viernes, 22 de septiembre de 2023

DIARIOS DEL BOSQUE, una vida entre árboles

“En 1969 [tenía 26 años], Roger Deakin compró una casa [estilo Tudor] construida “unos veinte años antes de que Shakespeare naciera [hacia 1544]”, con madera de roble y castaño, y él mismo se encargó de repararla con sus propias manos para convertirla en su hogar…”- se lee en la contraportada.

“He permanecido en la misma casa [en Suffolk] más de media vida… Cuando la encontré, en 1969, la casa estaba en ruinas… Poco a poco, desnudé la casa hasta dejarla en su armazón de roble, castaño y fresno; la reparé con maderos de roble que recogí del granero que uno de los granjeros de la zona había demolido…”. Calculando las vigas de su casa, llega a la conclusión de que se necesitaron unos 300 árboles, “un bosque pequeño”. El alzado tiene la altura de un árbol y, el tamaño de las habitaciones, el de un roble joven (cinco metros y medio de ancho), con el grosor adecuado.

Está dedicado a Alison [Hastie], su pareja. Ella, con el crítico y novelista Terence Blacker, publica en 2008 Notes from Walnut Tree Farm, un compendio de los fragmentos más interesantes de los diarios de Deakin sobre su vida en el campo. Él había muerto en 2006 de un tumor cerebral.

Sobre él mismo

“Durante un tiempo me gané la vida fabricando y reparando sillas, que vendía en un puesto en Portobello Road. Más tarde, trabajé para Amigos de la Tierra por la defensa de las ballenas, los bosques y las selvas, y fundé Common Ground, que todavía hoy lucha por los antiguos huertos de frutales y las seis mil variedades de manzanos registrados en nuestras tierras”.

Sobre Diarios del agua

“Fue en el punto álgido de aquel aguacero de verano de 1996 cuando empezó a tomar forma la idea de recorrer Gran Bretaña en un largo viaje a nado. Quería seguir el sinuoso itinerario que realizaba la lluvia por nuestra tierra hasta reunirse con el mar… Me había inspirado en El nadador, el clásico relato de John Cheever, donde el protagonista, Ned Merrill, decide recorrer los trece kilómetros que separan una fiesta en Long Island de su casa nadando por las piscinas de sus vecinos… Seguir el agua, fluir con ella…”.

“Yo vivía solo, y triste, pues acababa de salir de una larga relación, y, como era escritor y autónomo, tenía cierta libertad para emprender un viaje si me apetecía. Mi hijo, Rufus, también estaba de aventura por Australia, trabajando de camarero y surfeando en Byron Bay, y lo añoraba. Al menos, en el agua podría unirme espiritualmente a él.

Al igual que el ciclo infinito de la lluvia, empezaría y acabaría el viaje en mi foso, partiendo en primavera y nadando durante todas las estaciones del año, y escribiría un diario con mis impresiones y peripecias”…



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