Con la educación ambiental (hoy,
educación para el desarrollo sostenible), pasa como -dicen- en el amor y en la
guerra: ¡Vale Todo!
Existen libros estupendos, tanto
actuales como de siglos pasados que, sin pretenderlo, abordan temas
ambientales. Estos son solo algunos ejemplos que se han instalado entre mis
favoritos:
En el siglo XIX, encontramos un libro
sorprendente de R.L. Stevenson
(1850-1894), más conocido por la aventura de La isla del tesoro o la truculencia de Jeckyll y Hyde; se trata de Virginibus
puerisque (A los muchachos y
muchachas, en latín), un conjunto de ensayos entre los que brillan Defensa de los desocupados o Excursiones a pie.
Pero además, en 1880, durante su viaje
de Nueva York a California en busca de su amada Fanny, escribe dos relatos. En
uno de ellos, Los bosques y el Pacífico,
se refiere ya a los incendios como uno de los grandes peligros de
California: “…no solamente se destruyen los bosques, sino que también peligran
el clima y el suelo, y esos incendios evitan las lluvias del invierno siguiente
y secan los manantiales perennes”. Y hace una comparación: “En su tiempo,
California fue una tierra de promisión, como Palestina; pero si los bosques
siguen consumiéndose de esa forma, puede llegar a convertirse, también como
Palestina, en una tierra de desolación”.
El escritor estuvo a punto de ser
linchado por pirómano al tratar de hacer un experimento: “Quería asegurarme si
era el musgo el que se inflamaba con tanta rapidez cuando la llama tocaba por
primera vez el árbol”. No se le ocurrió
mejor idea que prender un pino cercano medio quemado…
Anterior es una joya del americano H.D. Thoreau (1817-1862), Pasear,
un canto al arte de caminar, o sea, de pasear tranquilamente. “Me
alegra ver que el ser humano y sus asuntos, la Iglesia , el Estado y la
escuela, el tráfico y el comercio, la industria y la agricultura, y hasta la
política -lo más alarmante de todo- ocupan tan poco espacio en el paisaje” -escribirá.
El paseo es algo terapéutico que ayuda a vivir: “Si no pasara al menos cuatro horas al día…errando por los bosques, las montañas y los campos, absolutamente libre de todo compromiso mundano, creo que no podría conservar la salud ni el ánimo”. Es consciente de que en
A principios del siglo XX, la escritora
anglonorteamericana Frances Hodgson
Burnett, escribe El jardín secreto, la historia de
tres niños, un jardín, y la estrecha relación entre mente, cuerpo y paisaje
para recuperar la salud.
También en este siglo, El
hombre que plantaba árboles, del francés Jean Giono (1895-1971), es un canto poético de lo que un hombre
solo puede hacer con constancia y perseverancia. La historia de Elzéard
Bouffier, un pastor imaginario que durante muchos años se dedicó a plantar árboles
en una extensa zona de Provenza, convirtiendo en una zona llena de vida y
frescura lo que antes era un erial. “El pastor fue a por un saquito y vertió un
montón de bellotas sobre la mesa. Comenzó a inspeccionarlas, una por una, con
gran concentración, separando las buenas de las malas…Tras separar una cantidad
suficiente de bellotas buenas, las fue contando por decenas, al tiempo que
eliminaba las más pequeñas o las que presentaban alguna grieta… Cuando hubo
seleccionado cien bellotas perfectas, puso fin a la labor y se acostó”.
Pero, además, se ha escrito sobre
problemas ambientales desde el relato o la novela, muchos de ellos, en
colecciones juveniles: El camello de hojalata, del
palestino Ghazi Abdel-Qadir, cuenta
-casi como una parábola o un relato de Las
mil y una noches, interrumpido y reiniciado día a día-, el problema del
agua, cómo nos afecta a todos y cómo lo que uno haga repercute en los demás, a través de la historia de dos tribus que se
dejan cegar por la codicia.
El soriano Avelino Hernández ha escrito sobre los pueblos abandonados en La
sierra del Alba, y sobre la Historia de San Kildán, un
archipiélago al norte de Escocia donde vivía un pueblo de origen celta que, en
1930, fue evacuado hacia la metrópoli al terminar -ellos mismos- con su modelo
de vida sostenible.
También están las memorias de Forrest Carter, “Pequeño Árbol”, que,
huérfano de padre y madre, a los cinco años se va a vivir con sus abuelos cheroquis a las montañas de
Tennesse. La estrella de los cheroquis, (La educación de Pequeño Arbol, en
el título original), narra sus vivencias en contacto con la naturaleza y con la
sabiduría de sus antepasados.
O El camino, de Miguel Delibes que, aunque tiene más de cincuenta años a sus
espaldas, aún nos conmueve con los pensamientos de Daniel el Mochuelo que cree
que, a sus once años, ya sabe cuanto puede saber un hombre y que no desdeña ser
un quesero como su padre: tener una pareja de vacas, un pequeño huerto y, los domingos, cazar, pescar o jugar a los bolos- como ideal de vida.
APIA. VI CONGRESO NACIONAL DE
PERIODISMO AMBIENTAL. Madrid, noviembre 2005.
BIBLIOGRAFÍA
- Virginibus puerisque.
R.L. Stevenson. Alianza Editorial.
- De praderas y
bosques. R.L. Stevenson. Península.
- Pasear. H.D.
Thoreau. Olañeta.
- El jardín secreto.
F.H. Burnett. Siruela.
- El hombre que
plantaba árboles. J. Gino. Olañeta.
- El camello de
hojalata. Ghazi Abdel-Qadir. Alfaguara.
- La sierra del Alba.
A. Hernández. Edelvives.
- La historia de San
Kildán. A. Hernández. Edelvives.
- La estrella de los
cheroquis. Forrest Carter. SM. Gran Angular.
- El camino. M.
Delibes. Destino.
Fantástico
ResponderEliminar