Desde
Chivilcoy, donde trabaja como profesor, le escribe a Marcela Duprat el 16 de
agosto de 1940 (Cortázar tiene entonces 26 años), con espíritu clarividente: “Ya sé que cuando
yo muera (de alguna manera rara, ya verá) ustedes los amigos publicarán mis
obras completas, y que, en bellos apéndices, agregarán mi copiosa
correspondencia…”. “Mi vida entera
podría ser trazada leyendo las cartas (“cartas-río”) que llevo escritas…He
dejado en cada una de ellas mucho de mí…”.
Y como este año -en que se
cumplen cien de su nacimiento- es el Año Cortázar…
Julio Florencio Cortázar, o
Julio Denis – su seudónimo- escribe largas y abundantes cartas a máquina, con su
“fiel Royal”: “se trata en mí de una costumbre…mi letra es casi ininteligible…no
sé escribir sin ella…formamos un compuesto indisoluble”. Para ello necesita
“paz y silencio”, condiciones sine qua
non de su “capacidad epistolar”. “Si uno no guardase celosamente una hora
para sí mismo, terminaría por aniquilarse…Creo, con Rilke, que si el hombre
tiene algún mensaje que dar a sus iguales, ese mensaje debe nacer en el
silencio”. “No sé escribir cartas de
circunstancias, y debo esperar un momento propicio”- le comunica a Lucienne
Chavanne. “Amo contestar las cartas que invitan a la reflexión y al
comentario”- escribe a Mercedes Arias. Para él es una ceremonia “un poco
sagrada”, que necesita de un cierto clima interior, ciertas músicas, ciertos
aromas… “Me siento a la máquina y
dejo correr el vasto río de los pensamientos y de los afectos”.
La primera carta de la
edición realizada por Aurora Bernárdez y Carles Álvarez, (Alfaguara, 2012), data
del 23 de mayo de 1937 -Cortázar tiene 23 años- y está dirigida al profesor Eduardo
Castagnino desde Bolívar, localidad en
la que Cortázar ejerce de profesor en un Colegio Nacional: se asombra de
que sus alumnos de tercer año no sepan quién es Beethoven; le envía un poema suyo,
“Ataraxia”, y le informa de que ha escrito un “estudio crítico” sobre Federico
[García Lorca].
Lo cotidiano se aúna con sus
preferencias literarias y sus reflexiones personales: “Mañana tengo clase a la
primera hora…ello significa levantarse a las seis y media”. “Federico es la
cúspide”. “Sigo trabajando para Sopena”. “Trescientos kilómetros me pesan
mucho…¡Si vieras la librería máxima de Bolívar…! El orgullo del dueño es tener
una colección literaria completa y encuadernada: la de la Delly [novelas
sentimentales]”.
Un
sábado en Bolívar
“Son las cuatro de la tarde
y me dispongo a tomar mate…Encenderé la radio, y escucharé media hora de música
de jazz. Jazz negro, que es el genuino. [Air
in D Flat por Spike Hughes. http://www.youtube.com/watch?v=Rn0RWBYPpHs. Just
a kid named Joe, de los Mills
Brothers. http://www.youtube.com/watch?v=cZ_9dJ62m1E. Marian Andersdon y Deep River. http://www.youtube.com/watch?v=2bytFrsL4_4. “No
sé nada más bello, más hondo, más mío que el folklore y la religión
negroamericanos”]. Después, volveré a la lectura de Madame Bovary…aún no la conocía. Más tarde…voy a escribir algo. Ni
siquiera en Bolívar me abandona la enfermedad poética” [En 1938 publica en
Buenos Aires, con seudónimo, el libro de sonetos Presencia: “A mis amigos no les gusta…silencio absoluto de la
crítica].
Las alternativas no son
muchas, como cuenta, con humor, acerca de la manera de divertirse en Bolívar:
“Consta de dos partes: a) ir al cine. b) no ir al cine. La sección b) se
subdivide a su vez: a) ir a bailar al Club Social. b) recorrer los ranchos de las
cercanías, con fines etnográficos. Esta última sección, admite, a su vez, ser dividida
en: a) concurrir, pasado un cierto tiempo, a un dispensario. b) convencerse de
que lo mejor es acostarse a las nueve de la noche”.
