viernes, 25 de agosto de 2017

GEOGRAFÍAS DE GERARDO DIEGO

Siguiendo la exposición de José Luis Sampedro sobre sus “Geografías literarias”, haremos lo mismo con la obra en prosa de Gerardo Diego, “el escritor viajero”. Nacido en 1896. Fallecido en 1987. Casi cien años de historia…


“La obra en prosa de Gerardo Diego es la gran desconocida de toda su producción literaria”- dice Díez de Revenga en la introducción al tomo IV de las Obras completas, en la edición de 1997.

Son artículos de prensa y radio (“radiotextos”) principalmente,  escritos a lo largo de más de sesenta años que superan los 3.500 originales en el archivo familiar. Entre ellos, muchos recuerdos autobiográficos. “Todo lo que ha cabido en mi memoria lo he trasladado a mis papeles, impresos o inéditos” -confiesa en el artículo  titulado “El valor de los recuerdos”, publicado en 1979.

“Soy nada más un hombre que ha vivido”

“Mis recuerdos de lo que he visto, escuchado y sentido constituyen para mí la única historia verdadera” -escribe Gerardo Diego.

“Recuerdos de juegos, de fiestas, de tradiciones, de costumbres familiares, de personajes vinculados a su infancia…” -sigue Díez de Revenga.

“Los datos de mi vida están en mis libros”

A veces en tercera persona: … “un viejo nacido en el siglo XIX, que ha recibido cariñosos cachetes de don Marcelino Menéndez Pelayo (“Más de una vez le sigue por las calles a verle entrar en el Suizo y pedir La Época”)…, que ha contemplado y aplaudido infinitas veces a Galdós durante los últimos años de residencia en Santander…”.  “…Con un carácter tímido, meditativo, algo rabioso, huraño… Con un deseo paradójico de precisión y de aventura: el reloj y el tren son sus aficiones favoritas… Ese deseo paradójico se va concretando en vocaciones más intelectuales: la geometría y la cosmografía…Y la música…Y por fin, un día, la temible retórica…”.

“La vida es verso, prosa y aledaños”

E incluso en verso: “Todo lo que he escrito, singularmente en verso, es memoria mía, es biografía incompleta… un poeta lírico se pasa la vida hablando o cantando de sí mismo”. De hecho, muchas veces -al final de un artículo-, coloca el poema alusivo a lo que ha tratado en prosa. “Mi libro Mi Santander, mi cuna y mi palabra, es un poco mi libro de memorias” -dirá.

“Niño astrónomo y marino”

O en primera persona: “…soñaba con ser balandrista, relojero, geómetra creador, pianista, compositor musical, torero o filólogo” -escribe en otras de sus columnas, en 1968. “Yo soy muy tímido y en los viajes suelo quedarme mudo, contemplando el paisaje o soñando, alguna vez leyendo” -explica en 1974. “A mí me hubiera gustado más que nada en este mundo ser músico de entresueños”.

Juegos de niños

La gallina ciega, a los toros “en los prados libres”; el marro, las canicas, las cuatro esquinas, la pelota o los bolos (“no se le dan mal el birle, la siega y el emboque”); todos, con su calendario que no se podía transgredir o adelantar.


“La aparición mágica del gran tiovivo en los jardines de Pereda, en el Santander de mis once años…; los días de nordeste… íbamos mis hermanos mayores y yo, ellos con su cometa…Globos libres, mi mayor ilusión de niño y aun de hombre”.

“Mi primera aventura de niño… cinco años… a las 4 de la tarde… la escapatoria desde la tienda paterna [una tienda de telas en los bajos del número 7 de la calle Atarazanas, desaparecida en el incendio de 1941, hoy Calvo Sotelo] hasta una relojería próxima…”.


Lecturas

Cuando empieza el instituto, además de libros de aventuras, ya había leído el Quijote, “y algún que otro libro moderno, del Padre Coloma [Jeromín], de Pereda o de Enrique Menéndez” -relata en 1971. “De poesía, poco menos que nada…”.

