Publicado originalmente en
1949, es rescatado en 2013 por Ediciones 98.
Comienza con una “Invitación
al viaje” de Josep Pla “a esos
muchachos…que, encontrándose en el umbral de la puerta de la vida…preguntan:
“¿Qué hemos de hacer…?”. Yo les aconsejaría un viaje a pie”.
Su propuesta es “un corto
viaje” por el entorno más cercano a cada cual (en su caso, las comarcas del
bajo Ampurdán, su “país”) “a base de un itinerario que comprendiera un número
de poblaciones muy pequeñas…que no pasaran de quinientos habitantes”. Y de ir
por los caminos y senderos vecinales
en vez de por las carreteras.
“Su viaje debería tener un
objetivo: informarse, enterarse de lo que es el país, de cómo vive en él la
gente, empaparse de la manera de ser básica, inalienable, insoluble, del
material humano”.
Y sigue haciendo
recomendaciones: “La primera vuelta no debería durar más de quince días.
Quienes demostraran resistencia, podrían luego emprender un viaje de un mes o
mes y medio, siempre a pie y pasando por poblaciones del tamaño ya dicho”.
Las tareas, dos, ambas “muy
interesantes”: pasear y hablar con la
gente.
Esto lo escribía en 1948,
aún en la posguerra, cuando describía los pueblos
pequeños “en un estado de abandono inenarrable, insondable, abrumador”.
“Nada hay, me parece, que
ofrezca tanto interés para el ciudadano como saber exactamente en qué consiste
su país…De los pueblos pequeños, nadie se ocupa…Es muy posible que ese
desequilibrio sea fatal para la salud colectiva”.
Y concluye este primer
capítulo: “Ver la política desde los pequeños pueblos campesinos tiene un
interés apasionante…A base de hablar con la gente se llegaría- si uno sabe
hablar con la gente de los pueblos, cosa que no es fácil- a tocar, a ver, a
presentir nuestra manera de ser más auténtica y real”.
A continuación, cuenta cómo
se plantea él la experiencia: “Cada año, cuando empiezan a ceder los rigores
estivales y aparecen las agradables temperaturas de septiembre, me permito una corta evasión de ocho o diez días y realizo un pequeño viaje a pie”.
Pero con tranquilidad: “No
devoro kilómetros ni colecciono paisajes; jamás se me ocurrió escalar picachos,
ni descender a las profundidades de la tierra. No suelo ir vestido de
excursionista ni de acampado…”.
Viaja generalmente por la
tarde (“Con la rociada se puede coger frío”); se levanta “a una hora decente”,
sobre las 10, y una vez tomado el desayuno, que debe incluir un zumo de
naranja, “hay que salir de la fonda en busca de una sombra propicia”. Y esperar
a la hora del almuerzo. En los pueblos, a la sombra de los árboles, es donde se
reúne la gente y hace sus tertulias. “Para aprender, hay que escuchar a los demás”.
Tras el almuerzo y las dos
tazas de café “de rigor”, él suele dormir una horita a la sombra de un pinar o de una arboleda. Luego, continúa
al pueblo más cercano a cuya posada suele llegar con la puesta de sol, “en
septiembre, un espectáculo muy bello”.
Un
andar moroso
“Mi andar por las carreteras
transcurre a muy poca velocidad: a dos
kilómetros y medio o tres, máxime, por
hora…es una excelente velocidad si de lo que se trata es de ver algo…Viajar
por los senderos es una deliciosa ocupación”.
En el otoño de 1948, cuando
se produce este “viaje a pie”, Pla tiene 51 años.
Pero a pesar de los más de
sesenta años transcurridos, sus recomendaciones esenciales hoy valen para
todos: para el ciudadano de a pie, cualquiera que sea su edad y su género, y
para nuestros políticos, que andan allá por Babia, y no precisamente la de León.
Para ejercitarse en el silencio y la meditación en esta vida acelerada; para
ejercer la observación y obtener nuestras propias conclusiones, de primera
mano, no manipuladas.
El resto del libro está
dedicado a la reflexión, análisis y descripción de sus paisanos, los payeses.
Eso lo dejo para otro día.
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