miércoles, 10 de octubre de 2012

CARMEN BAROJA, HERMANA DE, MADRE DE, ESPOSA DE...

Todo el mundo ha oído hablar de Pío Baroja o de Julio Caro Baroja. Incluso de Ricardo Baroja, aquellas personas interesadas en la pintura. Pero ver en el apartado Biografías de una biblioteca pública a Carmen Baroja resultó sorprendente. Y, cuando se acaban de leer sus memorias, Recuerdos de una mujer de la Generación del 98, más sorprendente todavía que se le conozca tan poco. Su “punto de vista”, diferente del de su hermano Pío o del de su hijo Julio.


Se define ya en su autorretrato: “El carácter muy igual, nada violento, pero que aun cediendo siempre se comprendía que no estaba conforme…”. “He sido y sigo siendo una mujer muy ambiciosa. Yo ambiciono todo, lo he deseado todo, he creído en todo”.

En 1906 viaja a París con su hermano Pío. Quería ser artesana orfebre. “Me pasaba los días en el Museo de Cluny mirando la orfebrería, las joyas y los esmaltes que soñaba con imitar”.  De hecho, consigue dos medallas en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, una en 1908 por una arqueta de cobre y, otra, en 1910, por una lámpara de hojas caladas a la que llamó “Phara Coronata”.

En 1912 muere su padre, su gran apoyo.

Un año después,  se casa con Rafael Caro Raggio. “Después de casada, ya no tuve derecho más que a hacer mis labores domésticas y llevar la carga de muchísimas cosas”.

Su marido funda en 1918 la editorial Caro Raggio en la calle Ventura Rodríguez, 18. De carácter “endiablado”, no le gusta recibir gente en casa y se pone “hecho una furia” si ella no está para la hora de la cena, que solía ser muy temprano.

Las veladas teatrales de El Mirlo Blanco

“Fue esta época de lo más divertido y alegre de mi vida y la recuerdo con verdadero gusto”.

En 1926 nace El Mirlo Blanco, un teatro de cámara del que ella misma hace la reseña en La Gaceta Literaria el 15 de abril de 1927. “¿Cómo decir al público que en nuestra casa, nuestra familia, nuestros amigos, hacen algo que nos parece muy agradable, sin dar  a los demás una idea antipática de petulancia?”. Y continúa: “Desde que mi cuñada Carmen tuvo la feliz idea, el año pasado, de organizar estas representaciones, todo ha sido para nosotros diversión y entretenimiento”.
 
 
Además, escribió un estudio sobre El encaje en España, en 1933 y otro, aún inédito, sobre Las joyas españolas.

A su regreso a Madrid, tras la Guerra Civil, fue profesora de encaje en la Escuela de Artes y Oficios y comenzó una colaboración con el diario La Nación, de Buenos Aires, donde a veces firmaba con el seudónimo “Vera de Alzate”.

Escribió cuentos infantiles como Martinito, el de la casa grande, en 1942, dedicado a su hijo menor, Pío. “Escribiéndolos, me he distraído de terribles preocupaciones…Están hechos con recuerdos míos, retazos de cuentos famosos y otros populares de que nos habla tu hermano [Julio], estudiados por él con tanto entusiasmo”.
 
 
A la muerte de su marido, en 1943, reinicia las anotaciones de recuerdos. “Tenía bastantes cuartillas escritas que desaparecieron con nuestra infeliz casa de la calle de Mendizábal”.

También escribe poemas. Uno de 1945-46, Tres Barojas, hace referencia al paso del tiempo: “¿Eres el mismo? ¡Pobre hermano mío!/¡Aquel Ricardo, esbelto y placentero!/¡El que grabó y pintó con tanto brío,/ el que escribió con éxito, altanero!/ Y tú, Pío, decrépito, aburrido,/la cara pálida, el paso macilento,/ya no persigues al hampón huido/ ni el feroz guerrillero es tu tormento/…”. Otro, está escrito a la muerte de su amiga y contertulia en Itzea, Isidora Echegaray, natural de Oiz: “Isidora Echegaray/ya no te veré venir/por las tardes a mi huerta/tejiendo tu calcetín./ No me contarás las cosas/que pasaron en Oiz/ni aquellos alegres dichos/de tu vida juvenil…”. El último, se titula La clínica. Según su hijo, Pío Caro, debe de estar escrito unas semanas antes de morir.

Aficionada a las labores y encajes, hilando y escribiendo

“La veo aquí [en Itzea] junto al fuego hilando, o escribiendo en una vieja máquina o en la pieza preparando la comida para el ganado…En el verano con el sol en la huerta o en el invierno pegadas al fuego (con Isidora Echegaray y Maximina Berasain), mientras hacían reposteros, tejían calcetines o hacían ganchillo”.

En el prólogo de su libro El encaje en España (1933), Carmen confiesa: “Con ánimo de cultivar la afición que siempre tuve a las labores, y principalmente a los encajes, empecé a leer algunos tratados que pudieran enseñarme algo relativo a encajes españoles, de los que yo no conocía nada”. 
 
 
En 1938 en la revista Mujer, con el seudónimo Vera de Alzate, firma el artículo Modas españolas, donde se refiere a la tradición de labores populares como encajes, bordados, bolillos o pasamanerías. Termina: “España lo ha decorado todo…Cuidemos nuestro inagotable tesoro nacional”.  
 
 
 Hoy, en Madrid, en el número 12 de la calle Ruiz Alarcón, llamado Edificio Baroja, solo consta en la placa: “Don Pío Baroja y Nessi. Vivió en este edificio hasta su muerte en 1956”.
 
 

 

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