Sobre Santander

“Mi ciudad es la menos a propósito para el pedaleo, porque, al revés de Holanda o de Castilla la Vieja, todo en ella son cuestas, salvo los terrenos robados a la bahía” -cuenta en 1971 a propósito de su profesor de instituto en 1909, “don Narciso” (Alonso Cortés), que iba a clase en bicicleta.

Deusto y Bilbao

Allí va a estudiar Filosofía y Letras en 1912 (los tres primeros cursos). Los primeros años, con patrona. “Tenía que levantarme a las seis y media para estudiar las lecciones y salir antes de las 8 de la alameda de Recalde, atravesar la vía de Portugalete y la Campa de los Ingleses, muchos días con lluvia, y pasar la ría en el bote…; en mi tercer curso me fui a vivir frente a la Alhóndiga…”.

El escritor viajero

“He viajado lo que he podido y todos mis viajes me enseñaron mucho y dejaron huella en mi obra poética” -escribe en 1978.

En 1925, visita Andalucía. Falla le hará de cicerone en Granada y le traza el plan de viaje en Cádiz. “Fueron dos sus principales recomendaciones. La primera, subir al mediodía a la Torre de Tavira. La segunda, visitar en casi segura soledad el Museo de Bellas Artes, y en él los zurbaranes”.

En 1928 va a Buenos Aires “en el Infanta Isabel de Borbón”, con escala en Tenerife. En 1929 es su “bautismo de aire”: un vuelo Sevilla-Madrid. En 1934 visita Filipinas. En 1941, “la bella, dulce y blanda tierra portuguesa”. Viaja a México en 1958. En 1964, va a Perú, Ecuador, Venezuela, Nicaragua y Guatemala…

Relación con otros literatos, artistas…

“Fue en diciembre de 1920 cuando yo visité por primera vez al poeta [Antonio Machado]… Al ya glorioso músico [Manuel de Falla] le vi por vez primera, como espectador yo y él como pianista, en un concierto dirigido por Turina en el teatro de la calle de Cedaceros… Solo pude al fin conocer y hablar largo y tendido a don Manuel de Falla en su “Antequeruela Alta”, en la semana de Pasión de 1925…”. Respecto a Federico García Lorca, no recuerda si fue en el Ateneo o en la Residencia de Estudiantes donde lo conoció, pero para 1920 “ya éramos amigos instantáneos” -dice.

El gusto por el mundo del futuro

“Vivía yo en mi niñez pendiente de la navegación aérea. Primero, de los globos… Luego…, biplanos o monoplanos, cuyos pilotos inventores sabía de memoria…”.

“Las nuevas máquinas eléctricas, computadoras y ordenadoras…”- escribe en 1983, tres años antes de su muerte, que permite “casi editarse la obra antes de darla a la imprenta”.
Él, que había conocido desde el tranvía de mulas hasta el trolebús, pasando por el tranvía de vapor y el eléctrico…

En 1966, tres antes de que Armstrong pisara el satélite, escribe: “Anoche he soñado que había viajado a la Luna y que paseaba por ella”.

“Si uno no fuera tan viejo -escribe en 1977- se embarcaría con ilusión en algún viaje interplanetario…”.

SABER MÁS


http://www.fundaciongerardodiego.com. Fundación Gerardo Diego. 





UNO DE MIS FAVORITOS

“Río Duero”, una fusión entre paisaje y sentimiento…

Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja,
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.
Indiferente o cobarde
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.
Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.
Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.
Quién pudiera como tú,
a la vez quieto y en marcha,
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.
Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada,
sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.


viernes, 11 de agosto de 2017

DE CAMINO A OKU. Andar en Japón en el siglo XVII


Matsuo Basho nació en 1644 en Ueno, en la provincia de Iga, en Japón. Es considerado el poeta más famoso del periodo Edo y uno de los 4 grandes maestros del haiku, junto a Yosa Buson, Kobayashi Issa y Masaoka Shiki.

