Como dijo Malcolm Cowley en
una entrevista para el NY Times: “Fitzgerald no escribía estas cartas a su hija
en Vassar [universidad], sino a sí mismo en Princeton [cuando él mismo era
universitario]”. Sin embargo, hay en ellas mucha honestidad. “Te escribo con
toda libertad”.
Scott le habla con
sinceridad de su situación económica (“Aún no estamos libres de deudas”, “Eres
una niña pobre”). Le aconseja sobre lecturas: “¿Por qué no buscas un volumen de
Gilbert y Sullivan y lees las maravillosas letras…?. “Me alegra saber que por
fin te empieza a gustar Dorothy Parker y que has tenido el buen gusto de elegir
“Del diario de una dama neoyorkina”. Es una de sus mejores obras…”. “Lee Moll Flanders”…”Léete Casa desolada (el mejor libro de
Dickens)”…”No empezaría Henry James por El
retrato de una dama…¿Por qué no lees antes Roderick Hudson o Daisy
Miller?”.”Lord Jim es un gran
libro; al menos en su primer tercio y en la concepción general”. “Sister Carrie, casi el primer ejemplo de
realismo americano, es rematadamente bueno”. “Me alegra saber que has leído a
Malraux”. “¿Has leído este verano algún buen libro como Los hermanos Karamazov o Diez
días que estremecieron al mundo [de John Reed] o la Vida de Jesús, de Renan…Le
Père Goriot o Crimen y castigo…Casa de muñecas o San Mateo o Hijos y amantes?”. “Me alegra saber que
te gustó Muerte en Venecia”.
En el prólogo escrito como
introducción a las cartas por Scottie Lanahan en 1965, ella cuenta, ya de
adulta, como al recibir “estas cartas espléndidas…me limitaba a examinarlas en
busca de cheques y nuevas y luego las metía en el cajón inferior derecho”.
La relación con su padre, un
“escritor famoso”, fue difícil. “En primer lugar, supongo que es imposible
formarse el hábito de inventar personas, construirlas y manejarlas como muñecas
de papel sin hacer en cierto modo lo mismo con la gente de carne y hueso…”.
Ella reconoce una infancia
“dorada”, hasta los once años. “Pero
desde el momento en que la primera de las cartas de esta antología fue escrita
[1933] hasta su muerte en 1940…casi lo único que recuerdo son sinsabores: la
enfermedad incurable de mi madre, los problemas de salud de mi padre, sus
problemas de dinero y -lo más duro de todo, creo- su eclipse literario”.
Scottie, como dice en el
prólogo, prefería “los chicos, Fred Astaire y pasarlo bien a hincar los codos y trabajar”. En cambio, su
padre aborrecía la pereza y la holgazanería y era un defensor a ultranza del
esfuerzo. “Nunca he recriminado a nadie sus fracasos…pero soy totalmente
despiadado con la falta de esfuerzo”.
Así, le sugiere “adquirir el
hábito de la pulcritud…despachar cada asunto a su debido tiempo… Hacerte el
hábito mental de abordar las tareas difíciles en primer lugar, cuando estés
totalmente fresca…”.
Le
previene con su propia experiencia
Scott predica con el
ejemplo, y se pone a sí mismo de imagen: “Yo no aprendí hasta los quince años
que en el mundo vivían otras personas aparte de mí, y lo pagué muy caro”. “El
precio de las aventuras prematuras es atroz…De todos los chicos que conocí que
bebían a los dieciocho o diecinueve años no hay uno que no esté a salvo en su
tumba”.
Retazos
de autobiografía
Scott le confía a su hija
experiencias y recuerdos de sus años mozos.
“Solía escribir cartas
interminables desde mi segundo año de carrera a Ginevra King (que más tarde
sería uno de los personajes de A este lado del paraíso)…Fue la primera chica que amé”. En otra
carta anterior, le había dicho, a cuenta de que los excesos se pagan: “Estaba
escrito que Ginevra King terminaría siendo expulsada de Westover”.
“No empecé a fumar hasta mi
segundo año en la universidad, pero bastó un año de tabaco para coger una
tuberculosis que ha proyectado una sombre muy alargada”.