Años más tarde, en 1942, le
confesará a Mercedes Arias: “Nunca leí, nunca estudié y nunca medité tanto como
en esos dos años que pasé allá”.
México,
su aspiración
En esos momentos, México es su
lugar ideal para residir y trabajar: “allí ha vivido siempre una juventud llena
de ideales, trabajadora y culta, que apenas se encuentra en Buenos Aires”. Pero
“No hay barcos que vayan a Méjico saliendo de Buenos Aires…”. Es preciso partir
de Chile.
En 1940, le confiesa a Luis
Glagiardi: “Podría irme a Méjico sin dinero; pero, ¿podría volver?...Ya no me
desespero…Soy solamente una cifra mensual, que debe llegar a manos de una familia que depende
íntegramente de mí. Si me voy, la cifra puede desaparecer”. “Siempre pienso en
Méjico”- le escribe aún en enero de 1941.
Estudiante
de lenguas autodidacto
Estudia los idiomas “a
pelo”, con obras literarias y la ayuda de un diccionario.
“¿Sabe que estoy estudiando
alemán?…Compré un excelente diccionario, y me procuré dos libros de ¡Rainer
María Rilke!...Creo que en un año leeré sin grandes dificultades a Heine. (¡Y a
Hölderlin!)”.
“Mi alemán progresa mucho:
ya leo de corrido la Biblia de Lutero”. Incluso se atreve con ¡la metafísica de
Heidegger!
“¿Sabe que mi experiencia de
slang, acumulada en mis tiempos de
traductor, es valiosísima para leer a Steinbeck, al gran Faulkner y a Richard
Wright?”. (En 1944 traduce Robinson Crusoe para una “edición de
lujo”).
“Leer [en inglés] a Keats,
leer Romeo y Julieta – algunas de
cuyas escenas son de una musicalidad idiomática como jamás se ha logrado en el
teatro, leer al joven Winston [Churchill], a Ellery Queen…”.
Chivilcoy,
su segundo destino
El 20 de agosto de 1939
le escribe a su amigo Eduardo
Castagnino: “Soy ciudadano confirmado de la muy progresista y nacionalista
ciudad de Chivilcoy, con 16 horas en la Escuela Normal. Habito en una infame
fonda llamada HOTEL (¡) RESTELLI y dicto geografía, historia e instrucción
cívica”. Más tarde, se alojará en la
pensión Varzilio.
Tiene miedo de convertirse
en pueblero: “Chivilvoy es aburridor,
como todo pueblo de provincia”. “Chivilcoy es un pueblo como todos…Buenos
Aires, a dos horas y media de tren…Viajo todos los sábados, y regreso los lunes
por la noche. Resignado y para resistir mis dieciocho horas semanales y el
clima horizontal de esta ciudad”. En el cuento titulado “Bruja” trata de
reflejar ese ambiente provinciano.
En Buenos Aires aprovecha
para escuchar música en directo: “No
podré olvidar jamás la Novena Sinfonía
[de Beethoven] dirigida por Toscanini”; los conciertos de Menuhin, “pero si
solo tiene veinticuatro años”, y de su preferido, [Jascha] Heifetz. Y en la
radio, escucha lo mismo la Sonata en La,
de César Franck [http://www.youtube.com/watch?v=U_oPIkcWMpY]
que Woogie, de Count Basie [http://www.youtube.com/watch?v=OByckZIxtCE] o Shine, de Louis Armstrong [http://www.youtube.com/watch?v=LcsfxP9oEoA]. A
este último lo verá y oirá en directo en París en 1952, “después de veintidós años de amor y fidelidad”, uno
de sus “dioses de adolescencia”, un magnífico “cronopio”.
Mendoza,
un trabajo universitario
En julio de 1944, le ofrecen
dar unas clases en la universidad de
Cuyo. Tras el golpe de estado de junio de 1943, en Chivilcoy le acusaban de
“escaso fervor gubernista, comunista y ateo”, por lo cual ve el cielo abierto:
son seis horas a la semana en vez de dieciséis, y puede enseñar lo que le gusta
(“Es la primera vez que enseño las materias que yo prefiero”): “En Literatura
Francesa me ocupo de la “nueva poesía”, desde Baudelaire a Mallarmé…Entre mis
alumnos tengo una monja, un señor que podría ser mi bisabuelo, y una chica tan
idéntica a Lucille Ball que a veces siento deseos de dictar la clase en inglés
por miedo a que no entienda el español”.