En 1662, con 18 años, publicó su primer poema y, a partir de 1680, ya se dedica al oficio de poeta a tiempo completo. Incluso tiene discípulos…

Ese invierno, a sus 36 años, se decide a llevar una vida más solitaria. Sus discípulos le construyen una cabaña y le plantan un banano (basho), que pasará a ser su sobrenombre.
Cuatro años más tarde, a los 40, en 1684, realiza el primero de sus 4 grandes viajes. “No sigo el camino de los antiguos: busco lo que ellos buscaron”.

1684. Primer diario: Recuerdos de viaje de un demacrado saco de huesos

Este comienza: “Siguiendo el ejemplo de un antiguo sabio chino, que había recorrido miles de leguas sin preocuparse de la comida hasta alcanzar el estado de suprema vacuidad, un día abandoné mi humilde choza junto al río Sumida y me puse a caminar. Fue durante la octava luna de otoño del año 1684 y soplaba un viento helador…”. Lo concentra en el haiku: “Saco de huesos./Toca mi corazón/ el viento frío”.

Aquí y Ahora. “El haiku es sencillamente lo que sucede en un lugar y en un momento dado”.

Su hogar estaba en ese momento en la llanura Musashino; en el trayecto, duerme en cama de hierba muchas veces; lleva sandalias, bastón y sombrero. El sonido de las hachas de los leñadores y de las campanas de los templos cercanos le conmueven profundamente. Llega a casa en su aldea natal a tiempo para celebrar el Año Nuevo.

1687. Diario de Kashima

“Durante mucho tiempo había deseado, influenciado por este poeta [Teishitsu], ver la luna llena alzándose por entre las montañas que rodean el santuario de Kashima [dedicado  a una deidad patrona de las artes marciales]…”. Ese es el desencadenante del viaje. Va acompañado de “un samurai sin señor  y un monje peregrino”, los tres con sombreros de ciprés que les han regalado.

1689. De camino a Oku


“…Un día, de pronto, se despertó en mí este deseo irresistible de dejarme llevar por el viento como este hace con las nubes…tuve la necesidad de echarme otra vez al camino…Parecía haber sido poseído por el espíritu del viaje…El día veintisiete del mes de marzo, a primeras horas de la mañana, me puse en marcha…”.

Antes, remienda sus “raídos” pantalones, repara su sombrero de bambú y se echa artemisia moxa en las piernas, “para fortalecerlas”. También presta a una familia su choza de hierbas. Su obsesión es contemplar la luna llena sobre Matsushima y los paisajes de Kisakata. Por delante, tres mil millas y el paso fronterizo de Shirakawa, “la puerta de entrada a las regiones del norte” en esa peregrinación al norte lejano…

Basho tiene una enfermedad crónica y un precario estado de salud a sus 45 años. Sin embargo, ni para ni vuelve atrás: ser un peregrino y contemplar los lugares que han cantado otros antes que él le hacen sentirse vivo.

Soryu, a quien Basho pide que pase a limpio De camino a Oku, dice en el epílogo: “En este cuadernito de viaje se ha recogido todo lo que hay bajo el cielo. No solo lo manido y seco, sino también lo nuevo y colorido. No solo lo que es imponente y perdurable, sino también lo que es frágil y efímero…”.

1691. Diario de Saga

“En el día 18 del cuarto mes del cuarto año de Genroku, viajé hasta Saga, a la Casa de los Caquis Caídos de Kyorai” -comienza este nuevo diario.

En la casa, han dispuesto para él “una mesa baja, un tintero, una caja con útiles de escritura y una serie de libros: los poemas de Bo Juyi [uno de los grandes poetas chinos de la dinastía Tang junto a Li Po], los Poemas chinos de autores japoneses, la Historia de una Sucesión, la Historia de Genji, el Diario de Tosa y la Antología de la Hoja de Pino”…


“Aprovecho para tomar notas para el texto que quiero escribir…Me entretengo escribiendo lo primero que pasa por mi cabeza…Nada me seduce tanto como la soledad” – son algunas de sus entradas. 

