Ha sido todo un
descubrimiento. (Gracias a quienes me la han regalado). Es verdad que de cuando en cuando tenía el
pensamiento de leerla, pero nunca llegué a comprármela ni a sacarla de la
biblioteca. Tampoco vi la serie en la tele.
Arturo Barea nació en
Badajoz en 1897, pero su vida se desarrolló en Madrid hasta su exilio a
Inglaterra en 1939.
El
hijo de la señora Leonor, la lavandera
El primer título de la
trilogía, La forja, está
dedicado “A dos mujeres: la señora
Leonor (mi madre) e Ilsa (mi mujer)”. Su madre había muerto en 1931, diez años
antes de la publicación de La forja
en Inglaterra. Ilsa es su segunda mujer.
Por su madre, Barea siente
adoración: “Mi madre tiene las manos muy pequeñitas…Algunas veces las yemas se
le llenan de las picaduras de la lejía que quema. En el invierno se le cortan
las manos…Los días que no lava en el río [Manzanares] hace de criada en casa de
los tíos y guisa, friega y lava para ellos…Tan pequeñita, tan fina, desgastada
por agua del río…”.
Curiosamente,
el primer capítulo de La forja no
tiene título, pero podría haberse llamado “Madre”, como el primer artículo que
publica en El Sol el 23 de mayo de
1937. O, simplemente, Mamá. Su obsesión durante
su juventud será sacar a su madre del río.
Lecturas
de infancia
“Todos los domingos, mi tío
me compra las Aventuras del capitán
Petroff…”. También lee Los hijos del
capitán Grant, de Julio Verne. Y a Dickens, a Tolstoi, a Dostoievsky, a
Dumas y a Víctor Hugo, en la colección La
Novela Ilustrada, cuyo director literario era Blasco Ibánez (“un anarquista
muy malo”, según los curas de su colegio, las Escuelas Pías de San Fernando). Estos apuestan por la colección de la
Casa Calleja, La Novela de Ahora,
donde puede leer las aventuras de Mayne Reid, Salgari o los clásicos españoles.
De
mayor seré ingeniero
“Me gusta mucho la mecánica
y cuando sea mayor seré ingeniero”- dice, cuando niño. Su tío, que lo ha
prohijado, le promete la carrera de ingeniero si termina el bachillerato. “Seré
ingeniero para que todos estén contentos, pero sobre todo para que mi madre no
lave y no sea más la criada de nadie…”.
Pero el sueño acaba, a la
muerte de su tío, en dependiente de tienda, y luego, en empleado de banco (del
Crédit Étranger). A los 13 años.
El
Barrio del Avapiés, “mi Madrid de niño”
En 2017 (4 de marzo) se
inaugura en Madrid la plaza de Arturo Barea, en el hoy barrio de Lavapiés,
entonces del Avapiés.
“Allí aprendí todo lo que
sé, lo bueno y lo malo. A rezar a Dios y maldecirle. A odiar y a querer. A ver
la vida cruda y desnuda, tal como es. Y a sentir el ansia infinita de subir y
ayudar a subir a todos el escalón de más arriba”. Allí, además, vivió su madre…
Temprano
aprendizaje de la injusticia y de la dignidad
El capítulo anteúltimo de La forja se llama Revisión de la infancia. En él hace un repaso de las incongruencias
de sus mayores: “… ¡No se chilla! ¡Los niños no blasfeman! Luego las personas
mayores se chillaban unas a otras y la mayoría blasfemaba contra Dios y la
Virgen…Hasta los padres del colegio…Me enseñaron a leer y después me enseñaron
que no debía leer más que lo que ellos me dejaran…Nada de lo que me han
enseñado sirve para vivir…”.
Frente a ello, la rabia y
las ideas claras: … “A pesar del traje y de las manos finas…,¡obreros!...Un año
de meritorios [trabajando sin cobrar, haciendo méritos en el banco], cinco
duros al mes; doce, catorce horas de trabajo…”.
Al final del primer volumen,
con 17 años, deja el banco para buscar nuevos horizontes. Con su pico de oro y
su capacidad de observación intacta.
Un narrador nato
Así lo
define su segunda esposa, Ilse (Ilsa) Kulcsar en el prefacio de El centro de la pista, 14 relatos
seleccionados por ella y publicados por Ediciones Cid en Madrid en 1960.
Recuerda a Isak Dinesen en Memorias de
África o a “un narrador de zoco marroquí”, por la fascinación que produce.
No puedes dejar de leer y, cuando contaba en voz alta, de escuchar.
Las descripciones son tan
vívidas que lo ves ante tus ojos; es como si tuviera memoria fotográfica. ¿Se documentaría
para La forja mientras escribía en
Francia o en Inglaterra…?. “Por la agilidad de
estilo, el poder descriptivo, la capacidad de conmover, por lo que no dice más
que por lo que dice…”- explica Pedro Corral en El País del 5 de marzo de 2017.
Los bombardeos de la Telefónica le “lanzan” a escribir
Eso cuenta
el 12 de septiembre de 1940 en su Historia
literaria. Antes, con su firma, durante su estancia en Marruecos
(1920-1924), había hecho llegar al periódico La Libertad un cuento titulado “El moro ciego”, a un concurso de
crónicas sobre la guerra (quizá algo cercano
a lo que escribiera en La ruta,
segunda parte de la trilogía La forja de
un rebelde). Pero la autoridad militar lo retiene. También, hacia 1917, bajo
el nombre de un compañero, había enviado un cuento de Reyes a un concurso de la
revista Blanco y Negro, que fue
premiado.
