En
la parte final de Mi vida querida
(2012) y en algunos relatos de La vista
desde Castle Rock (2006), dos de sus últimas obras antes de que decidiera
dejar de escribir el año pasado (“Cuando tienes mi edad ya no quieres estar
sola tanto tiempo como tiene que estarlo un escritor…Me olvido de nombres o
palabras de manera habitual”), hace mención a varios episodios familiares.
“Explorar
mi propia vida…Me situaba en el centro de ella y escribía sobre esa identidad,
de forma tan escrutadora como me era posible”.
El
último párrafo del último relato que quizá haya escrito, dice así: “No volví a
casa la última vez que mi madre cayó enferma, ni para su funeral. Tenía dos
hijas pequeñas, y a nadie en Vancouver con quien dejarlas. No estábamos para
gastar dinero en viajes, y mi marido despreciaba las formalidades. Aunque, ¿por
qué achacárselo a él, de todos modos? Yo sentía lo mismo. Solemos decir que hay
cosas que no se pueden perdonar, o que nunca podremos perdonarnos. Y, sin
embargo, lo hacemos; lo hacemos a todas horas”.
Alice
Munro aprovechaba la siesta de sus hijas para escribir en el cuarto de la plancha.
“El cuento estaba determinado por el largo de las siestas de mis hijas”.
En
su familia ya había escritores: “Mis antepasados llevaban diarios de viaje”. Su
padre, al envejecer, “empezó a escribir sus reminiscencias”. (Además, concluyó
una novela sobre la vida de los pioneros, titulada Los Macgregor).También eran grandes lectores. “Mi abuelo era un
granjero eficaz, un excelente administrador, pero el objetivo de su
administración no era ganar más dinero: era disponer de más tiempo de ocio para
la lectura”. “Mi padre había leído muchos libros, libros que encontró en casa y
en la biblioteca de Blyth y en la biblioteca de catequesis. Había leído libros
de Fenimore Cooper…”.
Su biblioteca personal
A
través de los relatos, accedemos a su itinerario de lectura. “Los libros que me
gustaban: Ana deTejas Verdes o Pat de Silver Bush”. Más tarde, “me
sentaba con los pies metidos en el calientaplatos y leía las gruesas novelas
que sacaba de la biblioteca municipal: Gente
independiente [de Halldor Laxness]…En
busca del tiempo perdido o La montaña
mágica.
En
su casa, ya había leído todas las
novelas de la estantería. “No había muchas: Bajo
el ardiente sol [de Marguerite Steen, 1941], Lo que el viento se llevó, La
túnica sagrada, Descanse en paz; Hijo
mío, hijo mío [de Howard Spring, 1938], Cumbres
borrascosas, Los últimos días de
Pompeya”.
En
un verano en que trabajó como “ayuda doméstica”, el señor de la casa le regaló
al irse Siete cuentos góticos [de
Karen Blixen, 1934]. “Tuve la convicción de que ese regalo siempre había sido
mío”. Uno de los matrimonios que asisten
a una fiesta, los Hammond, le recuerdan a The
Hucksters [de Frederic Wakeman, 1946]: “gente que bebía mucho, tenía
aventuras amorosas e iba al psiquiatra”.
Mientras
recoge en los baúles lo que se va a llevar cuando se case, sigue leyendo: “Leí
los relatos de A.E. Coppard…Y leí una novela corta de John Galsworthy [Bajo el manzano, 1916]…”.
Una
de las últimas veces que vuelve a casa de su padre, ya mayor, recuerda la
novela Maria Chapdelaine [de Louis
Hémon, 1913].
Sobre
sus influencias a la hora de escribir -Alice dice “conexiones personales”-,
ella empieza por Eudora Welty. “También amo a Katherine Anne Porter… y a
Katherine Mansfield, una de mis escritoras favoritas, una inspiración”.
En
una ocasión en que le preguntan por autores españoles y latinoamericanos,
responde: “Conozco y he leído bien a Borges…También al español Javier Marías…me
gusta su forma de escribir fría. Conozco mucho a Alberto Manguel y he leído a
Vargas Llosa y García Márquez. Pero de todos los países latinos, el que más me
fascina es Brasil. Amo a Elizabeth Bishop, una escritora estadounidense, que
vivió durante su infancia en Canadá y escribió sobre Brasil…”.
Entusiasta de la
naturaleza, “en secreto”
Munroe
cuenta que, en su sociedad granjera y ocupada, ciertas cosas se veían como
extrañas, casi un lujo, o una excentricidad. “Se consideraba que la gente que
admiraba abiertamente la naturaleza – o que incluso llegaban al punto de usar
esa palabra, “naturaleza”- estaba un poco mal de la cabeza…No se fomentaba el
interés en conocimientos no prácticos de ninguna clase…Nadie esperaba que el
esparcimiento formase parte de la vida en el campo de manera regular”.
“Ese
sentimiento, al principio, partió de los libros…de los cuentos para niñas de
L[ucy].M[aud]. Montgomery…Más tarde, se fundió con otra pasión privada, que era
la poesía”.
Para
ella es algo tan “definitivo” que forma parte sustancial de sus relatos.
“En
mi tiempo libre lo que hago es ir manejando por el campo con mi marido, [Gerald
Fremlin, su segundo marido desde 1976] que es geólogo y geógrafo, identificando
cosas del paisaje…Mis libros tienen mucho sobre el campo y los paisajes, así
que siento esos paseos como parte de una investigación previa a la
escritura”…Mi paisaje preferido es la morrena con kames…Las morrenas con kames
son todas irregulares y caóticas, impredecibles, con un aire de azar y
secretos”.
La vida, un ejercicio de
observación
No
faltan en estos relatos autobiográficos “de sentimiento” referencias a ella
misma y a su carácter.
Refiriéndose
a su formación y a su manera de ser, ha dicho: “Me educaron para creer que lo
peor que podía hacer era llamar la atención sobre mí, o pensar que era
inteligente o brillante…Destacar no era una buena idea”.
Con
su padre, reconoce compartir “la costumbre – no muy digna de elogio- de decir a
la gente más o menos lo que creemos que le gustaría oír”.
Modesta,
cuando ya es una mujer de fama mundial, confiesa en una entrevista: “No soy
realmente una intelectual. Era una buena ama de casa (durante 30 años cocinó
para su familia), pero no algo tan grande”. En 1961, en un diario de Vancuver,
el titular que la presentaba como escritora era: “Ama de casa encuentra tiempo
para escribir relatos”.
Al
escribir, es consciente de lo difícil y
lo complejo que es retratar a un ser
humano. “Cuando uno escribe sobre personas reales, siempre se encuentra con
contradicciones”. (Relato Trabajar para
ganarse la vida, de La vista desde
Castle Rock).
Y,
sin embargo, a pesar de su seriedad, también hay lugar en su vida para el ocio
y la frivolidad. Sus “placeres secretos”: la ropa y salir de shopping, mirar escaparates. “Cuando
nadie me mira, devoro el “Vogue”…
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