1704, póstumo. Diario de mi mochila

“…Fue a principios de octubre…que decidí emprender un viaje…”. Amigos, familiares y estudiantes le donan dinero “para comprar sandalias de paja”, y prendas de vestir: “impermeable de papel encerado, sombrero, manto de algodón y otras…”.

“Desde tiempos inmemoriales el arte de llevar un diario de viaje ha sido una actividad muy popular”. Pone ejemplos como el diario del señor Ki [Ki-no-Tsurayuki, El diario de Tosa], de Chomei [Kamo-no-Chomei, Notas desde mi cabaña de monje] o de la monja Abutsu [Abutsu-Ni,  "Diario de la luna de la decimosexta noche"].



“Los lectores de mi diario encontrarán entre estas páginas una variopinta selección de lo que me ha ido conmoviendo a medida que avanzaba por el camino…Lo que he intentado ha sido proponerles interesantes temas de conversación y serles útil en caso de que alguno de ellos se animara a hacer este mismo trayecto”.

El equipaje del viajero

“Como me gusta viajar ligero, me desprendí de un montón de cosas accesorias…”. Pero hay otras necesarias que debe portar: “impermeable, abrigo, tinta, pincel, papel de escribir, algunas medicinas, la cesta de la comida”. También lleva un sombrero de ciprés que le protege de las inclemencias del tiempo.

A pesar del cansancio y de los pies desollados, “disfruté mucho con las inigualables bellezas naturales [cascadas, cerezos en flor] con las que me topaba en las montañas y en las costas, visitando las ermitas en las que se recluyeron durante algún tiempo ciertos sabios del pasado y, muy especialmente, reuniéndome con personas que lo habían abandonado todo para cultivar alguna disciplina artística”.

Sus únicas preocupaciones: encontrar un lugar apropiado para pasar la noche e “intentar calzar sandalias de paja que fueran de mi talla”. Sin un itinerario fijo, se deja llevar por el camino.

Al llegar a su lugar natal, Ueno, la contemplación del lugar al amanecer,  “campos rojizos de trigo y chozas de pescadores rodeadas de amapolas blancas”, le hace componer un haiku: “Pescan al alba./Entre amapolas blancas,/ rostros morenos”.

Basho muere en 1694, a los 50 años.

En otoño de 1693, había escrito: “Son pocos los que alcanzan los setenta años. El periodo de máximo florecimiento corporal y mental es raro que sobrepase los veinte años. Nuestros primeros cuarenta años, edad a partir de la cual comienza la vejez, transcurren tan rápidos como el sueño de una única noche. A los cincuenta y los sesenta cada vez enfermamos más y presentamos un aspecto lamentable. Nos cansamos pronto, como consecuencia de lo cual nos dormimos al atardecer y nos levantamos en medio de la noche, errando de hora en hora sin saber muy bien qué hacer”. Esto lo decía ¡hace 324 años…!

Basho escribió unos dos mil haikus, tantos como discípulos tuvo. En el haiku es obligatoria una palabra (llamada kigo) que indique a qué época del año se refiere. “Al releerlo [su haiku recién terminado, escrito de manera espontánea], me di cuenta de que le faltaba la palabra estacional”- escribe en el Diario de mi mochila.

SABER MÁS

Thoreau, el equipaje del viajero en el siglo XIX en Estados Unidos


Su amigo Emerson lo describe así en su semblanza: “Llevaba bajo el brazo un libro viejo de música para recoger dentro de él las plantas; en el bolsillo llevaba el diario y el lapicero, un catalejo, un microscopio, la navaja y bramante. Usaba sombrero de paja, botas fuertes, pantalones grises y de mucha resistencia para que no los desgarrasen los arbustos, o para subir, si preciso fuera, aun árbol en busca de un nido de halcón o de ardilla…”. 

Y el de una peregrina del siglo XXI...


"Llevo un saco ligero, un “quita y pon”  de ropa, más otro juego, por si no se seca; los bastones; en vez de toalla, más gruesa y pesada, un fular multiusos. Y más cosas esenciales...".