El origen de alguno de sus cuentos
“Muchos de
los cuentos reunidos en este libro nacieron de alguna anécdota que me había
contado delante de las brasas de una chimenea inglesa, mezclando las crudezas
de una crónica despiadada con nostálgica ternura”- escribe su mujer Ilsa al
inicio de los 14 relatos de El centro de
la pista. “…El cuento Las tijeras [escrito
en Inglaterra en abril de 1939, al poco de llegar], inspirado por un informe
que publicó un diario francés en 1938, y trasplantado por Arturo a un ambiente
español en 1939…La fantasía científica Bajo
la piel arrancó de un artículo sobre experimentos biológicos y de su odio a
la legislación racial de la Unión Surafricana”. En La rifa, el germen está en “las ingenuas reminiscencias de una
sobrina suya”.
La lección fue la
última historia que escribió, en el otoño de 1957 (un recuerdo sobre su abuela
paterna, “La Abuela Grande”, sobre lo que de verdad importa: “Para andar por la
vida hay que no dejarse pisar por nadie”). Arturo murió la víspera de Navidad
de 1957, de un infarto al corazón.
Sus charlas en la BBC
En 1940 había
empezado a trabajar para la sección de América Latina del Servicio Mundial de
la BBC. Casi todas las semanas escribía y presentaba una charla de un cuarto de
hora bajo el seudónimo de “Juan de Castilla”. Fueron 856 charlas en total, la
última, el 23 de diciembre de 1957, un día antes de su muerte.
Su mujer,
en carta a uno de los responsables de la emisora, el 25 de julio de 1939, le
cuenta en qué consiste su propuesta: “…Sería hacer una serie, en castellano,
bajo el título “Un español descubre Inglaterra”. No serían charlas políticas
sino describir, de una forma vívida y personal, las impresiones de un español
en Inglaterra, especialmente la vida rural, el paisaje, sus tradiciones
liberales y democráticas… Y vuelve a repetir: “nada político”, sino unos
esquetches.
Con ellos
empieza Barea hacia octubre de 1940, en plena II Guerra Mundial: Las patatas de
Frank, el tabernero del pueblo; el “fabricante” de claveles; su viejo puchero
de barro para hacer café; la señora Lewis, que se dedica a limpiar casas porque
querían pagarle menos que a un hombre por cavar y sembrar como uno de ellos…
Los pueblos donde vive en Inglaterra
El primero
es Puckeridge, en Hertfordshire. Ilsa, en un primer momento (ag. 1939), va a
trabajar para el Servicio de Escucha del Gobierno británico, cerca de Evesham,
en el condado de Worcestershire. Él se queda, con los padres de Ilsa, en
Puckeridge.
El segundo, Fladbury, en Worcestershire. Ilsa y Arturo viven
aquí con los padres de ella y una amiga, Margaret Rink.
El último, Eaton Hastings, en Oxfordshire, cerca de Faringdon, en
la casa de Middle Lodge. Aquí vive los últimos diez años de su vida.
Nigel
Townson, profesor
en la Universidad Complutense de Madrid (Dto. Del Pensamiento y de los
Movimientos Sociales y Políticos), ha sido el gran estudioso de la vida y obra del escritor y quien ha
introducido muchos de sus textos.
LA RAÍZ ROTA, SU
ÚLTIMA NOVELA
Publicada en 1952, la acción está situada en 1949.
Para mí, es una especie de hipótesis de la vuelta a España de un exiliado en la
que Barea intenta -en un diálogo autocrítico consigo mismo- saldar sus cuentas
con el pasado (“¿…has pensado alguna vez que por mantener tus manos limpias has
hecho que las mías se ensucien…?”- pregunta uno de los hijos al padre, en la
ficción).
“Los personajes de este libro [Luisa, Amelia, Pedro, Juan…] son
invención mía”- aclara en nota al principio de la novela. “Los detalles de la
escena española y los episodios fuera del argumento del libro son auténticos y
podrían comprobarse…”. “Se documentó sobre la realidad social en España a
través de las emisoras de radio y de su contacto con otros exiliados…y de
personas que habían estado en el país”- relata en el prólogo Nigel Townson.
Pero también aparecen sentimientos que pueden ser
suyos, como las nostalgias del exiliado…:“…siempre había echado de menos en el aire espeso y
húmedo de Inglaterra: los colores puros, el aire de cristal, el olor picante de
los jardines y las piedras de Madrid”. El personaje y protagonista, Antolín,
contempla desde la plaza de la Armería los lugares de su infancia y el campo de
batalla diez años antes, durante la Guerra Civil.
DE LAS RAÍCES A LA RAÍZ ROTA
En algún momento, Barea pensó titular su trilogía Las raíces. De hecho, el sustantivo y su
significado aparecen varias veces en su última novela, La raíz rota. “…¿Qué raíces le había arrancado la
guerra…?...Había encontrado la raíz rota. Siempre había tenido miedo de la
soledad…”. “¿Qué le
puedo decir [a su hijo Pedro]?, pensaba Antolín. No puedo llegar a sus raíces,
que están enterradas en lodo…”. “Aquí…Todos tenemos las raíces rotas…La mayoría de la
gente daría cualquier cosa por marcharse a América. Saben que aquí no tienen
esperanza…”. Y, sin
embargo, las raíces, rotas, que parecen huesos, perduran y renacen al final del
libro, un punto de esperanza para el futuro.
CARTAS A SU HIJA ADOLFINA
A Brasil, precisamente, fueron a parar sus hijos tras la guerra. Su hija Carmen, en concreto, nacida en 1924, en 1953, con sus tres hijos: Teresa, de 13 años; Mª Carmen, de 9, y Serafín, de 3, como consta en su ficha de emigración. Con Adolfina (fallecida en 2005) mantiene una relación epistolar hasta su muerte. Estas cartas inéditas llegan al periodista británico William Chislett, como cuenta en El País Tereixa Constenla. Habrá que esperar su edición...
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