La vida cultural parece más
floreciente: “Hay espléndidos cines en Mendoza, y los últimos estrenos de
Buenos Aires. Anoche vi Madame Curie
y hace dos días Los verdugos también
mueren [de Fritz Lang]. Se anuncian ocho o diez películas excelentes, entre
ellas Casablanca que por fin podré
ver…”.
Pero tres cursos simultáneos
“es demasiado…no salgo, no paseo, no miro las montañas…acabo en una tarde
libros de 250 páginas…traducciones hasta altas horas de la noche…”. Además, la
universidad es muy grande, “pero es provinciana hasta la médula; el nivel
estudiantil deja que desear, hay espantosas rencillas políticas entre
profesores y autoridades, y la vida intelectual no tiene la hondura que podría
esperarse”.
Con Mercedes Arias, amiga
que le salvó “del tedio de Bolívar”, se sincera: “Después de haber abandonado
Chivilcoy bajo vehementes sospechas de comunismo, anarquismo y trotskismo, he
tenido el honor de que en Mendoza me califiquen de fascista, nazi, sepichista,
rosista y falangista”.
Pronto quedarán atrás sus
años de docencia (doce en total). El 8 de marzo de 1946 es nombrado gerente de la Cámara Argentina del
Libro, plaza ganada por concurso (“Mis nuevas funciones…, leer toda clase de
papeles raros, aprender cosas que hasta hoy había desdeñado, y adquirir esa
soltura que en una gerencia se llama eficacia”) hasta
1949 en que se “pasa” a las labores de traductor
público nacional “en inglés y francés” (en el bufete/estudio de Zoltan
Havas).
La
II Guerra Mundial
El 1 de septiembre de 1939
Alemania invade Polonia. El 15 de septiembre, en carta a Luis Gagliardi, se
refiere, por primera vez, a la guerra: “Aquí [en Chivilcoy] se sigue con
absoluta indiferencia…Yo sufro esta guerra en mi propia carne, porque comprendo
sus raíces, abarco lo que supondrá dentro de cinco años, cuando la generación
que nos sigue a nosotros empiece a hacer preguntas, a buscar maestros, a
demandar libros…”.
En diciembre, le comenta a
Mercedes Arias: “Me gustaría no hablarle de la guerra…Pero nos rodea, nos
envuelve…Nosotros, colonia comercial del Reino Unido, ¿seremos arrastrados al
torbellino?”. “Vivo la guerra con cada fibra”.
Europa,
su horizonte
En enero de 1947, le informa
a su amigo Sergio Sergi: “Empiezo ahora una monumental biografía de Pushkin,…trabajo
para cinco meses [de traducción]. Si lo cobro de una vez, me voy a Europa (Y no
vuelvo nunca más, se entiende)”.
En marzo de 1949, le cuenta
a Fredi Guthmann: “A Europa hay que ir por no menos de tres meses…La gente que
vuelve de allá…lo ponen a uno en la obligación moral de dar el salto”. Le han
dicho que necesita al menos mil quinientos pesos mensuales. “Insisto en irme a
Europa”. Piensa en pasar un mes en París y dos en Italia. “Me voy a Europa
hasta mayo”- comunica el 4 de enero de 1950.
“París es perfecto”- escribe el 18 de marzo a Jorge y Dorita Vila Ortiz.
A pesar de ser “atrozmente caro para nosotros”.
De vuelta en Argentina, solo
piensa en volver: “Tengo la nostalgia
europea…si pudiera irme por siempre allá, lo haría sin vacilar…Me elijo europeo”.
En 1952 el gobierno francés
le concede una beca para estudiar diez meses en París. A partir de 1953, se
convertirá en su residencia definitiva. “Sé que es necesario que esté aquí”.
En París, traduce para la
UNESCO (“loados sean los contratos breves, libres de las jornadas interminables
y los documentos en jerigonza”), dobla películas, hace de locutor para la radio…
“Me tuteo con el Louvre…devoro cuadros y museos, necesito ver y aprendo a ver,
y un día sabré ver”. Primero en bici; luego en vespa, y andando o en auto-stop,
recorre los alrededores: Versailles, Fontainebleau, Reims, Rouen… “Veo bastante
teatro…”. Le confían traducir todas las obras en prosa de E.A. Poe. “Traduzco
diez páginas diarias como promedio…He traducido 1.300 páginas de Poe…jornadas
de nueve horas de trabajo…”.
