Para mí no es una novela:
son estampas a la manera de Ana María Matute en El río, llenas de melancolía; la manera de mirar cuando uno está de
duelo.
A manera de prefacio, en
cursiva, un título en ¿rumano…?: Vii/Morti (Los vivos/Los muertos). “En las
iglesias rumanas hay dos lugares, separados uno de otro, donde los creyentes
encienden velas… El lado izquierdo alberga las velas para los vivos; el lado
derecho, las velas para los muertos…”.
Alude a una escena en una película
donde un hombre saca la vela de una pariente del lugar de los vivos para
colocarla en la de los muertos. “Poco después de ver esa escena en una película
murió M. [su pareja, Martin Chalmers, 1948-22 octubre 2014]. Me convertí en
superviviente, en doliente… Para el doliente el mundo se define por la
ausencia…”.
El libro se divide en tres
partes: Olevano, Chiavenna y Comacchio. Con capítulos breves que encabeza la
mayoría de las veces una sola palabra: Territorio, Camino, Pueblo, Cementerio…
Poco a poco, y de manera
desordenada, nos vamos enterando del proceso… “Llegué a Olevano en enero, dos
meses y un día después del entierro de M… Me detuve en Ferrara. Eso nos
habíamos propuesto M. y yo para este viaje… Italia era un país por el que nunca
habíamos viajado juntos… Medité sobre las posibilidades que tenía en aquel
lugar para ajustar mi vida durante tres meses a un orden que me permitiera
sobrevivir a la inesperada extrañeza”...
La autora, Esther Kinsky, vive en una casa en lo alto
de una colina. Por las mañanas va al pueblo. “Cada día por una calle distinta”.
Antes, temprano, hace la misma ruta “cuesta arriba por la ladera, entre los
olivos y, rodeando el cementerio, hacia la pequeña arboleda de abedules”.
Por las tardes, visita las
tumbas. La tumba más vieja que encuentra es la de un berlinés fallecido en
1892. “Supe que las paredes se llamaban columbarios… En el habla corriente a
los nichos se les llama fornetti
[hornos]”.
Se queda frente a la ventana
horas enteras, sobre todo los días de lluvia, en que no quiere salir…
Y distintos objetos le traen a la memoria recuerdos con M.: el cable del disparador de la cámara de fotos que él encontró en una tienda de segunda mano, las naranjas sanguinas cuya temporada él esperaba durante todo el año, la última película que vieron juntos (Apuntes para una Orestiada africana), porque se equivocaron de día…
Viaja a Cerveteri [necrópolis etrusca]. “M. y yo nos habíamos propuesto
esta excursión: un día en Roma, medio día en la costa; así nos lo habíamos
imaginado. Caminar entre tumbas… Sabía cómo habríamos paseado entre aquellas
tumbas…”.
Sueña con él, vivo (“M. viene caminando hacia mí, como antes, con paso
alegre, fondón, en vaqueros y jersey, sonriente”), y moribundo (“Lleva un
camisón de enfermo blanco… Veo lo nítido que el cráneo se dibuja, bajo su
piel”).
Pero no solo echa de menos a M: también hay una elegía a su padre...
“Mi padre murió en junio, durante una ola de calor… El día que murió mi padre los zapatos se me habían quedado pegados en el asfalto fundido al cruzar un puente del Támesis… Mi padre dejó su cuarto y su escritorio en el desorden que conocíamos…”.
Recuerda distintos momentos con él: “[De niña] Mi padre me leía en voz alta, pero en italiano, que yo no entendía”. Una noche, en Chiavenna, su padre se ausenta durante varias horas a raíz de una discusión marital. “Mi padre volvía siempre, por lo general al alba, con una pacífica borrachera y la socorrida excusa de un encuentro con parientes que iban de paso…”.
Evoca un verano
en una casa ruinosa en los alrededores de Florencia y su lección sobre la migración acuática de las anguilas. Otro, en que su
padre casi se ahoga en el mar… “Mi padre se calificaba a sí mismo de experto en el color
azul… visitaba pinturas de Fra Angelico… Siempre andaba rastreando huellas. Por
lo general, las de los etruscos… En los viajes por Italia lo etrusco estaba
omnipresente…, ya fueran tumbas, ciudades funerarias o colecciones de ofrendas
sepulcrales”.
SABER
MÁS
https://www.theguardian.com/global/2014/nov/21/martin-chalmers. Obituario de Martin Chalmers (en inglés).
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