(Para que no se nos olvide
que la guerra no es nunca una “aventura”, un “desafío”; que la guerra,
cualquier guerra, “mata el alma”).
“Escribo sobre la guerra…Yo,
la que nunca quiso leer libros sobre guerras…”- cuenta en su diario de 1978 la periodista Svetlana Alexiévich, premio
Nobel de Literatura en 2015.
“La aldea de mi infancia era
femenina. De mujeres. No recuerdo voces masculinas…La guerra la relatan las
mujeres…Un día abrí el libro “Soy de la aldea en llamas”, de Alés Adamóvich…la
novela está construida a partir de las voces de la vida diaria…Había encontrado
lo que estaba buscando…Los relatos de las mujeres son diferentes y hablan de
otras cosas. La guerra femenina tiene
sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio. Tiene sus propias palabras…Yo quiero escribir
la historia de esta guerra. La historia de las mujeres…la historia de los
sentimientos…la historia del alma…”.
Sus preguntas y reflexiones
se entremezclan con los testimonios que selecciona…testimonios de mujeres desde
diferentes profesiones bélicas (no solo las que “se les supone”, como
enfermeras, lavanderas y telefonistas, sino francotiradoras, tanquistas, pilotos,
zapadoras, conductoras, criptógrafas, partisanas, ingenieras, soldados, telegrafistas,
mecánicas, cirujanas…).
“Lo primero que quiero
preguntar es: ¿de dónde salieron [las muchachas de 1941. (En julio de 1941 se
produce el cerco alemán de la ciudad rusa de Minsk)]? ¿Por qué eran tantas?
¿Cómo se atrevieron a levantarse en pie de guerra en igualdad con los hombres?
¿A disparar, a poner minas, a explotar, a bombardear, en definitiva, a matar?”.
“Al principio, iba y grababa
a todas las mujeres que surgían en mi camino…Poco a poco comencé a recibir cartas
de todo el país [Moscú, Kiev, Apsheronsk, Vítebsk, Volgogrado, Yalutorovsk,
Súzdal, Gálich, Smolensk…]”.
En ocasiones, se filtra el
comentario de algún hombre que encuentra en sus desplazamientos en tren:
“Nosotros, los hombres, nos sentíamos culpables de que las muchachas
combatieran…”. “Con una chica así tal vez iría de reconocimiento, pero seguro
que no le propondría matrimonio…Normalmente percibimos a la mujer como una
madre o como una novia. Como la bella dama, si me apura… [A las chicas
combatientes] no las veíamos como mujeres…eran nuestras amigas, las que nos
sacaban del campo de batalla. Nos salvaban, nos curaban las heridas…Pero,
¿acaso usted podría casarse con su hermano…?...Cuando la guerra acabó, ellas
quedaron muy mal paradas…”.
Alguna de ellas lo cuenta:
“¿Me atrevería a confesar que me habían herido, que tenía lesiones? Si lo
reconoces, después nadie quiere darte trabajo, nadie quiere casarse contigo…”.
Diferencias
entre ser hombre o mujer (ex)combatiente
“Transcurrieron por lo menos
unos treinta años hasta que empezaron a rendirnos honores…A invitarnos a dar
ponencias…Los hombres eran los vencedores, los héroes…Nos arrebataron la
Victoria…Discretamente nos la cambiaron
por la simple felicidad femenina…No compartieron la Victoria con nosotras”-
cuenta Valentina, artillera.
“…Esas chicas son casi todas
solteras. Nunca se han casado. Viven en pisos compartidos…”- le recrimina a su
comandante, ya jubilado. “Habláis del honor, del respeto. Quién se compadeció
de ellas? ¿Quién las defendió después de la guerra…?”.
Tras la guerra, temían que
enfrentarse a las acusaciones de “fulanas”; “las calumnias y las ofensas de la
posguerra”, también por parte de otras mujeres, las que no estuvieron en
primera línea…: “¡Sabemos lo que estuvisteis haciendo allí! Os insinuasteis a
nuestros hombres…Sois las putas del frente…”.