Su
CV en 1949
En carta a su padre, Julio
José Cortázar Arias, le dice el 2 de agosto: “Con mi nombre Julio Cortázar he
publicado un libro y numerosos ensayos
en revistas de B.A…”.
A otro que le solicita datos
bibliográficos, le envía escuetamente: “Nací en 1914 en Bruselas. Publiqué Los reyes en 1949. Escribo ensayos y
cuentos…”.
Cortázar,
poeta
“Sé que soy oscuro – y acaso
tenebroso- en mis poemas”- le escribe a Mercedes Arias.
“Envié a un certamen,
organizado por la Sociedad Argentina de Escritores, los originales de un libro
de poemas [De este lado]”- comunica a
Luis Gagliardi en febrero de 1940. En el jurado está Jorge Luis Borges.
“Estoy muy lejos de
Mallarmé. En cambio, ¡qué cerca me siento de Rimbaud!...Amo a mis grandes
contemporáneos…Rafael Alberti, García Lorca, [Ricardo] Molinari [“Creo que es
la gran voz en la Argentina”], y el más grande poeta de América: Pablo Neruda”-
le comunica a Lucienne Chavance.
Cortázar,
profesor
“Empiezo lentamente a querer
mi trabajo; me gusta advertir señales de progreso en los chicos…Usted dirá que
es tonto consagrarse tanto a los alumnos…Entre la instrucción cívica, la
historia de la Mesopotamia y las montañas de Brasil, para no mencionarle las
costumbres feudales, los viajes de Colón, etc, etc, estoy al borde mismo del surmenage [agotamiento]”- se sincera con
Mercedes Arias. “Me gusta enseñar”. “Soy más maestro de lo que pensaba…”.
Lector
empedernido: “He leído hasta el abuso… hasta el agotamiento”.
“¿Leyó La condición humana [de André Malraux]?...Es una admirable
novela…Plotino me absorbe…¿Quiere leer a un gran poeta?...Rafael Alberti”.
“Rilke – un grande y
admirable poeta, a pesar de haber nacido en Praga y pertenecer al ciclo
germano…”- le escribe a Marcela Duprat en abril de 1940, en plena II Guerra
Mundial.
Pero también devora a Agatha
Christie: “¿Leyó The Murder of Roger
Ackroid?”- le pregunta a Mercedes Arias en julio de 1941. O a Ellery Queen.
Sus preferencias son
omnívoras: poemas de Salinas y de León Felipe, “la fascinante historia del
Renacimiento, de John Aldington Symonds, una bella edición de Virgilio, Le Grand Meaulnes [de Alain Fournier] y
mis gramáticas alemanas”. Son sus lecturas de un fin de semana en Chivilcoy; en
distintos idiomas, de diferentes géneros…”El vicio de leer es peor que el tabaco”.
Y
escritor. De dónde surgen los cuentos
“Tengo muchos deseos de
publicar este año un tomito con algunos relatos fantásticos que no me disgustan”-
escribe a Lucienne Chavance en marzo de 1944.
El 14 de junio de 1952
escribe a Eduardo Jonquières: He escrito dos cuentos, uno de ellos muy bueno…Se
llama “Axolotl”, nombre de unos
animalitos mexicanos que descubrí en los acuarios del Jardin des Plantes [en
París], y que me produjeron terror…Hay
algo atroz en esas larvas…No he podido volver al acuario, les tengo miedo”.
Antes, a María Rocchi le ha
informado: “Me han nacido unos nuevos bichos que se llaman cronopios…son la objetivación espontánea de esos
juegos de la palabra consigo misma…Los anoté en la calle, en los cafés, y solo
dos o tres pasan de una carilla. No los considero obra seria, sino un descanso bien merecido después de Keats [“Hay diez años de mi vida
ahí…ocho de lectura y dos de trabajo”]…Me gusta leer en alta voz estos pequeños
cuentos…Son materia juglaresca, pícara”.
Es su lado más liviano y pueril.
