“En 1969 [tenía 26 años],
Roger Deakin compró una casa [estilo Tudor] construida “unos veinte años antes
de que Shakespeare naciera [hacia 1544]”, con madera de roble y castaño, y él
mismo se encargó de repararla con sus propias manos para convertirla en su
hogar…”- se lee en la contraportada.
“He permanecido en la misma
casa [en Suffolk] más de media vida… Cuando la encontré, en 1969, la casa
estaba en ruinas… Poco a poco, desnudé la casa hasta dejarla en su armazón de
roble, castaño y fresno; la reparé con maderos de roble que recogí del granero
que uno de los granjeros de la zona había demolido…”. Calculando las vigas de
su casa, llega a la conclusión de que se necesitaron unos 300 árboles, “un
bosque pequeño”. El alzado tiene la altura de un árbol y, el tamaño de las
habitaciones, el de un roble joven (cinco metros y medio de ancho), con el
grosor adecuado.
Está dedicado a Alison
[Hastie], su pareja. Ella, con el crítico y novelista Terence Blacker, publica
en
2008 Notes from Walnut Tree Farm, un
compendio de los fragmentos más interesantes de los diarios de Deakin sobre su
vida en el campo. Él había muerto en 2006 de un tumor cerebral.
Sobre
él mismo
“Durante un tiempo me gané
la vida fabricando y reparando sillas, que vendía en un puesto en Portobello
Road. Más tarde, trabajé para Amigos de la Tierra por la defensa de las
ballenas, los bosques y las selvas, y fundé Common Ground, que todavía hoy lucha
por los antiguos huertos de frutales y las seis mil variedades de manzanos
registrados en nuestras tierras”.
Sobre
Diarios del agua
“Fue en el punto álgido de aquel aguacero de verano de 1996 cuando
empezó a tomar forma la idea de recorrer Gran Bretaña en un largo viaje a nado.
Quería seguir el sinuoso itinerario que realizaba la lluvia por nuestra tierra
hasta reunirse con el mar… Me había inspirado en El nadador, el clásico relato de John
Cheever, donde el protagonista, Ned Merrill, decide recorrer los trece
kilómetros que separan una fiesta en Long Island de su casa nadando por las
piscinas de sus vecinos… Seguir el agua, fluir con ella…”.
“Yo vivía solo, y triste,
pues acababa de salir de una larga relación, y, como era escritor y autónomo,
tenía cierta libertad para emprender un viaje si me apetecía. Mi hijo, Rufus,
también estaba de aventura por Australia, trabajando de camarero y surfeando en
Byron Bay, y lo añoraba. Al menos, en el agua podría unirme espiritualmente a él.
Al igual que el ciclo
infinito de la lluvia, empezaría y acabaría el viaje en mi foso, partiendo en
primavera y nadando durante todas las estaciones del año, y escribiría un diario
con mis impresiones y peripecias”…