“Tenemos dos guerras -le
cuenta un marido. Ella recuerda su guerra, yo la mía…A mí me pasaron cosas
parecidas…Pero yo no lo recuerdo…Se me escapó…En aquel momento me parecía una
nadería. Una tontada…”. Y, sin embargo, ahora cuenta a sus nietos la guerra de “ella”,
sus historias, su punto de vista… “Me he dado cuenta de que les parece más
interesante…Yo tengo más conocimientos bélicos concretos, ella tiene más
sentimientos. Los sentimientos son más vivos, más fuertes que los hechos…”.
La
guerra femenina. Sus propias palabras
“Me da pena no poder grabar los ojos, las manos…”- escribe la
autora en una ocasión. Solo son sus palabras las que están reflejadas en las
cintas…
“Nuestras
cosas de chicas”
“Yo no me comía el azúcar,
lo guardaba para usarlo de fijador del flequillo. Éramos felices cuando
conseguíamos una olla para lavarnos el pelo…Buscábamos la hierba suave…y nos
limpiábamos los pies”.
“[Como rulos] Usábamos piñas
secas de los pinos…Aunque fuera solo un rizo en el flequillo”.
“Cuando teníamos un rato de
descanso, nos poníamos a bordar algo…”.
“Para mí, lo más terrible de
la guerra era tener que llevar calzones de
hombre…”- dice una tiradora.
“Nos dieron unos capotes
grandes, gruesos; parecíamos gavillas de trigo”…- una sargento, comandante en
una unidad de artillería.
Las mujeres siempre mencionan
la belleza -dice Alexiévich- “independientemente del tema concreto del que
hablaran”…: “Solo un temor sobrevive
hasta el final: quedar fea después de morir. Es un miedo femenino”- le explica
una técnica sanitaria.
“Estaba dispuesta a estar
allí toda la noche [de guardia], hasta el amanecer, con tal de poder oír a los
pájaros. Solo de noche podía encontrarse algo que recordara a nuestra vida
anterior. De paz”- le cuenta una sargento, conductora.
“¿Volveré a escuchar alguna
otra vez el susurro del trigo…?”- se pregunta una técnica sanitaria.
“Antes de la guerra había
muchos ruiseñores; dos años después de la guerra, todavía seguían sin oírse…”.
Los
olores
“[A una que volvió de
permiso tras darle una condecoración] Hacíamos cola para olerla…olía a casa”.
“…Me ahoga el olor a quemado…Usted
no sabe cómo huele la carne humana al arder, sobre todo en verano…Por un
soldado alemán muerto, quemaban el pueblo entero…”.
“Nunca pude acostumbrarme al
olor de la sangre…Después de la guerra pasé varios años sin poder quitarme de
encima el olor a sangre…No podía hacer la compra. No soportaba entrar en la
sección de carne…”.
“Los combates cuerpo a
cuerpo…Recuerdo el crujido…los huesos humanos que se rompían…”.
“En invierno, la sangre
pesaba todavía más”- revela una soldado, de la unidad de lavandería. "Las
camisas militares se ponían rígidas de la sangre y el agua heladas…”.
“Dejamos de llorar porque
para llorar hacen falta fuerzas…”- manifiesta Valentina, encargada de una pieza
antiaérea.
“Cargábamos con hombres que
pesaban dos y tres veces más que nosotras…En total, saqué de bajo el fuego a
481 heridos”- explica una instructora sanitaria.
“Los alemanes no cogían
prisioneras a las mujeres militares…Siempre nos guardábamos dos cartuchos para
nosotras, dos, por si el primero fallaba…”.
“¿Lo que más recuerdo?...El
increíble silencio de las salas donde estaban los heridos graves…No hablaban
entre ellos…Estaban pensando…”.
“¿Qué es la felicidad?
Encontrar entre los caídos a alguien con vida”- explicita una enfermera.
Sus deseos para después de
la guerra: “Al acabar la guerra, tenía tres deseos: primero, dejaré de
arrastrarme por el suelo, iré en trolebús; segundo, me compraré una barra de
pan blanco y me la comeré entera; tercero, dormiré hasta no poder más en una
cama con sábanas blancas”- dice una sargento primero.
