El subtítulo que lleva en
castellano es “Una respuesta al ensayo de 1946 de Orwell Por qué escribo”.
“Aquella primavera en que la
vida se hacía cuesta arriba… lloraba sobre todo en las escaleras mecánicas de
las estaciones ferroviarias”… Se le ocurre entonces sacar un billete a Palma de
Mallorca, un sitio en el que ya había estado antes “con veintipocos años”,
mientras escribía su primera novela, y “con treinta y muchos”, enamorada del
“Gran Amor” de su vida…
En ese momento “lloroso” de
su vida, el libro que más leía era la
novela corta de Gabriel García Márquez Del
amor y otros demonios. Además, se lleva Un
invierno en Mallorca de George Sand y un cuaderno titulado Polonia, 1988, una especie de diario o bloc de notas. De hecho, introduce en alguna de sus novelas posteriores
momentos de ese viaje a Polonia en 1988.
Cosas
que no quiero saber
A partir de las confidencias
al tendero chino del colmado del lugar, nos enteramos de su infancia en Sudáfrica
y “las cosas que no quería saber a los 7 años”. Su padre, en la cárcel desde
que ella tiene 5 años, por pertenecer al Congreso Nacional Africano en la
Sudáfrica del apartheid, le escribe en una carta que diga lo que piensa en voz
alta en vez de quedárselo dentro. Ella decide escribirlo (el poder de escribir):
“Papá desapareció [en 1964
la policía secreta viene a buscarlo a casa para llevarlo a una prisión en
Pretoria].
Thandiwe [una niña negra de
su edad, hija de su niñera zulú Zama/Maria] lloró en la bañera [al tener que
separarse de su madre para residir en su distrito segregado].
Piet [un niño de la escuela que va a un curso
superior a quien el maestro le afeita la cabeza y le aplica yodo en la frente
por decir palabrotas] tenía un agujero en la cabeza.
A Joseph [el jardinero negro
de su madrina en Durban] le arrancaron los dedos de un mordisco [los perros-policía
en una redada en casa de su hermano, en busca de Nelson Mandela].
El señor Sinclair [el
director de su colegio en Johannesburgo], me pegó en las piernas [por no
escribir en las dos primeras líneas de su cuaderno].
Las sandías crecieron y yo
no estaba.
Maria [su niñera] y mamá están lejos [en Johannesburgo].
Es posible que sor Joan [una
de sus maestras en la escuela convento de Durban] no crea en Dios.
Billy Boy [el periquito de
su madrina en Durban] está entre rejas.”
Todas ellas hablan de las
situaciones y circunstancias que ha vivido una niña de tan solo 7 años, “la
edad de la razón”, en la Sudáfrica de los años 60. Tan traumáticas que ella solo quiere ser una Barbie de plástico, para no sufrir.
Contado teniendo en cuenta
las recomendaciones de la actriz polaca Zofia Kalinska a sus actores en Polonia
en 1988: “La forma nunca debe superar al contenido” y “La emoción se transmite mejor con una voz
fría como el hielo”.
“Solo hay un recuerdo que
quisiera conservar. El de Maria, que también es Zama, sorbiendo leche
condensada en los escalones del porche por la noche”.
A partir de la salida de su
padre de la cárcel y su mudanza a Londres (al barrio de West Finchely), solo
quiere “recuerdos nuevos”. Pero en 1974, con quince años, sus padres se
separan. Deborah escribía entonces en servilletas de papel en la cafetería de
la estación de autobuses, ataviada con un sombrero de paja negro y zapatos de plataforma
verde lima. “Escribir hacía que me
considerase más sabia. Sabia y triste. Así pensaba que debían ser los
escritores”… Lo que más quería en el mundo era ser escritora, pero, en ese
momento, no sabía por dónde empezar.
“Para convertirme en escritora
tenía que aprender… a hablar en voz alta, a elevar un poco la voz…, y luego a
hablar sencillamente con mi voz…”. Y eso es lo que hace.
No hay comentarios:
Publicar un comentario