un melón como tentempié, mientras disfrutábamos contemplando el paso del río y de la vida humana”. Las comidas son frugales: “Comimos una hogaza de pan casero, y sandía como postre”.

Conclusiones y observaciones ambientales

Thoreau es un gran observador y saca conclusiones sobre lo que ocurre a su alrededor:
“Las esclusas y los diques han demostrado ser bastante destructivos para el sector pesquero” – confirma cuando se hallan en el Merrimack, el río “Esturión”.

“Los pescadores arrancaron los arbustos de la orilla porque les convenía a la hora de arrastrar sus redes, y cuando el margen quedó desnudo, el viento empezó a levantar la arena de la orilla, hasta que acabó por cubrir unos quince acres con varios pies de profundidad”- constata sobre la destrucción de los bosques de ribera.

“Se construyen ferrocarriles que atraviesan ciertas zonas sensibles, con lo que la hierba desaparece y el viento empieza a traer arena, hasta que unas tierras fértiles quedan convertidas en desiertos”.

La llegada el séptimo día

[El viernes] “hicimos unas cincuenta millas entre vela y remo…Desembarcamos alegres, de un salto, en la orilla, sacamos el bote del río y lo amarramos a su manzano silvestre, cuyo tronco aún conservaba la marca de la rozadura que la cadena había dejado durante las crecidas de la primavera”.

Así termina su aventura de 7 días, dedicados a mirar, a pensar y a escribir.