Pero no le gustan a todo el
mundo. “Mis historias de cronopios y de famas han repugnado a Baudi, a Daniel y
a Aurora [su mujer]. Las encuentran moralizantes”-
escribe a su amigo Eduardo Jonquières. En marzo de 1953, le confiesa que “Las puertas del cielo” sigue siendo -para él, para Cortázar-
su mejor cuento.
En 1954 escribe a Juan José
Arreola, escritor mexicano: “Ya es tiempo de que en las universidades se cree
la cátedra de cuentos, como suele haberla de poética…Un cuento es siempre el
vellocino de oro…la novela es la historia de la búsqueda del vellocino”.
El
sentimiento religioso
“Me falta”- le escribe a Luis Gagliardi. “Mi pensamiento
es irreligioso…y yo soy el primero en deplorarlo”.
Y, sin embargo, a pesar de
su “lejanía” de la fe, “siente” a San
Juan de la Cruz, a Fray Luis de León, Sor Juana Inés de la Cruz o Charles
Péguy, “que con frecuencia me emociona”. No le ocurre lo mismo con [Paul]
Claudel, a quien encuentra “un poco pesado y sentencioso”.
Sus
muertos
El primero de quien habla y
a quien echa de menos es Alfredo Mariscal, fallecido el 16 de abril de 1941. “A
él le está dedicada la Fábula de la
muerte”. El segundo es su cuñado, casado con su hermana apenas hacía dos
años. El tercero, Francisco (Paco) Reta, compañero de estudios “desde quinto
año del profesorado”. Aún lo recuerda diez años después…
El
paso del tiempo
Cortázar fue siempre muy
consciente del paso, y del peso, del tiempo. Remonta su juventud a los “dorados”
veinte años (que luego alarga hasta los 25. “La juventud fue mi tiempo de
estudiante”, que asocia con la canción Stack
O´Lee Blues, http://www.youtube.com/watch?v=IUgSoZEMIyI.
“Los años cruciales, de los 23 a los 30”). Al cumplir 28, les pregunta a sus
amigas Lucienne y Marcel, “¿Recuerdan ustedes que alguna vez les dije que no
esperaba vivir más de treinta?...No me quejo de la vida; he vivido bien”.
Enumera sus deseos, en ese momento, no cumplidos: París, el Everest, el poema
perfecto…Es el año 1942.
En la última carta del
volumen, a Eduardo Jonquières, ya con cuarenta años, (27 de noviembre de 1954),
Julio le hace un repaso desde los días de la juventud (“Cuántos muertos,
cuántos ausentes”), y concluye: “Ahora tengo cuarenta años, vivo de otra
manera, quiero de otra manera. Soy todo lo feliz que yo soy capaz de ser y,
sobre todo, la alegría me visita…”.
Una
vida vivida
En 1982, dos años antes de
su muerte, se sinceraba con su madre por
carta: “Creo que soy un hombre que jamás se aburrió un solo segundo a lo largo
de toda su vida”. Quizá fuera por “esa capacidad que tengo para asombrarme”…
Treinta años antes, en 1952,
había escrito su epitafio: “J.C. Cualquier ranita le ganaba”. En 1951 se había
descrito ante Edith Aron como “Largo, flaco, feo y aburrido”.
ALGUNAS
FRASES “CORTAZIANAS”
“El teléfono…ese insecto monstruoso, dotado del don de la palabra”.
“Hace un frío de las mancuspias”. (Término escuchado, según
él, al catedrático de griego y latín, Ireneo Fernando Cruz).
“¿Ha pensado usted en el mordisco de una máquina de escribir?
¿Y en el beso que podría dar un teléfono…?”.
“Su carta era melancólica, verde, anémica…”.
“Una exposición capaz de desesclosarle las meninges a
cualquiera”.
“Los quesos son
bastante gloriosientos”.
“Si quieres alguna cosa, chifuléame”.
“Ando con copias de mis últimos crefundeos”.
“Trabaje. Es el único colagogo seguro”.
CURIOSIDADES
Grandes cronopios para Cortázar: el pintor Zao Wu Ki,
Juan José Arrreola, Sidney Keyes o Louis Amstrong, entre otros.
Le encantan Matisse, en
especial la muchacha con “la blusa rumana”, Picasso, Miró y Klee.
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