El 28 de octubre de 1613 el
samurái Hasekura Tsunenaga y el franciscano fray Luis Sotelo iniciaron un viaje
de ida y vuelta entre España y Japón, con América incluida, que finalizó en
octubre de 1614 en Sanlúcar de Barrameda.
Ahora, con el año dual
España-Japón, en que se conmemora el 400 aniversario del inicio de las
relaciones hispano-japonesas, es un buen momento para acercarse a algunos
títulos de la literatura nipona.
Del
Libro de la almohada a Murakami
En el siglo X, Sei Shônagon, Dama de Honor de la
Emperatriz Fujiwara Sadaco, escribe
varios “cuadernos de notas”, al parecer algo común entre los hombres y las
mujeres de la corte antes de irse a dormir. “Escribí estas notas en mi casa,
cuando tenía mucho tiempo libre…He incluido cuanto he visto y he sentido…Hechos raros, historias del pasado y
toda suerte de cosas, a veces triviales. Por lo general opté por cosas y
personas que me parecían encantadoras y espléndidas. Mis notas abundan en
poemas y en observaciones sobre árboles y plantas, pájaros e insectos…Lo
escribí para divertirme y puse las cosas
exactamente como ocurrieron”- relata en las últimas entradas a sus “apuntes”.
Una de las curiosidades del Libro
de la almohada son las listas.
“Cosas deprimentes, cosas odiosas, cosas que emocionan, cosas que suscitan una
profunda memoria del pasado…”.
Algunas anotaciones (“mis
apuntes”) son muy breves, como el titulado Distintos
modos de hablar: “El lenguaje del monje. La conversación de los hombres. La
charla de las mujeres. Las personas vulgares siempre tienden a agregar sílabas
innecesarias a sus palabras”.
Sei Shônagon retrata lo que parece una vida de ociosidad y
holganza, de santuario en santuario, en peregrinación; a un retiro, en un
periodo de abstinencia…Pero también una sociedad muy jerarquizada, llena de
normas, donde el chisme es materia de
intercambio. Ella misma, un espíritu burlón, valora tanto el ingenio y la
elegancia, como la belleza física o una buena entonación de un poema.
Sus notas me traen a la mente algunas cartas –expurgadas, y frívolas−
de Jane Austen o algunos poemas sobre la naturaleza de Emily Dickinson.
Haruki
Murakami (Kioto, 1949) inicia en el verano de 2005 sus memorias “deportivas” De
qué hablo cuando hablo de correr, donde relaciona escritura y deporte.
“Escribir honestamente sobre el hecho de correr es también -en cierta medida- escribir
honestamente sobre mí”. Él empezó (a correr) con 33 años, en el otoño de 1982.
Y sigue corriendo, rebasados los cincuenta y cinco, en 2005.
Su tercera novela, La caza del carnero salvaje, donde dice
encontrar su propio estilo como novelista, será también el punto de partida de
su vida deportiva. “El primer problema serio al que tuve que enfrentarme nada
más convertirme en novelista fue el del mantenimiento de mi condición física…La
mayoría de lo que sé sobre la escritura lo he ido aprendiendo corriendo por la
calle cada mañana”.
Sobre
escribir novelas
Dos cualidades
imprescindibles, que pueden entrenarse y mejorarse son, a su juicio: la capacidad de concentración y la constancia, que sirven tanto para correr como para la carrera de
fondo que es la escritura.
Así se considera él: “escritor
(y corredor)”, dos palabras que le gustaría que constaran en su epitafio.
De
Kawabata a El embarazo de mi hermana
La escritora Yoko Ogawa nace en Okayama en 1962. Con
su primera novela obtiene en 1988 el premio Kaien y declara entre sus
influencias, el Diario, de Ana Frank
y El convite de los muertos, de
Kenzaburo Oé. El embarazo de mi hermana, escrito en forma de diario, consigue
el premio Akutagawa (prestigioso premio literario para autores noveles) en
1991. Un diario realista, nada edulcorado, sobre las fases y preocupaciones de
una mujer corriente; en este caso, la hermana mayor de la narradora. “Mi
hermana mayor ha recuperado en estos diez días los cinco kilos que había
perdido durante las catorce semanas de náuseas. Siempre que está despierta
tiene algo de comida en la mano. Está comiendo en la mesa, agarrando una bolsa
de aperitivos, buscando el abrelatas o mirando dentro del frigorífico. Parece
que su existencia está entregada al apetito…”.
Nada que ver con la
nostalgia y la melancolía por un mundo perdido de Kawabata en El clamor de la montaña o La
danzarina de Izu. “El sendero
subía por la montaña, dando vueltas y vueltas. Cuando llegaba al paso de Amagi,
descargó de pronto un fuerte aguacero que envolvió el frondoso bosque de cedros
en un velo gris pálido…”.
Aprovechando la
circunstancia del Año de España en Japón y de Japón en España, es un buen
momento para dedicar nuestra atención a la literatura, pasada y presente, de este
país que nos queda tan lejos… o tan cerca.
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