“Por fin alguien nos quiere
oír a nosotras”- le dice una de las entrevistadas.
“Qué puñetera fue esa
guerra…Vista con nuestros ojos. Con ojos de mujer…Es horrenda. Por eso no nos
preguntan…”.
“Nuestro grito debe
guardarse en algún lugar del mundo. Nuestro aullido…”.
“En la guerra, el alma del
ser humano envejece”.
Desconfianza
y minusvaloración
“En más de una ocasión me lo
han advertido (sobre todo escritores hombres): “Las mujeres inventan…, esas
fantasías femeninas…”.
Pero ella lo tiene claro:
“Las mujeres, hablen de lo que hablen, siempre tienen presente la misma idea:
la guerra es ante todo un asesinato y, además, un duro trabajo. Por último,
también está la vida cotidiana: cantaban, se enamoraban, se colocaban los bigudíes…”.
FRASES
DE LA AUTORA
“Recordar es, sobre todo, un
acto creativo. Al relatar, la gente crea su vida”.
“Los textos están en todas
partes”.
“Para mí, los sentimientos
son la realidad”.
“Para mí, tanto las palabras
como el silencio son el texto”.
“Es imposible parar [escribir cada uno de sus
libros le lleva 3 o 4 años] porque cada vez la verdad es más insoportable”.
ALEXIÉVICH,
EN CORTO
Nacida en Ucrania el 31 de
mayo de 1948, estudió periodismo en la universidad de Minsk en 1967. Al
terminar, trabaja en un periódico y en la escuela local de Biaroza, como
profesora de historia y alemán.
El escritor bielorruso Alés
Adamóvich la decanta por la literatura a través de la llamada novela
“colectiva” o novela “evidencia”, en las que mezcla literatura y periodismo con
la técnica del collage que yuxtapone testimonios individuales.
Su primer libro, de 1983, es
“La guerra no tiene rostro de mujer”, publicado en 1985. Es la memoria de más
de 200 mujeres [500 entrevistas] de un centenar de ciudades y pueblos
soviéticos, que se convirtieron en soldados de la ex Unión Soviética en la II
GM [más de un millón de mujeres soviéticas entre los 15 y los 30 años
estuvieron en el frente en la IIGM].
Enfrentada al régimen
autoritario y la censura, abandonó Bielorrusia en el año 2000 y volvió a Minsk
en 2011, tras vivir en París, Gotenburgo y Berlín.
En 2015, premio Nobel de
Literatura (la primera periodista que merece el Nobel), por su “obra
polifónica, un monumento al valor y al sufrimiento en nuestro tiempo”.
SABER
MÁS
http://www.alexievich.info/indexEN.html. Su
página web (en inglés).
https://actualidad.rt.com/actualidad/view/10346-Solicitan-erigir-en-Mosc%C3%BA-un-monumento-al-papel-de-mujer-en-guerra.
Solicitan erigir en Moscú un monumento dedicado al papel de la mujer en la
guerra.
UN
LIBRO
Ellas
solas, de Virginia Nicholson. Dos millones de “solteras de guerra” tras la IGM.
Qué pensaban, cómo sentían, qué hicieron, a través de sus cartas, diarios y
testimonios.
También, sobre la guerra, me
vienen ahora a la cabeza, dos títulos; no, tres: Kaputt, de Curzio Malaparte. Recuerdo una imagen: los muertos,
congelados en la estepa y descongelándose en primavera. En Homenaje a Cataluña, de George Orwell, recuerdo su mención a que la
guerra no es eso que contaban, sino suciedad, piojos, malos olores…Como narra
una instructora sanitaria en el libro de Alexiévich: “…A veces veo películas
bélicas: la enfermera va por allí, paseándose en primera línea de fuego, toda
limpita ella, tan recogidita, con una falda en vez del pantalón guateado, y con
su gorrito bien colocado…¡Mentira!”. El tercero es de otra mujer: Los diarios de Bagdag, de Nuha Al-Radi.
Me viene a la cabeza su sorpresa al darse cuenta de que los grandes
congeladores que existen en las casas iraquíes no sirven de nada porque lo
primero que cae en una guerra es la electricidad.