“Durante toda mi vida, he
echado de menos tener otras aficiones que no fueran la estrategia militar y el
fútbol…Y después de leer a Thoreau, sentí todo lo que me había perdido al
apartar la naturaleza de mi vida”.
Escribir,
“un trabajo espantosamente solitario”
“Nunca he querido que
eligieras este camino…”- le escribe; pero, ya que lo hace, está dispuesto a
compartir con ella lo que a él le llevó
años aprender.
Le habla de “la fuerza del verbo en la descripción…La
buena prosa se basa en que los verbos
carguen el peso de las frases. Los verbos hacen que las frases se muevan”.
“A menudo pienso que la
escritura consiste simplemente en ir
deshojándote para quedarte más fino, más desnudo, más magro”.
“El talento para la prosa
depende de…: tener algo que contar y una
manera interesante y bien trabajada de contarlo”.
“El defecto principal de tu
estilo es la falta de refinamiento…Y la única cosa que puede ayudarte es la poesía…La víspera de Santa Inés [de Keats] encierra las imágenes más ricas
y sensuales de toda la literatura inglesa, Shakespeare incluido…Si uno conoce
estas cosas de muy joven y tiene un poco de oído, es casi imposible que más
adelante no sepa separar el oro de la escoria en lo que lee”.
“Los mejores cuentos son los
que se escriben de una o tres sentadas…El cuento de tres sentadas hay que
escribirlo en tres días sucesivos y luego dedicar un día o dos a revisarlo
antes de soltarlo”.
La
actualidad en las cartas
“Mi padre siempre había acompasado
su vida para que coincidiera con la del país”- cuenta Scottie en el prólogo.
En julio de 1936, Scott le escribe: “Lo de Europa queda
definitivamente descartado. España
está sumida en los “tiempos convulsos de la revolución”, como dicen los periodistas”.
En abril de 1938 los tambores de guerra ya resonaban: “Lo más probable
es que estos años sean la última oportunidad de conocer Europa tal y como
era…Si te sorprende la guerra este
verano…”.
“Rotterdam es el centro de la arquitectura moderna…J.J.P. Oud… y sus viviendas para
obreros…son un ejemplo para el mundo entero” (Julio 1938).
Personajes
de la meca del cine
Scott estuvo trabajando en
la confección de varios guiones para películas de Hollywood. “La tercera
aventura hollywoodiense”- le escribe en julio de 1937. Lipstick, en 1927. The
Red-Headed Woman, en 1931. Y Tres
camaradas, en 1938, la única en que consta como guionista en los créditos, son algunas de ellas.
En ocasiones, vierte
comentarios en sus cartas sobre los actores y actrices que conoce: “Errol Flynn [oct. 1937] nos acompañó un
rato; me pareció muy agradable, pero más bien tontorrón y fatuo”. “Shirley Temple [Jun. 1940] es un chica
muy dulce y me recuerda a ti con once años y medio, cuando aún no habías
sucumbido a las astucias de Fred Astaire”.
Su
última carta
Es de diciembre de 1940 (Scott
murió el día 21). En ella le cuenta que sigue en cama, “el resultado de
veinticinco años de cigarrillos”. Le pide que sea cariñosa con su madre en
Navidad. “Sus cartas son trágicamente brillantes…Qué insólito que fracasara
como criatura social”. Hay piedad y compasión en sus palabras: “Los locos son
simples invitados sobre la Tierra, eternos extranjeros que deambulan por el
mundo con decálogos rotos que no saben leer”. Y le informa de que está leyendo You can´t go home again, novela póstuma
de Thomas Wolfe: “La historia sobre el incendio es espléndida…El retrato de la
señora Jack también es estupendo. Es totalmente creíble”.
Termina con una posdata
enigmática: “Por el amor de Somerset Maugham, ¡la carta!”.
Merece la pena leer estas
cartas y complementarlas con las que Scott y Zelda se escriben entre sí (Querido Scott, querida Zelda. Lumen, 2003), para ver con sus ojos el mundo.
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