jueves, 18 de octubre de 2012

UN INSÓLITO PEREGRINAJE EN EL SIGLO XXI

Siempre me gusta saber algo más de los autores de los libros que leo. Con internet es fácil: tecleas un nombre y uno o dos apellidos… y sale todo. Pero, a veces, la realidad te sorprende …


www.racheljoyce.org. Bien. Ya tiene página web. Pero no. Debe de ser un nombre y un apellido tan común como John Smith porque, en este caso, la primera opción es una triatleta profesional.

También me gusta hacerme una idea de los lugares por los que transcurre una obra. Cuando era pequeña viajé con pasión por el atlas de papel con las novelas de Julio Verne, y aprendí mucha geografía. Ahora, das a Imágenes en Google y salen un montón de fotos. Cuando leí el maravilloso libro La colina de Watership, de Richard Adams, que no es solo una fábula de conejos, busqué el paisaje de los lugares citados alrededor de la granja Nuthanger.  Y me saqué una fotocopia de los sitios por los que se movían para poder guarrearla a gusto. 



Cuando se incluyen mapas o planos, ya es la caraba. El primero que recuerdo con placer es el de El señor de los anillos, resiguiéndolo con un rotulador azul hasta Rivendel y más allá, esos nombres sonoros llenos de magia, también en castellano.


 
Un libro sobre un hombre corriente haciendo algo extraordinario

“Quería escribir sobre un hombre corriente haciendo algo extraordinario” -dice Rachel  Joyce, autora de El insólito peregrinaje de Harold Fry, quien dedica el libro a “Paul, que camina conmigo y para mi padre, Martin Joyce (1936-2005)”. “Cada uno de nosotros, en estas vidas ordinarias que llevamos, tenemos historias extraordinarias”.
Comenzó a escribirla como un drama para la radio en un momento en que su padre acababa de ser diagnosticado de cáncer. “Empecé a escribirla para él sabiendo que no podría oírla. Se convirtió en un modo de tratar de mantener a mi padre vivo” (se emitirá en 2006 y su padre murió en 2005). Pero la obra para la radio tenía aún mucho más que contar; así nació la novela.

“La carta que habría de cambiarlo todo llegó un martes…”-comienza.
“Yo seguiré andando y ella tiene que seguir viviendo”

Harold Fry, exrepresentante comercial de una fábrica de cerveza, 65 años, recién jubilado, sale a echar una carta al buzón más cercano, calzado con unos náuticos, y acaba haciendo una promesa: la de cruzar Inglaterra a pie, de sur a norte, desde Kingsbridge a Berwick-upon-Tweed, para ver a una antigua amiga a la que hacía veinte años dejó en la estacada.
 En su camino se irá encontrando con personas diversas a la vez que va reflexionando sobre momentos de su vida. Con una confesión sorprendente.
La novela me recuerda una hermosa película de David Lynch, Una historia verdadera, el encuentro de dos hermanos muy mayores y el viaje en una cortacésped por medio Estados Unidos de uno de ellos al encuentro del otro.


El viaje de Harold es un peregrinaje a través de Inglaterra, y dentro de uno mismo, en pleno siglo XXI.

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